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—Creo que será mejor que me vaya —dijo Bartan, volviéndose hacia la puerta con la palangana.

—No, no lo hagas, muchacho. —Harro levantó una mano para detener a Bartan—. Estará mejor con compañía.

—…tenían muchas piernas. Y yo era igual… También tenía muchas piernas…, y una trompa…, un tentáculo que me salía de la garganta.

De repente dejó de mecerse, apoyando la barbilla en su hombro derecho y extendiendo el brazo hacia delante. Hizo un suave movimiento ondulatorio; eso despertó algo en el fondo de la memoria de Bartan que le produjo un inexplicable temor.

—Bueno, sólo iré a dejar la palangana —dijo, sintiéndose como un traidor, sabiendo que pretendía salir de la casa y dejar a los dos desgraciados que se las arreglasen con sus problemas, que nada tenían que ver con él.

Esquivó la mano de Harro, se dirigió rápidamente a la cocina y dejó la palangana sobre el aparador. Luego se encaminó hacia la luminosa cordura de la puerta principal, pero fue atrapado por la telaraña psíquica de Ennda. Ella se había puesto en pie, sin darse cuenta de que la sábana se deslizaba por su torso, y podría haber estado ejecutando una extraña danza con su brazo serpenteando y ondeando ante ella.

—Empezó de una forma extraña —murmuró—. Muy extraña…, aunque es un error decir que eso fue el comienzo, porque yo ya tenía miedo de volver a la casa. Era una casa de campo corriente…, encalada, con una puerta verde… Pero yo tenía miedo de entrar…, y sin embargo tenía que entrar… Cuando abrí la puerta no había nada excepto unas ropas colgando en un perchero de la pared… un sombrero viejo, una capa vieja, un delantal viejo… Supe que debía escapar en ese momento, cuando aún estaba a salvo, pero algo me hizo entrar…

Bartan se detuvo ante la puerta del dormitorio, helado. Ennda lo miró, y su mirada pareció atravesarlo.

—Ves, me equivoqué. No había ropas viejas. Era uno de ellos… ese tentáculo que se acercaba a mí… siempre tan despacio.

Harro se acercó a su esposa y la agarró por los hombros.

—Basta, Ennda. ¡Basta!

—Pero no lo entiendes —sonrió de nuevo, enrollando su brazo en el cuello de él—. No me atacaba, querido… Era una invitación… una invitación a amar… y yo lo deseaba. Entré en la casa y abracé el horror… y me sentí tan feliz cuando… —Ennda se apretó contra Harro.

Pidiendo ayuda a Bartan con la mirada, Harro usó todo su peso y corpulencia para obligar a su esposa a echarse sobre la cama. Bartan entró en la habitación, cerró la puerta tras él y se lanzó sobre la pareja, ayudando a sujetar los agitados miembros de Ennda. Sus dientes chocaban al morder el aire, y la parte inferior de su cuerpo se levantaba una y otra vez, pero ahora con menos fuerza. Los párpados fueron cayendo, la paz volviendo a su cuerpo.

Bartan, por su propia iniciativa, la cubrió con la sábana que había caído al suelo, pero su mente estaba en otra parte, vagando en un mar de dudas y confusión.

¿Podía explicarse, apelando a la casualidad, que dos personas soñasen lo mismo al mismo tiempo? Quizás en cosas intrascendentes, pero cuando… ¡Y al principio el mío no fue un sueño! Bartan sintió un escalofrío al recordar que había estado en la casa y atravesado la puerta verde en la realidad. Pero su monstruo había sido una ilusión, y en la ilusión de Ennda su monstruo era una realidad. El mundo no funciona así, se dijo Bartan. Algo va mal aquí…

—Parece que está mejor ahora —susurró Harro, acariciando la frente de su esposa—. Quizá todo lo que necesita es un par de horas de sueño. Sí, creo que es eso lo que necesita.

Bartan se incorporó, tratando de limitar sus pensamientos al momento presente.

—¿Qué pasa con la fiesta? ¿Vas a decirle a todo el mundo que se vaya?

—Prefiero que se queden aquí. Será mejor para Ennda tener a sus amigos cerca cuando se despierte —Harro se levantó y clavó sus ojos en Bartan desde el otro lado de la cama—. No es necesario hablar mucho de esto, ¿verdad, muchacho? No quiero que la gente piense que se ha vuelto loca; en especial, Jop.

—No lo comentaré.

—Te lo agradezco —dijo Harro, inclinándose hacia delante para estrechar la mano de Bartan—. Jop no tiene tiempo para charlar de los sueños y pesadillas que tenemos últimamente. Dice que si la gente trabajara tanto como debe, estaría demasiado cansada para soñar por las noches.

Bartan esbozó una sonrisa forzada. ¿Tenían sueños semejantes otros miembros de la comunidad? ¿Era esto lo que había predicho el alcalde Karrodall? ¿Podía ser sólo el principio de algo terrible, de algo que podía expulsar a la nueva oleada de colonizadores, como había hecho con los que les precedieron?

—Cuando apoyo la cabeza al final del día —dijo con pesar, apartando sus recuerdos del sueño inquietante de la noche anterior—, experimento una pequeña muerte. No hay nada hasta que rompe el día.

—Cualquiera que intente preparar toda una parcela sin ayuda es lógico que acabe exhausto, mucho más si es alguien que no está acostumbrado a este trabajo.

—Me ayudaron un poco los vecinos —dijo Bartan, ansioso por hablar de cosas normales, mientras intentaba asumir la nueva imagen del mundo que se había formado en su interior—. Y después, cuando me case será…

—Tengo que cubrir mi herida de guerra —le interrumpió Harro, palpándose cuidadosamente la mejilla—. Sal afuera, y diles que quiero saber por qué están todos de pie con los brazos cruzados en vez de dedicarse a los preparativos de la fiesta. Diles que éste debe ser un día que se recuerde.

Tuvieron noticias de que Jop Trinchil y su familia no llegarían hasta mediado el día, de modo que Bartan pasó el tiempo prestando ayuda donde podía en los diversos preparativos de la granja. Sus esfuerzos fueron recibidos con buen humor, pero las mujeres pronto dejaron claro que era un estorbo más que otra cosa, sobre todo porque estaba abstraído y propenso a cometer errores. Se retiró a un banco frente al huerto, donde varios hombres tomaban el sol y ya compartían una jarra de vino verde.

—Muy bien, muchacho —dijo Corad Furcher amistosamente, pasándole una copa llena—. Deja que las mujeres se arreglen solas.

Era un hombre de mediana edad cuyo cabello amarillento delataba un parentesco de sangre con los Phoratere.

—Gracias —Bartan bebió el líquido dulce—. Hay mucha confusión, y parece que yo la aumentaba un poco.

—Ahí está la causa de los problemas, allá arriba —Furcher hizo un gesto que abarcó la cúpula azul claro del cielo—. El comienzo de la noche breve era el momento propicio para empezar una juerga cuando vivíamos en el Viejo Mundo, pero aquí el sol sigue brillando, brillando y brillando, y uno no puede organizarse bien. No es natural esta forma de vivir al aire libre. Soy tan leal como cualquiera, pero sigo diciendo que el rey Chakkell interfirió en el curso normal de las cosas cuando nos dispersó a todos por el globo. ¡Mirad al cielo! ¡Vacío! Hace que me sienta como si siempre me estuvieran observando.

Los hombres que estaba en el banco asintieron demostrando su acuerdo, y empezaron una discusión sobre las desventajas de vivir en el hemisferio de Overland que siempre permanecía de espaldas al planeta hermano. Algunas de las teorías que exponían —sobre los efectos del día ininterrumpido en el crecimiento de los cultivos y en el comportamiento animal— le parecieron bastante discutibles a Bartan. Se dio cuenta de que anhelaba más que nunca la compañía de Sondeweere, y de vez en cuando le daba vueltas al problema planteado por la terrible pesadilla de Ennda Phoratere.

Tenía que descartarse la casualidad, pero quizá la clave del misterio yacía en la propia naturaleza de los sueños. ¿Era posible, como algunos afirmaban, que la mente vagara fuera del cuerpo durante las horas de sueño? Si así era, quizá dos de ellas podrían encontrarse y comunicarse durante unos momentos en la oscuridad, influenciando mutuamente sus sueños.