Bartan se negaba a abandonar su perspectiva de un futuro perfectamente feliz, y la nueva idea parecía ser una base en que apoyarla. Cuando el fuerte vino inició su efecto, él empezó a considerar el episodio perfectamente explicable, aunque extraño y preocupante; una manifestación de las complejidades y misterios de la naturaleza. La visión de Ennda saliendo de la casa principal y uniéndose a quienes se ocupaban de los interminables preparativos de la fiesta le ayudó a recuperar su optimismo. Al principio parecía un poco retraída, pero pronto estuvo riéndose con las demás mujeres; y Bartan dio por hecho que las morbosidades de la noche se habían disipado y olvidado.
No estaba acostumbrado a beber vino, y cuando apareció la carreta de Trinchil a lo lejos había alcanzado ya una fase de aturdida euforia, una intensificación de su estado de ánimo de las primeras horas. Su primer impulso fue salir corriendo para recibir a Sondeweere, pero se impuso el deseo de sorprenderla surgiendo ante ella repentinamente.
Fue hasta donde los otros campesinos habían dejado sus carretas y permaneció escondido entre ellas hasta que los recién llegados se detuvieron, muy cerca. En la carreta de la familia Trinchil había más de una docena de personas, y el bullicio de la zona aumentó de repente cuando empezaron a bajar por los laterales. Los niños competían con los adultos en los ruidosos saludos.
A pesar de su volumen, Jop Trinchil fue el primero en llegar al suelo. De inmediato se alejó a grandes pasos hacia las mesas repletas, obviamente de muy buen humor, dejando que las mujeres se cuidaran del descenso de los niños y de algunos pequeños cestos.
Bartan se sintió encantado al ver a Sondeweere con sus mejores ropas, un vestido ajustado de color verde claro con una guirnalda verde oliva, que combinaba muy bien con el rubio de su pelo, y que reafirmó su creencia de que la joven era de una clase distinta del resto de las mujeres de la comunidad. Fue la última en abandonar la carreta, incorporándose perezosamente con movimientos lentos, oscilantes y voluptuosos que hicieron que el corazón de Bartan se acelerara.
Estaba a punto de salir cuando vio que uno de los hijos de Jop —un chico de diecisiete años llamado Glave, muy musculoso para su edad— esperaba junto a la carreta con los brazos alzados para ayudar a bajar a Sondeweere. Ella le sonrió y colgó sus piernas por el lado, ofreciéndole que rodease su cintura con sus grandes manos. El joven la aguantó sin esfuerzo y la depositó en el suelo, haciendo de manera deliberada que sus cuerpos se rozasen. Sondeweere no dio ningún signo de sentirse ofendida. Permitió que el contacto continuara durante varios segundos, mientras mantenía los ojos fijos en los de Glave; después, movió la cabeza ligeramente. Glave la soltó de inmediato, dijo algo que Bartan fue incapaz de oír y se alejó por el mismo camino que el resto de su familia.
Bartan, molesto, abandonó su escondite y se aproximó a Sondeweere.
—Bienvenida a la fiesta —dijo, seguro de que ella se desconcertaría al darse cuenta de que había sido observada.
—¡Bartan! —sonriendo ampliamente, ella corrió hasta él, lo abrazó por la cintura y se apretó contra su pecho—. Parece que hayan pasado años desde la última vez que te vi.
—¿De veras? —dijo él, remiso a devolverle el abrazo—. ¿No has encontrado alguna forma de hacer que el tiempo pase más deprisa? ¿O, al menos, de un modo más agradable?
—¡Desde luego que no! —advirtiendo la rigidez del cuerpo de él, se apartó y lo miró—. ¡Bartan! ¿Qué estás diciendo?
—Te vi con Glave.
—¡Bartan, Glave es sólo un niño! Y es mi primo.
—¿Primo auténtico? ¿De sangre?
—Eso no viene al caso. No tienes ninguna razón para estar celoso —Sondeweere levantó la mano izquierda y golpeó el anillo de brakka en el sexto dedo—. Llevo esto siempre, amor mío.
—Eso no prueba…
La garganta de Bartan se cerró dolorosamente, evitando que terminase la frase.
—¿Por qué nos comportamos como extraños? —Sondeweere envolvió a Bartan con una mirada dulce e intensa y lo abrazó de nuevo, esta vez poniendo los brazos alrededor de su cuello y atrayendo su cara hacia la de ella.
Nunca se habían acostado juntos, pero después de aquel beso, él tuvo una idea clara de cómo sería la experiencia, y todos los celos —y todo pensamiento sobre cualquier cosa— se alejaron de su mente.
—Trabajar en el campo te está haciendo muy fuerte —le susurró—. Veo que tendré que tener cuidado contigo y cultivar una buena cosecha de doncellamiga.
Halagado y animado dijo éclass="underline"
—¿No quieres tener niños?
—Muchísimos, pero no tan pronto. Tenemos mucho trabajo que hacer.
—No hablemos más de trabajo por el resto del día, ¿quieres?
Cogió del brazo a Sondeweere y la apartó de los edificios de la granja hacia la tranquilidad soleada del campo abierto, donde los cultivos en diferentes estados de desarrollo resplandecían en franjas que se estrechaban en la lejanía. Caminaron juntos durante más de una hora, disfrutando cada uno de la presencia del otro, hablando de las trivialidades propias de los amantes y contando los meteoros que trazaban líneas plateadas en el cielo. A Bartan le hubiera gustado quedarse a solas con Sondeweere hasta el anochecer, pero cedió de buen talante cuando ella sugirió volver con los otros para participar en el baile.
Cuando llegaron a la casa principal, Bartan estaba sediento. Pensando que sería prudente no tomar más vino, se acercó a los hombres que estaba reunidos alrededor de los barriles de cerveza en busca de una bebida menos fuerte. Hizo frente a las acostumbradas y maliciosas preguntas sobre el tiempo que había pasado con Sondeweere, y salió del grupo llevando una gran jarra de cerveza en la mano.
Tres violinistas habían empezado a tocar a la sombra del pajar y varias mujeres jóvenes, Sondeweere entre ellas, habían unido sus manos y abrían el primer baile. Bartan las observaba lleno de satisfacción, tomando sorbos pequeños y regulares de su jarra, mientras algunos hombres vencían su timidez e iban incrementando el número de bailarines. Acabada su cerveza, dejó la jarra sobre una mesa cercana y ya iba a encontrarse con Sondeweere, cuando su atención fue atraída por un grupo de niños que jugaban sobre la hierba cercana al huerto.
Todos debían de tener entre tres y cuatro años y se movían en un círculo, silenciosos, abstraídos, ejecutando su propia danza a un ritmo más lento del que marcaba la música de los adultos. Sus barbillas estaban apoyadas en sus hombros inclinados hacia delante, y los brazos derechos extendidos, agitándose y ondulando suavemente como hacen muchas serpientes.
Los movimientos eran extrañamente inhumanos, extrañamente repulsivos, e imitaban con exactitud los de Ennda Phoratere cuando interpretó los horrores obscenos de su pesadilla.
Bartan dio la espalda a los niños, sintiéndose de repente ajeno al júbilo y la inocencia de sus vecinos.
PARTE II — La arena fría
Capítulo 6
Mientras caminaban hacia la entrada principal del palacio, Gesalla Maraquine hablaba sin cesar sobre trivialidades de la vida doméstica, una táctica que Toller encontraba más desconcertante e irritante que si hubiese decidido mantener un silencio frío.
No había vuelto a casa en los doce días que transcurrieron desde la visita de la nave espacial de Land y, en consecuencia, le agradó que Gesalla llegara cabalgando desde sus propiedades para pasar la noche con él. Pero su estancia no le había proporcionado ninguno de los beneficios que él esperaba. Llegó con un extraño humor, enigmática y un poco distante; y al enterarse de que él había insistido en ascender con las primeras fortalezas, se mostró decididamente cáustica. Más tarde, en la cama, respondió a todos sus intentos con aburrida sumisión, lo cual resultó más hiriente que un rechazo directo y le hizo abandonar todo pensamiento de hacer el amor. Permaneció acostado lejos de ella toda la noche, física y mentalmente frustrado; y cuando al fin se quedó dormido, soñó que se caía, pero no era una caída corriente, sino un descenso de un día entero desde la zona de ingravidez…