El paisaje que tenía delante empezaba a oscurecerse a causa de una refractiva niebla anaranjada procedente de la lluvia caída, que estaba siendo evaporada por el sol, y en el centro de su campo de visión apareció una mancha oscura y oscilante que parecía cambiar de forma a cada momento. Mientras la contemplaba, ésta adquirió una forma definida: la de un jinete que se aproximaba a gran velocidad.
Bartan supo, mucho antes de poder identificarlo, que el jinete era Glave Trinchil, y de nuevo se produjo un choque de emociones: alivio y decepción ante el hecho de que el enfrentamiento estaba descartado. A esa distancia de la granja, Glave podría afirmar que venía de cualquier otro lugar y, siendo justo, no había ninguna razón para no creerlo. Con este análisis de la situación en la mente, Bartan esperaba que Glave pasara de largo con un saludo casual, y le desconcertó que el joven empezara a saludarlo con la mano desde lejos, obviamente dispuesto a detenerse y hablar. El corazón de Bartan se aceleró, alarmado, al ver que Glave estaba en un estado de gran excitación. ¿Habría ocurrido algún accidente en la granja?
—¡Bartan! ¡Bartan! —Glave frenó su cuernazul junto a la carreta—. Me alegro de encontrarte. Sondy me dijo que habías ido a la ciudad.
—¿Ah sí? ¿Dijo eso? —replicó Bartan fríamente, incapaz de encontrar una respuesta más apropiada—. De modo que le has hecho una de tus visitas tan convenientemente fijadas.
La insinuación pareció no afectar a Glave. Su rostro ancho y rudo mostraba preocupación, pero Bartan no pudo detectar ningún rastro de disimulo o desafío provocado por la culpabilidad.
—Ve con ella en seguida —dijo Glave—. Te necesita.
Bartan se maldijo por haber continuado alimentando sus sospechas cuando se hacía evidente que algo grave le había sucedido a Sondeweere.
—¿Qué ha pasado?
—En realidad no lo sé. Fui a la granja a haceros una visita, para ver si había algún trabajo pesado que hacer… —incluso en su estado de nerviosismo, Glave dirigió una mirada satisfecha a sus brazos musculosos—. Sondy me dijo que había que arrancar un árbol. Ya sabes cuál, ese que está donde piensas plantar las judías y…
—Sí, sí, ¿qué ha ocurrido?
—Bueno, fui a buscar una pala y un hacha y me puse a cortar las raíces. Hacía calor, a pesar de la lluvia, y me sentí agradecido al ver que Sondy salía de la casa con una jarra de cerveza. Al menos creo que debía de ser cerveza, porque no llegué a beberla. Estaba como a una docena de pasos de mí cuando soltó una especie de quejido, dejó caer la jarra y se sentó sobre la hierba. Se tocaba el tobillo. Yo temí que se hubiese lastimado y me acerqué. Levantó la vista hacia mí, Bartan, y soltó un grito terrible, pero lo peor de todo fue… fue…
La voz de Glave se desvaneció y se quedó observando a Bartan con perplejidad, como preguntándose quién era.
—¡Glave!
—Fue un grito terrible, Bartan, pero lo peor de todo es que su boca estaba cerrada. Yo miraba su cara y la oía gritar, pero su boca estaba cerrada. Eso hizo que se me helara la sangre.
Bartan movió las riendas, preparándose para partir.
—Lo que cuentas no tiene sentido. Muy bien, Sondeweere se quejaba. ¿Es eso todo? ¿Se había torcido el tobillo? ¿Qué dijo ella?
Glave movió la cabeza lenta y pensativamente.
—No dijo nada.
—¡No dijo nada! ¿Qué forma es esa de…? —Bartan sintió una nueva alarma—. ¿Es que ya no puede hablar?
—No lo sé, Bartan —contestó Glave—. Debes ir a verla. Estuve todo el tiempo que pude, pero ya no había nada más que pudiese hacer. Nada que se me ocurriese…
Las restantes palabras quedaron ahogadas por el traqueteo del carruaje y el golpeteo de los cascos mientras Bartan se alejaba. Azuzó a su cuernazul para que corriese todo lo posible por aquel camino accidentado, resistiendo la molestia de resbalarse continuamente y rebotar sobre el asiento no almohadillado.
La brillante neblina ocupaba ahora todo el horizonte y dificultaba la visibilidad, dándole la impresión de estar viajando en el centro de una cúpula en forma de campana en cuyos lados suaves colores en tonos pastel se arremolinaban en su camino hacia el sol. Poco después, la niebla comenzó a disiparse, el cielo adquirió un azul lechoso y Bartan vio su granja resplandeciendo a lo lejos, recreada tras la lluvia y la niebla. En el momento en que llegó, el cielo volvía a tener su normal azul intenso y las estrellas diurnas empezaban a ocupar sus lugares acostumbrados.
Detuvo la carreta, saltó de ella y fue corriendo hacia la casa. No recibió respuesta al gritar el nombre de Sondeweere, y una rápida búsqueda en todas las habitaciones le reveló que debía de estar fuera. El primer lugar en que pensó fue en el árbol que Glave había mencionado, aunque resultaba difícil creer que permaneciera allí durante tanto tiempo, a menos que se hubiera visto obligada a hacerlo. ¿Por qué el lerdo de Glave no la había acompañado de nuevo a la casa en vez de salir huyendo como si hubiera visto una aparición?
Bartan salió de la casa, pasó corriendo ante el establo que albergaba su pequeña piara de cerdos, y subió hasta la cima de la loma que ocultaba la vista hacia el este.
En seguida divisó a Sondeweere. Estaba sentada en la hierba cerca del árbol donde Glave afirmaba haber estado trabajando. La llamó, pero no recibió respuesta. Siguió completamente inmóvil mientras él descendía la suave pendiente, notando que sus temores aumentaban a cada paso. ¿Qué clase de enfermedad o incapacidad induciría a una persona a permanecer sentada durante tanto tiempo, con la cabeza inclinada, aparentemente ajena a todo? ¿Tendría fiebre o estaría semiinconsciente, o… muerta?
Al llegar a unos seis pasos de su mujer se detuvo, asaltado por una extraña timidez, y susurró:
—Sondeweere, querida, ¿estás bien?
Ella levantó la cabeza, y él se sintió invadido por una ola de alivio al ver que sonreía. Lo miró durante varios segundos, con la misma sonrisa, sin ningún cambio en su mirada; después bajó la cabeza otra vez, y concentró su atención en algo que debía de haber en el suelo ante ella.
—No juegues conmigo, Sondy.
Bartan se acercó inclinándose hacia ella; y estaba a punto de tocar su cabello, cuando de repente sus ojos encontraron lo que Sondeweere estaba observando. Sólo a unos palmos de sus tobillos cruzados había dos pequeñas criaturas de múltiples patas, aparentemente enzarzadas en una lucha. Sus cuerpos articulados y en forma de media luna eran más largos que un dedo, y de color marrón oscuro en la parte superior y gris claro en la de abajo. No se parecían a ninguna criatura reptante que él hubiera visto, puesto que estaban provistos de un tentáculo que salía justo debajo de la cabeza. Ya empezaba a retroceder, impulsado por la repugnancia, cuando sus ojos distinguieron y comprendieron el profuso enredo de patas, pedúnculos oculares y antenas. Las criaturas estaban unidas entre sí por los tentáculos centrales y se hallaban trabadas en una cópula, no en un combate, y… sólo se veía una cabeza. La hembra se había comido la cabeza de su pareja, y engullía vorazmente los humores pálidos que rezumaba el tórax; y mientras tanto, imperturbable, el cuerpo del macho seguía con sus convulsiones extáticas.
La reacción de Bartan fue inmediata e instintiva. Se irguió y aplastó con la bota el obsceno espectáculo que había presenciado. Sondeweere se levantó al instante, gritando de una forma que atravesó su cerebro. Bartan la miró, aterrado… ¿Cómo podía emitir un sonido así sin abrir la boca?… Después la sujetó cuando ella se derrumbó sobre él, desmayada.
—¡Sondeweere! ¡Sondy!
Con movimientos inexpertos, masajeó su garganta y mejillas, tratando de que recuperara la conciencia, pero la cabeza de la joven cayó sobre la curva de su brazo y bajo sus párpados apareció una rendija blanca. Cogió en brazos el cuerpo desmayado y empezó a andar de nuevo hacia la casa, con la mente llena de miedo y angustia.