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Azuzó a la bestia y en pocos minutos se encontró junto a la casa. El hecho de que Harro y Ennda no estuviesen fuera mirando al cielo era un signo de que las cosas se habían complicado seriamente. ¿O tal vez no? Quizás había sido alcanzado por una alteración natural muy localizada; después de todo, algunos afirmaban que los rayos salían de la tierra, contradiciendo la creencia popular de que bajaban de los cielos. Entró en el patio, desmontó y fue hacia la puerta de la casa. Cuando la abrió, ante sus ojos apareció una escena llena de normalidad doméstica. Ennda estaba bordando una pamela, Harro volcando una garrafa para servirse vino en una copa.

Bartan suspiró con alivio y después titubeó, recuperando su inquietud al comprobar que la pareja formaba realmente parte de un cuadro. Estaban inmóviles, rígidos como estatuas. El único indicio de animación en sus facciones provenía de los reflejos de la lámpara, movida por la corriente de aire que se había producido al abrir la puerta.

—¿Harro? ¿Ennda? —Bartan penetró con inseguridad en la cocina—. Eh… siento llegar tarde.

La aguja de Ennda empezó a moverse en ese instante, y el vino a gotear en la copa de Harro.

—No te preocupes, Bartan —dijo Ennda—. El sol sólo ha empezado… —Miró por la ventana a la oscuridad del otro lado y arrugó el ceño—. ¡Qué raro! ¿Cómo se…?

Sus palabras fueron silenciadas por un sordo estallido del vidrio cuando la garrafa que sostenía Harro cayó contra el suelo de piedra. Unos riachuelos de vino oscuro corrieron extendiéndose desde la vasija rota.

—¡Maldita sea! —Harro se agarró el hombro derecho y lo masajeó—. ¡Me duele el brazo! ¡Mi brazo está tan cansado que… me duele! —Miró al suelo y sus ojos expresaron un sentimiento de autorreproche—. Lo siento, muchacho. No sé qué…

—No importa —le cortó Bartan—. ¿Qué os ha parecido lo de la luz? ¿Qué creéis que era?

—¿La luz?

—La luz deslumbrante. ¡La luz! ¿Qué creéis que la causó?

Harro miró a su mujer.

—No hemos visto ninguna luz. ¿Por casualidad te has caído y te has dado un golpe en la cabeza?

—No estoy borracho.

Bartan contemplaba a la pareja con perplejidad cuando su mirada fue atraída hacia la puerta del dormitorio. Estaba un poco abierta, dejando que una franja de luz se filtrase hasta la cama y, por lo que pudo ver, parecía vacía. Cruzó a grandes pasos la cocina y abrió de un empujón la puerta del dormitorio. Sondeweere no estaba.

—¿Dónde está Sondy? —preguntó en voz baja.

—¿Qué? —Harro y Ennda se pusieron en pie y se acercaron a él, reflejando en sus rostros la sorpresa.

—¿Dónde está Sondy? —repitió Bartan—. ¿La dejasteis salir sola?

—¡Claro que no! ¡Estaba ahí!

Ennda pasó ante él y se detuvo, confundida por el vacío evidente del dormitorio y la carencia de lugares para esconderse.

—Os debisteis quedar dormidos —dijo Bartan—. Habrá salido mientras dormíais.

—Yo no me dormí. Eso es impos… —Ennda se interrumpió y se llevó la mano a la frente—. No tiene ningún sentido que sigamos aquí de pie, discutiendo. Tenemos que salir y encontrarla.

—Coge una luz —Bartan agarró una lámpara en forma de tubo y se precipitó al exterior.

Incluso después de revisar la cabaña del aseo y descubrir que estaba vacía, no llegó a preocuparse del todo. Sondeweere nunca se había perdido antes, no había animales salvajes en la zona, ni precipicios o grietas que representaran un riesgo para su vida. Incluso su ausencia podía ser un buen augurio, un signo de que estaba empezando a salir de las sombras que habían nublado su mente y ocultado su personalidad durante tanto tiempo.

Pero una hora después de estar buscando y llamándola, empezó a sentirse invadido por otra clase de premonición. Primero se había producido la aterradora presencia, la insoportable cascada de luz; luego, su mujer había desaparecido de golpe. Tenía que haber una conexión entre los dos acontecimientos. La Guarida emprendía de nuevo sus actividades malignas, y Sondeweere se había convertido en su más reciente víctima. Había tenido múltiples ocasiones de sacarla de aquel lugar maldito, pero por su tozudez y su arrogancia intelectual continuó exponiéndola a peligros que ningún hombre podía entender. Y éste era el resultado inevitable…

—Esta búsqueda a tientas en la oscuridad nos va a servir de poco —dijo Harro, con una mezcla de cansancio y sensatez en su voz—. Debemos volver y reservar nuestras fuerzas para cuando amanezca. ¿Qué te parece?

—Creo que tienes razón —contestó Bartan sombríamente.

La casa estaba fría cuando llegaron, y mientras Bartan encendía un fuego en el hogar, Harro se ocupó de ir a buscar una garrafa al sótano y llenar tres copas con vino tinto. Pero lejos de confortar a Bartan, el ambiente agradablemente caldeado sólo sirvió para recordarle que no tenía derecho a disfrutar de él mientras su mujer vagaba en la noche. En el mejor de los casos estaría helada y perdida; en el peor…

—¿Cómo pudo ocurrir una cosa así? —preguntó—. Si lo hubiera sabido no me habría separado de ella.

—Supongo que debí dormirme —dijo Harro—. El vino…

—Pero Ennda estaba contigo.

Ennda, que parecía a punto de dormirse, se volvió hacia Bartan de repente, con la cara crispada por la furia.

—¿Qué intentas decir, muchachito de ciudad? ¿Estás insinuando que maté a tu joven puta? ¿Te crees que me comí su cara? ¿Es eso lo que estás diciendo? ¿Pero dónde está la sangre? ¿Ves alguna sangre sobre mí? ¿O tal vez por aquí?

Agarró el cuello de su blusa azul y, con ambas manos lo desgarró hacia abajo, dejando parcialmente al descubierto sus pechos.

Bartan se quedó asombrado.

—¡Ennda! ¡Por favor! No se me ha ocurrido…

Ella lo hizo callar saltando de su silla y arrojando su copa al fuego.

—¡He vencido al sueño! ¡Ya no me puede devorar más, y ésa es la verdad!

Harro se levantó y abrazó a su esposa, atrayendo el rostro torturado hacia su hombro. Ella se apoyó en él, sollozando y temblando violentamente. El vino que había tirado silbó y chisporroteó en el fuego.

—Yo… —Bartan se levantó y dejó a un lado su copa—. No sabía que el sueño aún persistía.

—A veces sucede —dijo Harro, con ojos tristes y perturbados—. Será mejor que me la lleve a casa.

—¿Casa? —Ennda, ya apaciguada, habló como un niño—. Sí, Harro, por favor llévame a casa… lejos de esta tierra horrible… de vuelta a Ro-Amass. No puedo vivir más así. Volvamos a nuestra casa de verdad, donde éramos felices.

—Quizá tengas razón —murmuró Harro, dándole unas palmaditas en la espalda—. Hablaremos de eso por la mañana.

Ennda giró la cabeza y miró a Bartan con una sonrisa trémula.

—¿Qué he hecho, Bartan? Eres un buen chico, y Sondy una buena chica. No quería decir nada de lo que dije.

—Lo sé —dijo Bartan, incomodado—. No es necesario que os marchéis.

Harro movió la cabeza.

—Sí, muchacho, nos iremos ahora, pero volveré por la mañana con ayuda. Si Sondy no ha aparecido para entonces la encontraremos en seguida. Ya lo verás.

—Gracias, Harro.

Bartan salió con la pareja y les ayudó a amarrar el cuernazul a la carreta. Mientras realizaba la tarea, no podía evitar seguir registrando con la mirada los oscuros alrededores, con la esperanza de distinguir alguna mancha blanca que indicara la vuelta de Sondeweere.

Pero su vigilancia no dió frutos.

Sin saberlo, estaba entrando en la etapa más negra de su vida: después de un período de varios días, tendría que aceptar que su muda y enajenada esposa había abandonado el mundo para siempre.