Toller le dirigió un saludo, que ella le devolvió, y después concentró sus pensamientos en la escaramuza que se avecinaba.
Berise y él estaban en línea recta entre la batalla principal y la nave solitaria. Sus esperanzas eran que los rastros de condensación de sus vehículos no fuesen advertidos entre la enmarañada confusión del humo y el brillante vapor de la escaramuza a sus espaldas, pero pronto se hizo evidente que los agudos vigías los habían localizado. Los tiradores ya estaban saltando de la barquilla, desplazándose a los tumbos hasta el extremo de sus cuerdas, formando un círculo desde donde poder disparar a cualquier vehículo que se aproximara a la superficie superior del globo. Sus posibilidades de inhabilitar a un piloto no eran grandes, pero el problema en este caso particular era que Berise necesitaba descender a su altura para atacar a la barquilla, y en previos enfrentamientos los landeses habían demostrado tener una excelente puntería.
A unos cientos de metros de la nave, Toller hizo la señal para hablar y apagó su motor; y cuando Berise se desplazó hasta detenerse a su lado, le dijo:
—Antes de asumir cualquier riesgo innecesario, observa con atención la barquilla. Busca alguna evidencia de que Rassmarden está a bordo.
Berise alzó sus gemelos, permaneció en silencio un momento y después, inesperadamente, empezó a reírse.
—¡He visto una corona! ¡Una corona de vidrio! ¿Es eso lo que llevaban el rey Prad y los otros? ¿De verdad se paseaban con esos adornos tan ridículos en la cabeza?
—En ciertas ocasiones —dijo Toller, preguntándose por qué se sentía ofendido—. Si lo que viste fue la diadema de Bytran, está compuesta principalmente por diamantes y vale… —de repente se interrumpió, inundado por una alegría salvaje—. ¡El imbécil! ¡El estúpido y vanidoso imbécil! ¡Su afición por esa pequeña corona le va a costar la vida! ¿Cuántos proyectiles te quedan?
—Los seis.
—¡Bien! Yo me encargaré del globo, pero desde un lado, no desde arriba, de manera que me vean desde la barquilla. Todos los ojos estarán fijos en mí cuando lance una flecha, y ése será el momento de tu ataque. Quizá el destino te permita hacer estallar sus reservas de cristales en el primer intento. ¿Estás preparada?
Berise asintió. Toller se aseguró de que el reservorio neumático estuviese a máxima presión; después dio entrada a los cristales en el motor, y la sensible máquina arrancó hacia la nave espacial. Sin embargo, voló a menos velocidad de lo que solía hacerlo y describió una curva abierta que lo conduciría a pasar ante el globo en una diagonal descendente. Berise describió un recorrido de mayor bajada, usando el motor a pequeñas descargas, lo que dejó una estela blanca intermitente.
A medida que la barquilla azul y gris se agrandaba ante su vista, Toller vio varias figuras entre los tabiques de mimbre. Contó ocho soldados en los extremos de unas cuerdas que se prolongaban radialmente, todos ellos con la parte superior de sus cuerpos encorvada, lo que le reveló que estaban apuntándole con sus rifles.
«Eso es lo que quiero», pensó, quitándose el guante derecho. «Eso es precisamente lo que quiero».
Sacó una flecha del carcaj, encendió la punta y la montó sobre la cuerda del arco. Aceleró el motor, abrazándose con fuerza para resistir la inercia, y se lanzó en picado hacia el globo. El aullido del tubo de escape apagó todos los estallidos de los rifles, pero pudo ver las nubes blancas saliendo de ellos en forma de setas. Mientras el enorme volumen del globo se agrandaba hasta convertirse en un muro marrón curvado que invadía todo el universo, giró su vehículo para colocar la solidez del motor entre él y los tiradores enemigos. Land y Overland se deslizaron sumisamente hasta sus nuevas posiciones en el firmamento.
Toller tensó el arco y disparó con un solo movimiento, y en ese mismo instante oyó el doble estampido del cañón de Berise. La flecha se clavó en el globo —su línea de vuelo convertida en arco por la velocidad a que se desplazaba Toller—, mientras que algo golpeó su pierna izquierda y unos mechones del algodón aislante salieron en remolinos para unirse a la estela del vehículo. Se encogió en el respaldo redondeado de su aparato y aceleró hacia las estrellas. A una distancia segura apagó el motor y se quedó en una posición que le permitía observar el escenario de la batalla.
Berise estaba completando una maniobra similar debajo de él, a su derecha. El fuego se estaba extendiendo por un lado del globo de los landeses pero, aunque confiaba en la puntería de Berise, la barquilla parecía conservarse intacta. No había manera de saber qué daños —si los había— causaron las balas de hierro al atravesarla.
Berise estaba ocupada limpiando la recámara de su cañón e insertando nuevos proyectiles. Cuando hubo terminado alzó una mano y Toller se dirigió de nuevo hacia el globo, tratando de extender el fuego todo lo posible para darle a ella una segunda oportunidad de actuar libremente. Logró insertar con éxito un dardo ardiendo en el gigante ahora deformado, y localizó a Berise en el cielo vacío de abajo. En vez de detenerse, ella volvió a cargar el arma durante una vuelta de barrido y acometió desde abajo a toda velocidad, subiendo hacia la barquilla de los landeses.
Los soldados estaban girando sus rifles hacia ella en el momento en que disparó ambos cañones. La barquilla se estremeció cuando el disparo golpeó el entablado de la plataforma, pero su estructura continuó intacta, y los soldados de a bordo siguieron disparando a través del humo negro que se formaba alrededor de la vapuleada nave.
Toller, que anhelaba que se produjese una explosión de cristales, se deslizó hasta detenerse. Existía la posibilidad de que Rassamarden hubiera sido alcanzado, pero un hombre era un blanco demasiado difícil en el conjunto de una barquilla, y en este caso tenían que ser capaces de afirmar que había muerto. Nada más podía aceptarse en tales circunstancias.
Miró a su alrededor para localizar a Berise y la vio descendiendo en picado hacia él, rodeada de una nube de vapor brillante. Mientras se aproximaba, Toller se golpeó el pecho con un dedo y después señaló a la nave, indicando que iba a emprender su ataque. Ella se bajó la bufanda y gritó algo que no pudo oírse a causa del retumbo del motor, su rostro tenía una expresión salvaje y era casi irreconocible. Él apenas tuvo tiempo de advertir que la pantalla contra el viento de la máquina de Berise estaba cubierta de líneas blancas; después vio cómo alimentaba al máximo el motor y se reducía en la distancia, dirigiéndose directamente hacia la nave espacial, rodeada por un increíble estruendo.
Toller dejó escapar un grito involuntario de protesta cuando el vehículo enfiló a toda velocidad hacia la barquilla y se hizo evidente que Berise no tenía intención de cambiar la dirección de su marcha. Apenas dos segundos antes del impacto saltó de su aparato.
Éste atravesó la pared de la barquilla y chocó contra el motor montado en el centro, arrastrando a toda la estructura con él, dando tumbos en el aire, lo que hizo que los grandes trozos del globo que aún ardía lo envolviesen. Un montante de aceleración se soltó y empezó a golpear en un lado, mientras los soldados eran arrastrados al torbellino por las cuerdas que los sujetaban. Un momento más tarde se produjo una serie de explosiones silbantes —típicas de la reacción del pikon y el halvell—, seguida de una gran oleada de llamas verdes: Toller supo en el acto que ninguno de los tripulantes de la barquilla podría escapar ya de la muerte.