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Al acercarse vio que la casa y las construcciones anexas estaban ya bañadas por una media luz dorada y rojiza. Y sintió el desánimo habitual ante la perspectiva de pasar la noche allí solo. Aquel era el peor momento del día, cuando era recibido por el silencio de la casa en lugar de las risas de Sondeweere, y la cúpula oscura del cielo parecía reflejar el vacío. Daba la impresión de que el mundo se quedaba desierto cuando el sol se ponía. Pasó junto a la pocilga —que también estaba en silencio, porque había soltado a los animales para que se alimentasen por sí solos—, y cruzó el patio delantero hasta la casa. Al abrir la puerta se detuvo, y su corazón empezó a latir con fuerza al darse cuenta de que el lugar se sentía diferente.

—¡Sondy! —gritó, dejándose llevar por un impulso irracional.

Atravesó rápidamente la cocina y abrió de golpe la puerta del dormitorio. La habitación estaba vacía, sin ningún cambio en la suciedad que había permitido que se acumulara. Deprimido y sintiéndose como un imbécil, volvió no obstante a la entrada principal y examinó los alrededores. Todo estaba como siempre bajo la triste luz cobriza, y el único signo de movimiento provenía del cuernazul que pastaba cerca del huerto.

Bartan suspiró, moviendo la cabeza ante su arrebato de idiotez. Sentía un dolor palpitante en las sienes, consecuencia del vino que había bebido por la tarde, y se sentía sediento. Eligió una garrafa llena de la hilera del rincón, cogió una copa y volvió a salir para sentarse en un banco junto a la puerta. El vino tenía peor sabor que otras veces, pero bebió las dos primeras copas ávidamente, vaciándolas como si fuese agua, para conseguir el bendito aturdimiento que ofuscaba el intelecto y las emociones. Tenía la sensación de que iba a necesitarlo más que nunca en las horas venideras.

Cuando la oscuridad aumentó y los cielos empezaron a presentar su espectáculo nocturno, vio a Farland —el único punto verdoso en el firmamento— y dejó que su mirada se detuviese allí. Seguía sintiéndose escéptico respecto a la religión, pero últimamente había empezado a entender el consuelo que podía otorgar. Aceptando que Sondeweere estuviera muerta, era bonito creer —aunque sólo fuese a medias— que había tomado el Camino de las Alturas hacia el planeta lejano y empezado una nueva existencia allí.

Una simple reencarnación sin permanencia de los recuerdos ni de la personalidad, según postulaba la religión alternista, era en cierto modo indistinguible de la muerte; pero ofrecía algo: la posibilidad de que no hubiera destruido totalmente una hermosa vida humana con su tozudez y su arrogancia. De que en la eternidad que les aguardaba, Sondeweere y él volvieran a encontrarse quizá muchas veces, y tener la ocasión de compensarla de alguna forma. El hecho de que no se reconocieran de forma consciente, y aún así pudieran actuar como espíritus afines, atrayéndose, convertía la idea en algo romántico, bello y conmovedor.

Las lágrimas brotaron de sus ojos, ampliando la imagen de Farland en anillos sucesivos llenos de centelleantes agujas radiales. Tomó un nuevo trago de vino para suavizar el dolor que oprimía su garganta.

Dame un signo de que estás ahí, Sondy, rogó, entregado a la fantasía. Si pudieras darme algún signo de que aún existes, yo también empezaría una nueva vida.

Continuó bebiendo, mientras Farland fue desplazándose en el cielo hacia abajo. De vez en cuando perdía la conciencia —a causa del agotamiento y la creciente embriaguez—, pero, al abrir los ojos, el planeta verde estaba siempre centrado en su campo de visión: a veces como una burbuja luminosa que giraba, otras con la apariencia de una gema calcedónica circular, proyectando una luz lánguida y verdosa desde sus múltiples facetas. Tuvo la impresión de que crecía hasta desarrollar un núcleo en movimiento que dispensaba una luminosidad cremosa, un núcleo que de forma imperceptible fue transformándose en un rostro de mujer.

Bartan, dijo Sondeweere, no con una voz normal, sino con una transmutación del sonido en la que un tipo de silencio se imponía sobre otro. Pobre Bartan, hace tiempo que conozco tu dolor y me alegro de haber conseguido llegar hasta ti. Debes dejar de culparte, dejar de castigarte, y de malgastar tu única vida. No tienes ninguna razón para reprocharte por mi destino.

—Pero yo te traje a este lugar —murmuró Bartan, sin sorprenderse, aceptando el juego de los sueños—. Yo soy responsable de tu muerte.

Si estuviese muerta no podría hablarte.

Bartan replicó en su confusa obstinación.

—El crimen existe. Te privé de la vida, de la única que podíamos compartir, y eras tan encantadora, tan dulce, tan buena…

Tienes que recordarme como era en realidad, Bartan. No alimentes tu culpa imaginándome como una mujer extraordinaria.

—Tan buena, tan pura…

¡Bartan! Puede que te ayude saber que nunca te fui fiel, nunca. Glave Trinchil fue sólo uno de los hombres con los que compartí los placeres. Hubo muchos más, incluido mi tío Jop… Así es, Bartan. La no voz, las modulaciones del silencio, en cierto modo transmitían sabiduría y afabilidad. Esto está ocurriendo realmente, pero no volverá a ocurrir; de modo que toma nota de lo que te digo. ¡No estoy muerta! Debes dejar de torturarte y desperdiciar tu vida. Deja el pasado atrás y busca otras cosas. Sobre todo, olvídame definitivamente. Adiós, Bartan…

El sonido de la copa al romperse contra el suelo hizo que Bartan se levantase. Permaneció allí, en la oscuridad salpicada de estrellas, tambaleándose y temblando, mirando hacia Farland, que ahora estaba sobre el horizonte occidental. Lo percibió como una luz verde, sin orlas ni adornos ópticos, pero por primera vez lo vio como otro planeta, un mundo, un lugar real que era tan grande como Land u Overland, un asiento para la vida.

—¡Sondy! —gritó, dando unos cuantos pasos—. ¡Sondy!

Farland continuó su lento descenso hacia el borde del planeta. Bartan volvió a entrar en la casa a buscar otra copa y salió de nuevo al banco. Llenó la copa y bebió a pequeños sorbos, regulares e ininterrumpidos mientras la enigmática mota brillante desaparecía, parpadeando en el horizonte.

Cuando ya no estuvo ante sus ojos, descubrió que su mente había adquirido una extraña y precaria claridad —una capacidad que pronto se desvanecería— para comprender conceptos sobrenaturales. Los juicios y decisiones trascendentales debían hacerse rápidamente, antes de que la corriente del vino lo barriese y lo arrastrara a la inconsciencia.

—Todavía repudio las creencias religiosas —le anunció a la oscuridad, recurriendo a hablar en voz alta para ayudar a que su pensamiento se grabara para los días y los años venideros—. Por ello soy totalmente lógico. ¿Cómo sé que soy totalmente lógico? Porque el alternismo predica que sólo el alma, la esencia espiritual, viaja por el Camino de las Alturas. Es un artículo de fe que no existe una continuidad de la memoria; de otra forma, cada hombre, cada mujer, cada niño cargaría con una serie de recuerdos de sus existencias anteriores. Es obvio que Sondeweere se acuerda de mí y de todas las circunstancias de nuestras vidas; entonces no puede ser una reencarnación alternista.

»Tampoco hay casos conocidos de que quienes han muerto se comuniquen con los de aquí. Y la misma Sondeweere habló de mi vida única, lo que… lo que realmente no prueba nada… Pero si todos tenemos sólo una vida, y ella me habló de verdad, quiere decir que su vida no ha terminado… ¡Sondeweere está físicamente viva en alguna parte!

Bartan se estremeció y tomó un trago más largo, confusamente exaltado y abrumado al mismo tiempo. Su descubrimiento condujo muchas preguntas hasta su conciencia, preguntas que no estaba acostumbrado a responder. ¿Por qué se había convencido de que Sondeweere estaba en Farland y no, como era más probable, en otro lugar de su propio planeta? ¿Sería porque la aparición había estado íntimamente asociada a la imagen del planeta verde, o porque su extraño mensaje sin voz contenía significados que no revelaban las palabras?