—Sí, más te vale mirar a otro lado; es lo que haría yo en tu caso, Tom.
—¡Ay Dios mío! —dice la tía Sally— ¿es que ha cambiado tanto? Pero si ése no es Tom, es Sid; Tom está… pero, ¿dónde está Tom? Estaba aquí hace un momento.
—Quieres decir dónde está Huck Finn.. . ¡a ése te refieres! Calculo que no he criado a un bribón como mi Tom todos estos años para no conocerlo cuando lo veo. Estaría bueno. Sal de debajo de la cama, Huck Finn.
Eso fue lo que hice. Pero no me sentía muy contento.
La tía Sally se convirtió en una de las personas que menos comprendía nada que yo haya visto en mi vida, salvo una, y ése fue el tío Silas, cuando vino y se lo contaron todo. Podría decirse que fue como si se emborrachase, y todo el resto del día se pasó sin comprender nada. Aquella noche predicó un sermón en la reunión de la iglesia que le dio una reputación fenómena, porque no lo habría entendido ni la persona más vieja del mundo. Así que la tía Polly le dijo a todo el mundo quién era yo, y tuve que confesar que estaba en una situación tan mala que cuando la señora Phelps me tomó por Tom Sawyer… —y entonces ella intervino y dijo: «Vamos, vamos, llámame tía Sally, ya estoy acostumbrada y no hay por qué cambiar las cosas»—, que cuando la tía Sally me tomó por Tom Sawyer tuve que aceptarlo, porque no podía hacer otra cosa, y yo sabía que a Tom no le importaría, al contrario, le encantaría por tratarse de un misterio y lo convertiría todo en una aventura y se quedaría contentísimo. Así salieron las cosas, y él hizo como que era Sid y me las facilitó todo lo que pudo.
Su tía Polly dijo que Tom tenía razón en lo que había dicho de que la vieja señorita Watson había declarado libre a Jim en su testamento, así que, claro, Tom Sawyer se había metido en todo aquel lío y toda aquella aventura para liberar a un negro que ya era libre, y por eso yo no lograba entender hasta aquel momento y aquella conversación cómo podía Tom ayudar alguien a poner en libertad a un negro con la forma en que lo habían educado a él.
Bueno, la tía Polly dijo que cuando la tía Sally le escribió que Tom y Sid habían llegado sanos y salvos se había dicho: «¡Vaya vaya! Era de esperar, por haber dejado que se marchara solo sin nadie que lo vigilase. Así que ahora tengo que ponerme a recorrer todo el río abajo, mil cien millas, y averiguar en qué está metido el muchacho esta vez, porque no había modo de que tú me contestaras».
—Pero si aquí no llegaban noticias tuyas —va y dice la tía Sally.
—¡Vaya, qué raro! Pero si te he escrito dos veces para preguntarte a qué te referías al decir que había llegado Sid.
—Bueno, hermana, pero nunca me llegaron.
La tía Polly se dio la vuelta muy lenta y severa, y va y dice:
—¡Tú, Tom!
—Bueno… ¿qué? —contesta él, como enfadado.
—No me vengas preguntando qué, insolente; dame esas cartas.
—¿Qué cartas?
—Esas cartas. Te aseguro que si tengo que echarte mano, te voy a…
—Están en el baúl. Ya está dicho. Y están igual que estaban cuando me las dieron en correos. No las he visto. No las he tocado. Pero sabía que iban a crear problemas y pensé que no te corrían prisa y que…
—Bueno, te mereces una paliza, de eso no hay duda. Te escribí otra para decirte que iba a venir, y supongo que… —No, llegó ayer; todavía no la he leído, pero llegó bien, ésa la tengo yo.
Yo hubiera apostado dos dólares a que no, pero calculé que quizá era más seguro no apostar. Así que no dije nada.
Capítulo último
La primera vez que pude ver a Tom a solas le pregunté en qué había pensado cuando lo de la evasión, qué pensaba hacer si la evasión salía bien y lograba poner en libertad al negro que ya antes era libre. Respondió que lo que había planeado desde un principio, si lográbamos sacar a Jim y ponerlo a salvo, era seguir con él por el río en la balsa y tener montones de aventuras allí, y después decirle que era libre y llevarlo de vuelta a casa en un barco de vapor, bien fino, y pagarle por todo el tiempo que había perdido y escribir por adelantado para que todos los negros fueran a recibirlo y a llevarlo bailando al pueblo con una procesión de antorchas y una banda de música. Entonces sería un héroe y nosotros también. Pero yo calculé que ya estaba bien tal como estaban las cosas.
No tardamos nada en quitarle las cadenas a Jim, y cuando la tía Polly, el tío Silas y la tía Sally se enteraron de lo bien que había ayudado al médico a cuidar de Tom, le hicieron muchas zalemas y lo mimaron mucho y le dieron de comer todo lo que quería para que lo pasara bien y no tuviese que hacer nada. Le hicimos subir al cuarto del enfermo, donde estuvimos charlando mucho tiempo, y Tom le dio a Jim cuarenta dólares por haber hecho de prisionero con nosotros con tanta paciencia y haberlo hecho todo tan bien, y Jim casi se murió de contento y se puso a gritar:
—Vaya, Huck, ¿qué te decía? ¿Lo que te dije en la isla de Jackson? Te dije que tengo muchos pelos en el pecho y que eso es una buena señal, y te dije que había sido rico una vez y que iba a volver a ser rico otra vez, y ahora se ha cumplido, ¡míralo! ¿Te enteras? No me digas que no: las señales son señales y no lo olvides; ¡yo sabía que iba a volver a ser rico, tan seguro como que el sol sale por el Este!
Después Tom se puso a hablar y hablar y dijo que una de aquellas noches nos podíamos escapar los tres y reunir una banda en busca de aventuras estupendas entre los indios, en su territorio, durante dos semanas o tres. Yo dije que muy bien, que me iba perfectamente, pero no tenía dinero para comprarme la ropa y calculaba que no me lo iban a mandar de casa, porque probablemente padre ya habría vuelto y el juez Thatcher se lo habría dado todo y él se lo habría bebido.
—No, nada de eso —y va y dice Tom—; ahí sigue todito: seis mil dólares y más; tu padre no volvió nunca. Por lo menos hasta que me vine yo aquí.
Jim dijo, como muy solemne:
—No va a volver más, Huck.
Y yo voy y digo:
—¿Por qué, Jim?
—No importa por qué, Huck, pero no va a volver más.
Pero yo insistí, así que al final él va y dice:
—¿No te acuerdas de aquella casa que estaba flotando río abajo y había dentro un hombre, todo tapado, y yo entré y lo destapé y no te dejé que pasaras? Bueno, pues ya puedes pedir tu dinero cuando quieras, porque era él. Tom ya está casi bien y lleva la bala colgada al cuello con una caja de reloj, y siempre mira qué hora es, así que ya no hay nada más que escribir. Yo me alegro cantidad, porque si hubiera sabido lo difícil que era escribir un libro, no me habría puesto a ello, y no pienso volver a hacerlo. Pero calculo que tengo que marcharme al territorio antes que naide, porque la tía Sally va a adoptarme y a cevilizarme, y no lo aguanto. Ya sé lo que es pasar por eso.