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Colocando una mano sobre sus ojos, Gao Ma murmuró:

– ¿Por qué tu hermano te trata como si fueras su peor enemigo? Ella se mordió el labio mientras dos enormes lágrimas resbalaron por sus mejillas.

Jinju, no he conocido un momento de paz desde que lloraste ese día. Te amo, quiero que seas mi esposa… Ya ha pasado un año, Jinju, pero me evitas cada vez que intento hablar contigo… Quiero rescatarte de una vida infernal. Zhang Kou, sólo te pido que recites otra docena de versos, el tiempo suficiente para que pueda coger su mano… Aunque ella grite delante de todos, aunque su madre salte sobre mí y me maldiga o me abofetee. No, no va a gritar, sé que no lo hará. Es infeliz con el matrimonio que han concertado para ella. El mismo día en que su hermano mayor la llamó, el día que la ayudé a recoger la cosecha, sus padres firmaron un acuerdo con el abuelo de Liu Shengli y los padres de Cao Wen, emparejando a tres chicos con tres chicas como si fueran langostas, una cadena con tres vínculos, una forma sórdida de crear nuevas familias. Ella no me odia; sé que le gusto. Cuando nos encontramos, baja la cabeza y se aleja, pero puedo ver cómo las lágrimas resbalan por sus mejillas. Me duele el corazón, rne duele el hígado, me duelen los pulmones, me duele el estómago, me duelen las entrañas, me duele todo lo que hay dentro de mí…

– Comandante, deprisa, da la orden -espetó Zhang Kou-. Envía tus tropas por la montaña… Salva a nuestra Hermana Mayor Jiang… Han muerto tantas polillas en la llama amarilla de la linterna. Nuestra Hermana Mayor Jiang se encuentra cautiva, las masas temen por su seguridad. ¡Camaradas! Debemos mantener la cabeza f ría: si nos arrebatan a nuestra Hermana Mayor, yo seré el primero en llorar su pérdida… La vieja dama dispara dos pistolas, su cabello blanco revolotea con el viento, las lágrimas resbalan por su rostro.

Di algo, Zhang Kou. Canta, Zhang Kou.

– Mi marido languidece en un campo de prisioneros… Su viuda y su hija huérfana siguen con la revolución…

Zhang Kou, sólo te pido un par de versos más, dos más, y podré coger su mano, podré sentir el calor de su cuerpo, podré oler el sudor de sus axilas.

– Hacer la revolución no significa actuar de forma temeraria. Debe hacerse de forma lenta y segura y tenemos que ir paso a paso.

Se desató una explosión dentro de su cabeza y un halo de luz se arremolinó hasta que se vio circundado por una nube de muchos colores. Alargó el brazo; su mano parecía tener ojos, o quizá la mano de Jinju le había estado esperando todo este tiempo. Gao Ma la agarró con fuerza.

Sus ojos se abrieron, pero no pudo ver nada. No hacía frío y, sin embargo, estaba tiritando; su corazón palideció.

A la noche siguiente Gao Ma se escondió detrás de un montón de paja que se acumulaba en el borde de la era de Jinju, esperando ansiosamente. La noche era de nuevo estrellada y una fina luna creciente daba la sensación de estar suspendida en el cielo, desde la punta de un elevado árbol, con sus rayos luminosos debilitados por el firmamento envolvente. Un potro castaño galopaba por el borde de la era, que estaba limitada al sur por una amplia zanja cuya pendiente se encontraba repleta de arbustos de color índigo. De vez en cuando, el potro galopaba hacia el interior de la zanja y ascendía por el otro lado y, cuando atravesaba los arbustos, los hacía crujir. Las lámparas estaban encendidas en la casa de Jinju, donde su padre -Cuarto fío Fang- se encontraba en el patio, gritando y siendo constantemente interrumpido por Cuarta Tía, la madre de Jinju. Gao Ma se esforzó por escuchar su conversación, pero se encontraba demasiado lejos. Un puñado de periquitos -que superaba sobradamente el centenar- emitía un estruendo ensordecedor en el hogar de Gao Zhileng, el vecino de los Fang. Aquel ruido ponía los nervios de punta a todos. Gao Zhileng criaba periquitos para ganar dinero, cosa que hacía en gran cantidad; era la única familia de la aldea que no tenía que recurrir al ajo para poder vivir.

Los agudos chillidos de los periquitos taladraban los oídos, mientras el potro castaño, sacudiendo la cola con rapidez, se paseaba por la zona, introduciendo sus brillantes ojos en todos los agujeros que había en la neblinosa oscuridad. Comenzó a mordisquear una pila de paja, aparentemente sólo a medias, pero bastante como para enviar con el viento el olor un poco enmohecido del mijo hacia donde se encontraba Gao Ma, que se agazapaba alrededor de la pila para estar más cerca de la puerta enrejada de Jinju, a través de la cual se filtraba la luz. No podría saber qué hora era, ya que su reloj no tenía la pantalla iluminada. Alrededor de las nueve, supuso. Justo entonces, el reloj de la casa de Gao Zhileng comenzó a dar las horas y Gao Ma se alejó unos pasos de los gritos de los periquitos para poder contar las campanadas. Las nueve en punto. Había acertado. Sus pensamientos regresaron a lo que había sucedido la noche anterior y a la película Le Rouge et le Noir, que había visto cuando estaba en el ejército: Julien le coge la mano a Madame de Renal mientras cuenta las campanadas del reloj de la iglesia.

Gao Ma había apretado la mano de Jinju y ella le había apretado la suya. No se las soltaron hasta que Zhang Kou acabó su balada y lo hicieron muy a su pesar. En la confusión que se produjo mientras todos se levantaban y se marchaban, él susurró:

– Mañana por la noche te esperaré junto al montón de paja. Tenemos que hablar.

Él no la miró, ni siquiera sabía si ella le había escuchado. Pero al día siguiente trabajó con la mente tan distraída que constantemente arrancaba los brotes y dejaba las malas hierbas. El sol de la tarde todavía se elevaba sobre el cielo cuando se fue a casa, donde se recortó la barba, se explotó un par de espinillas que tenía en la nariz, se quitó con las tijeras un poco de mugre entre los dientes y se lavó la cabeza sin pelo y el cuello con jabón de baño. Después de comer algo rápidamente, sacó un cepillo de dientes apenas usado y la pasta dentífrica y obsequió a sus dientes con un buen cepillado.

Los gritos de los periquitos le hicieron perder los nervios y cada vez que se acercaba resueltamente a la puerta, daba media vuelta y regresaba a su escondite. Entonces, la puerta crujió e hizo que su corazón diera un vuelco. Metió la mano en la pila de paja hasta el codo sin sentir nada en absoluto. De repente, el potro castaño se encolerizó y empezó a galopar, emitiendo un ruido sordo con los cascos mientras embarraba la paja en su carrera.

– ¿Dónde crees que vas a estas horas? -gritó Cuarta Tía.

– No es tarde. Apenas acaba de anochecer. -El simple hecho de oír la voz de Jinju le hizo sentir un poco culpable.

– Te he preguntado a dónde vas -repitió Cuarta Tía.

– Voy junto al río a refrescarme -respondió Jinju con determinación.

– No tardes.

– No te preocupes, no me voy a escapar.

Jinju, Jinju, protestó suavemente Gao Ma, ¿cómo lo puedes soportar?

El cerrojo sonó ruidosamente cuando la puerta se cerró. Desde el lugar privilegiado que ocupaba junto a la paja, Gao Ma observó con anhelo cómo la borrosa silueta de la joven se dirigía hacia el norte, en dirección al río, en lugar de acercarse hacia él. Hizo un esfuerzo por contener el instinto de correr tras ella, pensando que aquello era una farsa para engañar a su madre.

Jinju… Jinju… Enterró su rostro en la paja, sus ojos se humedecían. Mientras tanto, el potro galopaba de acá para allá detrás de él, y los periquitos seguían gritando con fuerza. Hacia el sur, en el apestoso embalse plagado de maleza, las ranas se croaban unas a otras, emitiendo un sonido que resultaba desagradable para el oído.

Todo esto hizo que Gao Ma recordara aquella noche hacía tres años en la que él y la concubina del comandante de su regimiento se habían escapado juntos: cómo aquella mujer de nariz respingona y rostro pecoso se había arrojado a sus brazos, cómo la había cogido por el talle y había olido su intenso olor corporal. Como si se aferrara a un tronco de madera, la había abrazado aunque no la amaba. Eres despreciable, se regañó a sí mismo, fingir que estás enamorado para mejorar tu situación con su patrón. Sin embargo, al final se hizo justicia y tuve que pagar un precio muy alto por mi hipocresía.