Permanente del Tribunal del Pueblo del Condado Paraíso, y Jiang Xiwang, director de la Oficina General de la Rama del Congreso del Pueblo del Condado Paraíso. La señorita SongXiufen oficiará de escribiente. El abogado de la acusación es Liu Feng, procurador adjunto de la Procuraduría del Pueblo del Condado Paraíso.
El magistrado se sentó, como si estuviera completamente agotado, dio otro sorbo a su taza de té y dijo con voz ronca:
– Según el artículo 113, subsección 1, sección 2 del Código Penal, los acusados tienen derecho a recusar a cualquier miembro del plantel de jueces, a la escribiente del tribunal o al abogado de la acusación. También tienen derecho a abogar en su propio nombre.
Gao Yang captó las palabras del magistrado, pero apenas entendió su significado. Se encontraba tan nervioso que su corazón se aceleró por un instante y pareció detenerse después. Tenía la sensación de que su vejiga estaba a punto de estallar, aunque sabía que estaba vacía. Cuando se retorció para aliviar la presión, sus escoltas policiales le dijeron que se quedara quieto.
– ¿Desea alguien hacer una recusación? ¿Eh? -preguntó el magistrado lánguidamente-. ¿No? Perfecto. En ese caso, el abogado de la acusación pasará a leer los cargos formales.
El abogado de la acusación se puso de pie. Tenía una voz fina y aguda y Gao Yang dedujo por su acento que no era de la localidad.
Con los ojos pegados a los labios agitados del abogado de la acusación y a su ceño fruncido, poco a poco se olvidó de su necesidad de orinar. Sin saber muy bien qué decía aquel hombre, dedujo vagamente que los acontecimientos que se estaban relatando tenían muy poco que ver con él.
El magistrado dejó su té sobre la mesa.
– A continuación, el tribunal escuchará los alegatos. Acusado Gao Ma, ¿la mañana del veintiocho de mayo gritó usted una serie de proclamas reaccionarias, incitando a las masas a destrozar y a saquear las oficinas del Condado?
Gao Yang se giró para mirar a Gao Ma, que se encontraba de pie en un banquillo colocado a unos metros mirando a un ventilador cuyas aspas se movían lentamente.
– Acusado Gao Ma, ¿ha entendido la pregunta? -Esta vez, la voz del magistrado sonó más firme.
Gao Ma bajó la cabeza hasta que se quedó mirando directamente al magistrado:
– ¡Os desprecio a todos!
– ¿Nos desprecia? ¿Por qué motivo? -dijo sarcásticamente el magistrado-. Estamos celebrando este juicio basándonos en los hechos y en la autoridad que nos concede la ley. No castigaremos a una persona inocente ni dejaremos libre a un solo culpable. Nos da igual si lo aceptas o no. Llamen al primer testigo.
El primer testigo era un joven de piel blanca que estuvo jugueteando con su camisa durante todo el tiempo que permaneció de pie.
– ¿Cómo se llama y a qué se dedica?
– Me llamo Wang Jinshan. Soy chófer del Condado.
– Wang Jinshan, debe decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, ya que está sujeto a las leyes que castigan el perjurio. ¿Me comprende?
El testigo asintió.
– La mañana del veintiocho de mayo llevaba a la estación en mi coche a uno de los invitados del administrador del Condado Zhong y en el camino de vuelta me vi atrapado en un atasco aproximadamente a cien metros al este del edificio de la oficina del Condado. Allí vi gritar al prisionero Gao Ma desde lo alto de un carro de bueyes: «¡Abajo con los oficiales corruptos! ¡Abajo con los burócratas!».
– El testigo puede retirarse -dijo el magistrado-. ¿Tiene que decir algo a eso, Gao Ma?
– ¡Os desprecio a todos! -replicó fríamente Gao Ma.
A medida que el juicio iba avanzando, las rodillas de Gao Yang comenzaron a entumecerse y se sintió mareado. Cuando el magistrado se dirigió a él, dijo:
– Señor, ya he dicho todo lo que tenía que decir. Por favor, no me haga más preguntas.
– Éste es un tribunal de justicia y debe comportarse como es debido -respondió el juez, soltando un chorro de saliva. Pero enseguida pareció cansarse de hacer preguntas, que apenas variaban, así que anunció-: Eso es todo. A continuación, escuchemos los argumentos del abogado de la acusación.
El abogado de la acusación se puso de pie, hizo algunos breves comentarios y luego volvió a sentarse.
– Ahora escuchemos a las partes agraviadas.
Tres individuos, cuyas manos estaban envueltas en vendas, dieron un paso al frente.
Bla, bla, bla, yak,yak, yak, comentaron las partes agraviadas.
– ¿Los acusados tienen algo que decir? -preguntó el magistrado.
– Señor, mi pobre marido ha sido asesinado. Además de perderle a él, también perdí dos vacas y un carromato y lo único que me dio el secretario del partido Wang fueron tres mil quinientos yuan. Señor, he sido víctima de una persecución.
Cuando terminó, Cuarta Tía estaba aporreando la barandilla que tenía ante sí, sollozando.
El magistrado frunció el ceño.
– Acusada Fang née Wu, eso no tiene nada que ver con el caso que nos ocupa.
– ¡Señor, se supone que sus oficiales no deberían protegerse entre sí de esa manera! -se quejó.
– Acusada Fang née Wu, no le consiento que se comporte así. ¡Una acometida más como ésa y la acuso de desacato! -El magistrado estaba claramente irritado-. El abogado defensor debe exponer sus argumentos.
Entre los representantes de los acusados se encontraba un joven oficial del ejército. Gao Yang estaba seguro de haberle visto antes en alguna parte, pero no podía recordar dónde.
– Soy profesor de la Sección de Investigación y Enseñanza Marxista-Leninista de la Academia de Artillería. Según la sección 3, artículo 26 del Código Penal, estoy capacitado para defender a mi padre, el acusado Zheng Changnian.
Su afirmación dio un nuevo giro al proceso. Un murmullo recorrió el techo abovedado de la sala. Incluso los prisioneros miraron a su alrededor hasta que encontraron al anciano de cabello blanco que se sentaba en el banquillo central.
– ¡Orden en la sala! -exigió el magistrado.
Los espectadores guardaron silencio para escuchar lo que el joven oficial tenía que decir.
Mirando directamente al magistrado, comenzó:
– Señoría, antes de empezar con la defensa de mi padre, solicito permiso para realizar una declaración abierta relacionada con el proceso.
– Permiso concedido -dijo el magistrado.
El joven se giró para mirar a los espectadores, hablando con una pasión que conmovió a todos los que le escuchaban.
– Señoría, damas y caballeros, la situación en nuestras aldeas ha cambiado considerablemente tras la Tercera Sesión Plenaria del Undécimo Comité Central del partido, incluyendo las que pertenecen al Condado Paraíso. Los campesinos viven mucho mejor que durante la Revolución. Eso es algo que nadie puede negar. Pero los beneficios de los que han disfrutado tras la aplicación de las reformas rurales están desapareciendo poco a poco.
– Por favor, no se desvíe del tema -interrumpió el magistrado.
– Gracias por recordármelo, señoría. Iré directamente al grano. En los últimos años los campesinos han sido obligados a soportar cargas más pesadas: tasas, impuestos, multas y precios abusivos para conseguir todo lo que necesitan. ¡Cuántas veces les hemos oído decir que, si pudieran, arrancarían las plumas de la cola de los gansos salvajes mientras pasan volando! A lo largo de los últimos dos años esta tendencia se está acelerando y, en mi opinión, por ese motivo los incidentes del ajo en el Condado Paraíso no deberían sorprender a nadie.
El magistrado miró su reloj de pulsera.
– ¡El hecho de no poder vender sus cosechas fue la chispa que prendió la llama de estos terribles incidentes, pero la causa principal fue la política poco transparente que practica el gobierno del Condado Paraíso! -prosiguió el oficial-. Antes de la Liberación, en el gobierno del distrito sólo trabajaba una docena de personas y las cosas marchaban bien. ¡Ahora, un municipio que se ocupa de los asuntos de una treintena de personas emplea a más de sesenta funcionarios! Y si a esa cantidad añadimos a los que están en las comunas, la cifra alcanza casi la centena. Y el setenta por ciento de sus salarios lo pagan los campesinos a través de sus tasas y sus impuestos. Dicho en el lenguaje más directo posible, son parásitos feudales que habitan dentro del cuerpo de la sociedad. Por lo tanto, desde mi punto de vista, las proclamas «¡abajo con los oficiales corruptos!» y «¡abajo con los burócratas!» no son más que una llamada para que los campesinos abran los ojos y, por eso, considero que el acusado Gao Ma es inocente de conducta contrarrevolucionaria. Pero como no me pidieron que hablara en su nombre, mis comentarios no se pueden interpretar como un argumento en su defensa.