Aproximadamente a medio camino de casa, además del olor familiar de las hojas blanqueadas de un viejo árbol, también percibió la esencia intensa y metálica del aceite resistente al óxido. Apenas tuvo tiempo para reaccionar antes de que una mano se posara sobre su hombro. De manera instintiva, metió la cabeza entre los hombros y cerró los labios con fuerza, esperando ser abofeteado. Pero fuera quien fuera el desconocido, se limitó a reír amistosamente y dijo con voz suave:
– ¿De qué tienes miedo? No voy a hacerte daño.
– ¿Qué quieres? -preguntó con voz trémula.
– Zhang Kou -dijo el hombre amablemente-, no habrás olvidado lo que una porra eléctrica es capaz de hacer en tu boca, ¿verdad?
– No he dicho nada.
– ¿De veras?
– No soy más que un anciano ciego que canta historias para poder vivir. Así es como consigo matar el hambre.
– Sólo pienso en tu bienestar -dijo el hombre-. No más canciones sobre el ajo, ¿me oyes? ¿Qué crees que se va a agotar antes, tu boca o la porra eléctrica?
– Muchas gracias por la advertencia. Lo he comprendido perfectamente,
– Eso está bien. Ahora no cometas ninguna locura. Tener la boca demasiado grande es la causa de la mayor parte de los problemas.
El hombre se dio la vuelta y se alejó. Unos segundos después, Zhang Kou escuchó el ruido de una motocicleta arrancando y perdiéndose por la carretera. Permaneció mucho tiempo detrás del viejo árbol sin atreverse a mover un dedo. La mujer que regentaba una tienda de alimentación situada cerca del enorme viejo árbol le vio.
– ¿Eres tú, Tío Abuelo Zhang? -le llamó con voz cálida-. ¿Por qué estás ahí? Ven a comer unos esponjosos bollos, recién sacados del horno. Invito yo.
Una risa irónica escapó de los labios del ciego mientras golpeaba el tronco del árbol con el bastón; después, comenzó a lanzar gritos furiosos:
– ¡Malditas hienas de corazón oscuro! ¿Realmente creéis que podéis cerrarme la boca tan fácilmente? ¡Sesenta y seis años son suficiente vida para un hombre!
La pobre mujer gritó alarmada.
– Tío Abuelo, ¿con quién estás tan enfadado? ¿Es algo por lo que merezca la pena ponerse histérico?
– Ciego y pobre, mi vida nunca ha valido más que un puñado de monedas de cobre. ¡Cualquiera que piense que puede cerrar la boca a Zhang Kou será mejor que se prepare para revocar los veredictos del caso del ajo!
De vuelta a la calle, comenzó a cantar a pleno pulmón.
La propietaria lanzó un profundo suspiro mientras veía bajar por el callejón la enjuta silueta del anciano ciego.
Tres días más tarde las lluvias de otoño convirtieron la calle lateral en un mar de lodo. Mientras la propietaria de la tienda de alimentación permanecía en el umbral de la puerta contemplando la farola que se encontraba en el otro extremo de la calle, con las gotas de lluvia bailando entre su pálida luz amarilla, experimentó una sensación de soledad y aburrimiento desesperante. Antes de cerrar la puerta e irse a la cama, creyó haber escuchado el sonido de una monótona canción de Zhang Kou rondando su casa. Abrió la puerta de golpe y miró a un lado y a otro de la calle, pero la música cesó. Después de cerrar la puerta, volvió a escuchar la música, más íntima y conmovedora que antes.
A la mañana siguiente encontraron el cuerpo de Zhang Kou desplomado sobre la calle lateral, con la boca llena de un lodo hediondo. Tumbado junto a él se encontraba el cadáver sin cabeza de un gato.
Las nubes de lluvia trajeron consigo el insoportable hedor del ajo podrido, que invadió toda la ciudad. Los ladrones, los mendigos y otros indeseables transportaron el cuerpo de Zhang Kou a través de la calle, lanzando gemidos y lamentos desde el alba hasta que cayó la noche, momento en el que cavaron una fosa cerca del enorme árbol viejo y enterraron a Zhang Kou.
Desde ese día, la propietaria de la tienda de alimentación cada noche escucha cantar a Zhang Kou. La pequeña calle lateral no tardó en convertirse en una calle habitada por fantasmas. Uno por uno, los residentes se vieron obligados a marcharse, salvo la propietaria, que un día se ahorcó en el enorme árbol, uniéndose a la población espectral que moraba en el barrio.
Durante toda la noche Cuarta Tía respiró emitiendo un silbido, tosió y armó mucho ruido, robando el sueño a sus compañeras de celda. La presa a la que llamaban Muía Salvaje maldijo enfadada: -¡Si te estás muriendo, maldita sea, hazlo ya…! -Estoy tratando de no toser, muchacha -dijo Cuarta Tía en tono de disculpa-, y ten por seguro que dejaría de estornudar si pudiera…
La muchacha de cejas largas y hermosas que dormía en la litera situada encima de Cuarta Tía protestó:
– Es un crimen el modo en el que obligan a una anciana enferma a cumplir una condena.
Dolida en el alma al recordar la injusticia que se estaba cometiendo con ella, Cuarta Tía sintió cómo las lágrimas inundaban sus ojos y resbalaban por sus mejillas. Y cuanto más pensaba en ello, peor se sentía, hasta que un gemido de agonía ahogó su garganta.
Sus compañeras de celda -aproximadamente una docena en total- se levantaron. Las que tenían el corazón más blando se colocaron el abrigo sobre los hombros y se acercaron a ver qué ocurría, mientras que las que no se conmovían con tanta facilidad se limitaron a protestar y a maldecir.
– ¡Déjalo ya! -ordenó Muía Salvaje-. Sabía que esto iba a pasar. Se supone que eras dura como la piedra, pero te has venido abajo fácilmente: ¡cinco años por quemar un edificio del gobierno!
Entre sollozos y respiraciones con silbidos, Cuarta Tía gimió:
– Muchacha, sé que voy a morir en este campo…
Una guardiana con los ojos somnolientos apareció en la ventana y dio un golpe en las barras.
– ¿Qué está pasando ahí? ¿Quién está haciendo todo ese ruido a estas horas de la noche?
– Informando, oficial -dijo la muchacha de cejas largas-. Número Treinta y Ocho está enferma.
– ¿Qué le ocurre?
– No puede dejar de toser y de estornudar.
– Eso no es nada nuevo. Ahora déjalo ya y ponte a dormir. Hay gimnasia a primera hora de la mañana, no lo olvides.
Después de que la guardiana se fuera, la muchacha de cejas largas vertió un poco de agua en una taza, la acercó a los labios de Cuarta Tía v sacó de debajo de la almohada algunas pastillas.
– Toma, tía -dijo-, son para aliviar el dolor y la inflamación. Toma un par de ellas, te ayudarán.
– No puedo gastar tus medicinas, cariño -objetó Cuarta Tía.
– Todos estamos metidos en esto -respondió la muchacha-, así que ahora no debes preocuparte por nimiedades como ésta.
La muchacha ayudó a Cuarta Tía a tomar las pastillas.
– Jovencita -dijo llorosa Cuarta Tía-, ¿cómo puedo compensarte por esto?
– Conviértela en tu nuera -intervino Muía Salvaje.
– ¿Con los hijos que tengo? -comentó Cuarta Tía-. No se merecen a una persona como ella.
– Y tú, mientras vendes una muía por delante, la cabeza de una tortuga se acerca sigilosa por detrás -soltó la muchacha.