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– Resígnate, primo, y soporta el próximo año de la mejor manera posible. Entonces, cuando salgas, encuentra una esposa y sienta la cabeza.

Gao Ma sonrió lánguidamente, pero no dijo nada.

– Después de todo, eres un veterano del ejército -prosiguió Gao Yang-. Los líderes del campo te han echado el ojo. Sé que puedes conseguir que te liberen pronto si haces lo que te dicen. Podrías estar fuera de aquí antes que yo.

– Tarde o temprano, ¿eso qué importa? -respondió Gao Ma-. Prefiero cumplir la condena por ti para que te puedas ir a casa y cuidar de nuevo de tu familia.

– Primo -dijo Gao Yang-, estamos destinados a tener mala suerte. Para los hombres, sufrir de esta manera no es gran cosa, pero piensa en la pobre Cuarta Tía…

Ansiosamente, Gao Ma preguntó:

– ¿No la habían liberado por motivos de salud?

Dudando unos instantes, Gao Yang dijo:

– Mi esposa me pidió que no te lo dijera…

– ¿Que no me dijeras qué? -exigió Gao Ma ansiosamente, agarrando la mano a Gao Yang.

Gao Yang suspiró.

– Después de todo, era tu suegra, así que no estaría bien ocultártelo.

– Habla, primo. No me tengas en suspenso.

– ¿Te acuerdas el día que vino mi esposa a visitarme? -dijo Gao Yang-. Fue entonces cuando me lo contó.

– ¿Qué te dijo?

– Los hermanos Fang son unos malditos cabrones. ¡No merecen llamarse seres humanos!

La paciencia de Gao Ma se estaba acabando.

– Primo Gao Yang, es hora de sacar las alubias de la cesta. Me estás volviendo loco con tu forma de divagar.

Gao Yang volvió a suspirar.

– Muy bien, te lo cuento. El adjunto Yang tampoco es una buena persona. ¿Te acuerdas de su sobrino, Cao Wen? Pues bien, se cayó a un pozo y su familia decidió arreglar un matrimonio en el Inframundo.

– ¿Un qué?

– ¿Ni siquiera sabes lo que es un matrimonio en el Inframundo?

Gao Ma sacudió la cabeza.

– Es un lugar donde dos personas muertas se unen en matrimonio. Así que, después de que Cao Wen muriera, su familia enseguida pensó en jinju.

Gao Ma se puso de pie de un salto.

– Déjame acabar, Primo -dijo Gao Yang-. La familia Cao quería que el fantasma de Jinju fuera la esposa de su hijo muerto, así que pidieron al adjunto Yang que actuara como casamentero.

Gao Ma apretó los dientes y maldijo:

– ¡Que les jodan a sus piojosos antepasados! ¡Jinju me pertenece!

– Eso es lo que me pone más furioso -dijo Gao Yang-.Todo el mundo de la aldea sabía que Jinju te pertenecía. Llevaba a tu hijo en su vientre. Pero los hermanos Fang aceptaron la propuesta del adjunto Yang y vendieron los restos de Jinju a la familia Cao por ochocientos yuan, que dividieron entre los dos. Entonces, los Cao enviaron a alguien para que abriera la tumba de Jinju y le entregaran sus restos.

Gao Ma, con el rostro del color del hierro, no emitió un solo sonido.

Gao Yang prosiguió:

– Mi esposa dijo que la ceremonia superó a cualquier boda normal que hubiera visto. Contrataron a músicos procedentes de alguna parte del Condado, que tocaron mientras los invitados disfrutaban de un gran banquete. Entonces, los restos de Jinju y Cao Wen se colocaron en un ataúd de color rojo intenso y los enterraron juntos. Los aldeanos que acudieron a observar los festejos maldijeron a la familia Cao, al adjunto Yang y los hermanos Fang. ¡Todo el mundo decía que aquello era un insulto al Cielo y un crimen contra la razón!

Gao Ma permaneció en absoluto silencio.

Gao Yang miró a Gao Ma.

– Primo -prosiguió rápidamente-, no te hace ningún bien dar vueltas a este asunto. Han cometido este crimen contra el Cielo, y el Anciano que está ahí arriba los castigará debidamente… Todo es culpa mía. Mi esposa me dijo que cerrara el pico, pero esta boca apestosa que tengo no es capaz de guardar un secreto.

Una sonrisa helada asomó por el rostro de Gao Ma.

– Primo -soltó Gao Yang temeroso-. No concibas ideas raras. Eres un veterano del ejército, así que no puedes creer en fantasmas ni en cosas parecidas.

– ¿Qué pasó con Cuarta Tía? -preguntó Gao Ma en voz baja.

Gao Yang carraspeó unos segundos y, a continuación, dijo a regañadientes:

– El día en que los Cao fueron a por los restos de Jinju… se ahorcó.

Un grito de angustia salió de la garganta de Gao Ma, seguido por una bocanada de sangre.

Poco después del día de Año Nuevo cayó una fuerte tormenta de nieve.

Los prisioneros la retiraron con palas y la cargaron en unos carros de mano para depositarla en un campo de mijo cercano.

Gao Ma, el primero en presentarse voluntario, sacó un carro cargado de nieve al otro lado de la entrada. No había apostados más guardianes de los habituales, ya que sólo dejaban salir más allá de la puerta a unos cuantos prisioneros. Por eso, únicamente había un oficial de campo vigilando la entrada, con los brazos cruzados, como si estuviera hablando con un guardián de torre.

– Viejo Li -dijo el guardián-, ¿tu esposa ya ha tenido el bebé?

El oficial, con la preocupación reflejada en su rostro, respondió:

– Todavía no. Ya lleva un mes de retraso.

– No te preocupes -le consoló el guardia-. Como dice el refrán, un melón sólo se cae cuando está maduro.

– ¿Cómo no me voy a preocupar? ¿Cómo te sentirías si tu vieja dama llevara un mes de retraso? Qué fácil es hablar.

Gao Ma, empapado de sudor, regresó con el carro vacío.

El oficial le miró con simpatía.

– Descansa un poco, Número Ochenta y Ocho. Pediremos a otro que lleve el carro un rato.

– Ese Número Ochenta y Ocho es un buen muchacho -comentó el guardia.

– Es veterano del ejército -dijo el oficial-. A veces es un poco fogoso. Lo cierto es que hoy en día ya no me sorprende nada.

– Si quieres saber mi opinión, esos cabrones de oficiales del Condado Paraíso fueron demasiado lejos -dijo el guardia-. El pueblo llano no se merece cargar con toda la culpa de lo que sucedió.

– Por esa razón recomendé que la sentencia de este preso fuera rebajada. Personalmente, creo que fueron demasiado duros con él.

– Pero así es como son las cosas hoy en día.

Gao Ma se acercó a la entrada con otra carga de nieve.

– ¿No te he dicho que descansaras? -le preguntó el oficial.

– Después de sacar esta carga -dijo dirigiéndose hacia el campo de mijo.

– He oído que al comisario adjunto Yu le han cambiado de destino -dijo el guardia.

– Ojalá me cambiaran de destino a mí -dijo el oficial melancólicamente-. Este trabajo es una mierda. No tienes vacaciones, ni siquiera el día de Año Nuevo, y el sueldo es una miseria. Si tuviera otro lugar donde ir, no pasaría un segundo más aquí.

– Si esto es tan malo, te puedes marchar siempre que quieras -apuntó el guardia-. Yo he decidido hacerme empresario.

– Con los tiempos que corren, si eres listo puedes llegar a ser oficial. Pero si no eres capaz de soportarlo, debes ganar el dinero de la mejor manera que puedas.

– Por cierto, ¿dónde está Número Ochenta y Ocho? -preguntó el guardia alarmado.

El oficial se giró hacia el campo, donde la luz del sol hacía que la nieve centelleara con extraordinaria belleza.

La sirena de la torre de vigilancia sonó con fuerza.

– Número Ochenta y Ocho -gritó el guardia-, ¡alto o disparo!

Gao Ma corría directo hacia el sol, casi cegado por su resplandor. El aire fresco de la libertad le envolvía como las olas sobre los campos nevados. Corría como un poseso, ajeno a todo lo que le rodeaba, totalmente decidido a tomarse la revancha. Se elevó en el aire como si cabalgara sobre las nubes y atravesara la niebla, hasta que se dio cuenta con sorpresa de que estaba tumbado sobre la helada nieve, boca abajo. Sintió que algo caliente y pegajoso salía a borbotones de su espalda. Con un dulce «Jinju» entre sus labios, enterró el rostro en la húmeda nieve.