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En el propicio décimo día del sexto mes del año mil novecientos ochenta y cinco, prometemos al nieto mayor de Lia Jiaqing, Lin Shengli, con Fang Jinju, hija de Fang Yunqiu; a la segunda hija de Cao Jinzhu, Cao Wenling, con el hijo mayor de Fang Yunqiu, Fang Yijun y a la segunda nieta de Liu Jiaqing, Liu Lanlan, con el hijo mayor de Cao Jinzhu, Cao Wen. Con este acuerdo, nuestras familias quedan unidas para siempre, aunque los ríos se desequen y los océanos se conviertan en desiertos. Quedan como testigos los tres protagonistas: Liu Jiaqing, Fang Yunqiu, Cao Jinzhu.

En el papel, junto a los nombres de los tres protagonistas, figuraban sus oscuras huellas dactilares.

Gao Ma volvió a doblar el contrato y lo guardó en el bolsillo, luego abrió un cajón y sacó un folleto.

– Jinju -dijo-, deja de llorar y escucha la Ley sobre Matrimonio. La sección 3 dice: «Están prohibidos los matrimonios concertados, los matrimonios mercenarios y todos los demás matrimonios que restrinjan la libertad individual». A continuación, en la sección 4 dice: «Los dos contrayentes del matrimonio deben dar su consentimiento. Ni ellos ni ninguna tercera parte pueden utilizar la coerción para obligar a que la otra parte celebre el matrimonio». Esa es la política nacional, que es más importante que este mugriento pedazo de papel. No tienes por qué preocuparte.

Jinju se incorporó y se secó los ojos con la manga.

– ¿Qué se supone que debo decirle a mis padres?

– Muy fácil. No tienes más que decir: «Padre, Madre, no amo a Liu Shengli y no voy a casarme con él».

– Haces que parezca muy sencillo. ¿Por qué no se lo dices tu?

– No creas que no lo haré -respondió malhumorado-. Se lo diré esta misma noche. Y si a tu padre y a tu hermano no les gusta, lo arreglaremos como hombres.

Era una noche nublada, cálida y bochornosa. Gao Ma engulló un poco de arroz que había sobrado y se dirigió al banco de arena que había detrás de su casa, todavía sintiendo cierto vacío en su interior. El sol del atardecer, como una sandía dividida por la mitad, teñía de rojo las nubes dispersas que flotaban sobre el horizonte y las copas de las acacias y los sauces. Como no había ni un soplo de viento, el humo de la chimenea se elevaba formando ligeras columnas que luego se desintegraban y se mezclaban con los residuos de las columnas adyacentes. Las dudas iban en aumento: ¿debería ir a casa de Jinju?, ¿qué iba a decir cuando llegara? Los rostros sombríos y amenazadores de los hermanos Fang flotaban ante sus ojos, al igual que hacían los ojos de Jinju inundados de lágrimas. Finalmente, abandonó el banco de arena y se dirigió hacia el sur. La calle, que siempre se le hacía dolorosamente larga, de repente parecía haberse acortado como por arte de magia. Apenas había partido y ya se encontraba allí. ¿Por qué no podía ser más largo el camino, mucho más largo?

Cuando se detuvo frente a la puerta de Jinju, se sintió más vacío que nunca. Levantó varias veces la mano para llamar, pero enseguida la dejaba caer. Al anochecer, los periquitos proferían un sonido enloquecedor en el patio de Gao Zhileng, como si quisieran burlarse de Gao Ma. El potro castaño galopaba por la era, con una campanilla nueva atada alrededor del cuello que sonaba estruendosamente y provocaba el relinchar de los caballos que se encontraban en la lejanía; el potro corría como una flecha en vuelo, dejando tras de sí el rastro del repicar de la campanilla.

Gao Ma apretó los dientes hasta casi ver las estrellas y, a continuación, golpeó la puerta, que abrió Fang Yixiang, el impetuoso y ligeramente ridículo segundo hijo. 51

– ¿Qué deseas? -preguntó sin disimular su desagrado.

Gao Ma sonrió.

– Sólo vengo a haceros una visita amistosa -contestó pasando junto a Fang Yixiang y dirigiéndose hacia el patio. La familia se encontraba cenando fuera, rodeada de una oscuridad que hacía imposible ver lo que había en la mesa. Gao Ma sintió que el valor empezaba a abandonarle.

– ¿Todavía estáis cenando? -preguntó.

Cuarto Tío se limitó a resoplar.

– Sí -dijo impasible Cuarta Tía-. ¿Y tú?

Gao Ma respondió que ya había comido.

Cuarta Tía ordenó bruscamente a Jinju que encendiera la linterna.

– ¿Para qué necesitamos la linterna? -preguntó Cuarto Tío con cierta desconsideración-. ¿Tienes miedo de mancharte la nariz con la comida?

Pero Jinju entró en la casa y encendió una linterna. Luego la llevó al patio y la colocó en el centro de la mesa, donde Gao Ma advirtió la presencia de una cesta de sauce llena de tortas y de un tazón de espesa pasta de alubias. El ajo estaba esparcido por todas partes.

– ¿Estás seguro de que no quieres un poco? -preguntó Cuarta Tía.

– Acabo de comer -respondió Gao Ma dirigiendo su mirada hacia Jinju, que se sentaba con la cabeza agachada, sin comer ni beber.

Por otra parte, Fang Yijun y Fang Yixiang estaban rellenando las tortas de pasta de alubias y ajo, luego las enrollaban y se las metían en la boca con ambas manos hasta que se les hinchaban las mejillas. Mientras fumaba su pipa. Cuarto Tío observaba a Gao Ma con el rabillo del ojo.

Cuarta Tía miraba a Jinju.

– ¿Por qué no comes en lugar de estar ahí sentada como un trozo de madera? ¿Es que pretendes ser inmortal?

– No tengo hambre.

– Sé muy bien lo que está pasando por vuestras furtivas cabezas -dijo Cuarto Tío- y ya os podéis ir olvidando.

Jinju miró a Gao Ma antes de decir con tono brusco:

– ¡No lo haré…! ¡No voy a casarme con Liu Shengli!

– ¡No esperaba otra cosa de una puta como tú! -maldijo Cuarto Tío mientras lanzaba la pipa contra el suelo.

– ¿Con quién te quieres casar? -le preguntó entonces Cuarta Tía.

– Con Gao Ma -respondió desafiante.

Gao Ma se puso de pie.

– Cuarto Tío, Cuarta Tía, la Ley sobre el Matrimonio estipula…

– ¡Dadle una paliza a ese bastardo! -le cortó Cuarto Tío-. ¡No puede venir a nuestra casa y comportarse de esta manera!

Los dos hermanos soltaron la comida que tenían en las manos, cogieron los taburetes y se lanzaron a la carga.

– ¡Emplear la violencia va contra la ley…! ¡Es ilegal! -protestó Gao Ma mientras trataba de esquivar los golpes.

– ¡Nadie nos va a culpar si te golpeamos hasta la muerte! -replicó Fang Yijun.

– Gao Ma -dijo Jinju entre lágrimas-. ¡Sal de aquí!

Su cabeza sangraba a borbotones.

– Adelante, golpeadme si queréis. Ni siquiera os voy a denunciar. ¡Pero no podéis detenernos ni a Jinju ni a mí!

Desde su asiento al otro lado de la mesa, Cuarta Tía cogió un rodillo y lanzó a Jinju un golpe en la frente.

– ¿Acaso la palabra «vergüenza» no significa nada para ti? Vas a matar a tu propia madre.

– ¡Que se jodan tus antepasados, Gao Ma! -gritó Cuarto Tío-. ¡Mataré a mi hija antes de dejar que se case contigo!

Gao Ma se limpió la sangre que tenía en las cejas.

– Puedes golpearme todo lo que quieras, Cuarto Tío -dijo-, pero si le pones un dedo encima a Jinju, te denunciaré a las autoridades.

Cuarto Tío cogió su pesada pipa de bronce y golpeó a Jinju con fuerza en la cabeza. Esta, emitiendo un débil quejido, se derrumbó en el suelo.

– ¡Vamos, denúnciame por esto! -dijo Cuarto Tío.

Mientras Gao Ma se agachaba para ayudar a Jinju a levantarse, Fang Yixiang le golpeó con un taburete.

Cuando Gao Ma recobró el conocimiento, se encontraba tumbado en mitad de la calle, con una enorme figura mirando por encima de él. Era el potro castaño. Unas cuantas estrellas se asomaban tímidamente a través de las nubes. Los periquitos del patio de Gao Zhileng gritaban. Levantando un brazo lentamente, tocó el cuello satinado del potro, que le mordisqueaba el dorso de la mano mientras su campanilla repicaba ruidosamente.

Al día siguiente de recibir la paliza, Gao Ma acudió a la s5e3de del gobierno municipal para hablar con el administrador adjunto, quien, borracho como una cuba, estaba sentado en un sofá andrajoso, sorbiendo té. En lugar de saludar a Gao Ma, le dirigió una mirada con cara de sueño.