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Entretanto, en la ciudad de Mendoza, Mesié Pierre, entraba a la casa de Liliana y Sofía. Como era costumbre entonces, antes de comer, matearon un rato y las señoritas entretuvieron al francés charlando en el idioma del visitante y tocando la guitarra. El papá de las señoritas se puso a disposición del "gentil caballero".

– Le agradezco mucho, señor-respondió Mesié Pierre-, tengo varias ideas que quisiera poner en práctica…

– Pues, veamos, veamos -dijo el señor.

– Temo aburrir a las señoras -se disculpó el francés.

– En ese caso, creo que será mejor que nos veamos mañana en mi despacho. ¿Qué le parece, señor?

– D'accord -dijo el francés, que quiere decir "de acuerdo". Y sin esperar más, continuó charlando con las señoras. Habló de las tierras de París, de música, de teatro, de poesía. Hizo honor a una abundante cena y, a los postres, entretuvo a la pequeña concurrencia con juegos de prestidigitación.

Mesié Pierre, como muchos viajeros de ese tiempo, tenía ideas progresistas acerca de todo: el regadío de las chacras, como ganar tierras al desierto a través de acequias y cursos de agua y no le faltaban ideas sobre construcción de puentes, caminos, plazas, bancos, estaciones de ferrocarril. En verdad, debía moderar su imaginación y sus ímpetus, porque, de lo contrario, se transformaba en sospechoso y cualquiera podía pensar que se trataba de un charlatán.

Tal vez lo fuera… pero para el abuelo de mi abuelo, era un maestro, un genio.

¿O sería las dos cosas, quizá?

Lo cierto es que convenció al papá de las lindas señoritas de que le otorgara un crédito para sus empresas e inventos y comenzó a frecuentar el Club Social, a vestir elegantemente y a cortejar a la señorita Sofía, como serio pretendiente.

Pero no es de Mesié Pierre de quien debemos hablar ahora, sino del abuelo de mi abuelo, de la chifladura de Anselmo por volar como los cóndores.

– ¿Te parece una idea descabellada?

– De ningún modo -respondía el francés-. Me parece una de las ideas más sensatas del mundo. Un día habrá carretas volando por el aire… ¡qué digo carretas!… vehículos más largos que los trenes recorriendo el mundo, sobre los océanos y los países más lejanos…

– Yo soñé eso y creí que estaba loco -confesó el abuelo de mi abuelo.

– Nunca estuviste más cuerdo -aprobó el francés.

***
***

¡Y cayó, nomás! Si no hubiera sido por eso, Mesié Pierre y Anselmo hoy serían dos héroes de la aviación y la navegación en globo. De todos modos, hicieron el intento, como muchos otros pioneros. Al fin, no faltaban tantos años para que otros intrépidos se lanzaran al cruce de los Andes trepados a un globo. Tiritando, muertos de frío, sin provisiones, cayeron en un valle. Por suerte, pasaban por allí unos arrieros.

– ¡Miren quién está aquí!

– ¿Por dónde apareciste, che?

– ¿Desde cuándo sos pájaro?

Eran unos baqueanos, amigos de Anselmo. Se rieron mucho con la historia del cóndor.

– Suerte que están aquí para contar el cuento…

El francés, callado, taciturno, subió a una mula. Pensó que no era una manera muy airosa de regresar a la ciudad. Pero en fin: ¡cosas peores se habían visto en el mundo!

Al regresar, Sofía se echó a los brazos del francés, como si éste regresara de la guerra. El papá de la muchacha se alegró mucho de verlo, pero le hizo prometer que sentaría cabeza (Mesié Pierre no era un jovencito). Mesié Pierre le guiñó un ojo a su amigo. Tal vez quería decirle que era eso lo que esperaba (casarse, tener una linda finca en Mendoza, hacer fortuna) o quizá el guiño quería decir que las aventuras nunca terminarían para Mesié Pierre. Anselmo pensó averiguar eso esa misma noche, en el baile que ofrecía el papá de Sofía y Liliana.

Se acercó a la casa, iluminada por las velas y lujosa de valses, lindas muchachas y jóvenes oficiales que revoloteaban alrededor de Liliana.

Anselmo se miró en el espejo.-Vio sus pilchas de gaucho pobre, su cara de muchacho, las botas acostumbradas al baile de las enramadas y patios de tierra.

"¿Qué estoy haciendo aquí?", se preguntó. Aunque le tenía mucho afecto a Liliana, no estaba enamorado de ella. Podían decirse adiós tranquilamente. Ella se casaría con uno de esos oficiales o con uno de esos jovencitos que los padres mandaban a estudiar a Buenos Aires, para que volvieran recibidos de doctores, casi todos abogados y, con un poco de suerte, hasta diputados de la provincia.

– ¿Por qué andas tan calladito, Anselmo? -le preguntó Liliana-. ¿No te gusta la fiesta?

– Sí, claro que sí. Pero venía a despedirme ¿sabes?… Porque para mí el viaje no terminó todavía…

Liliana lo miró y lo siguió mirando, como si quisiera entrar en el alma de su amigo. Tal vez adivinó lo que pensaba.

Lo besó en la mejilla y le deseó buena suerte.

El que puso el grito en el cielo fue el francés que lo llamó tonto y retonto.

– ¿Adonde querés ir ahora?

– A Buenos Aires.

– ¡No hay nada que hacer en Buenos Aires!

Pero se dio cuenta que su amigo no cambiaría de opinión. Para Anselmo, como para mucha gente de la Tierra Adentro (como se decía entonces) la Ciudad era como un gran desafío, una tierra a conquistar, un sueño interminable. Y hacia ella iba el abuelo de mi abuelo esa noche. Cabalgando. Solo bajo las estrellas.

– ¡Adiós, Mesié Pierre! ¡Gracias por todo!

– ¡Adiós, querido amigo!

Siguió galopando.

IV Un tanguito para Anselmo Soria

SE fue acercando a la Ciudad de a poco, dando vueltas por el suburbio. Ató su parejero al palenque de una pulpería, como en el campo. Desde allí se abrían las calles de tierra que daban a los Corrales Viejos.

– Se ve que viene de las afueras -opinó un parroquiano.

– Ahá.

– ¿Y qué lo trae a la ciudad, amigo?

– La curiosidad, será…

Al parroquiano le causó gracia la respuesta y lo convidó a tomar una copita en el mostrador.

En ese instante entró un payador. Como en el campo. Pero éste no vestía bombachas o chiripá, ni usaba botas y espuelas. No. Era un señor vestido de pueblero. Llevaba poncho, eso sí; mejor dicho: un ponchito, una chalina sobre los hombros.

Vengo de lejos y lejos

se va conmigo este canto;

ya ni sé si voy o vengo

de la tierra de los gauchos.

Por la cara de Anselmo rodó un lagrimón. Tampoco él sabía por qué estaba allí, tan lejos del fortín y las tolderías de los indios, de las carretas y la pampa.