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—Si presenta cargos contra él, porque desobedeció las reglas o cualquier otra estupidez masculina en la que esté pensando, yo también dimitiré de su maldita Patrulla.

—Oh, no. —El hombretón levantó una palma como para detener un ataque—. Por favor. No me comprende. Sólo pretendía decir que estamos en una situación incómoda.

—¿Cómo? —exigió saber Nomura, desde la silla donde estaba sentado y sostenía la mano de Feliz—. No me habían dado ninguna orden de que no intentase esto, ¿no? Vale, se supone que los agentes deben proteger sus propias vidas si es posible, debido a su valor para la Patrulla. Bien, ¿no se sigue de ello que también es valioso salvar una vida?

—Sí. Claro. —Everard recorrió el suelo. Resonaba bajo sus botas, sobre el tamborileo del flujo—. Nadie discute el éxito, incluso en organizaciones más estrictas que la nuestra. De hecho, Tom, la iniciativa que demostraste hoy hace que tus perspectivas de futuro sean buenas, créeme. —La sonrisa se torció alrededor de la pipa—. Y en cuanto a viejos soldados como yo, se me puede perdonar que estuviese tan dispuesto a rendirme. —Un retazo de algo sombrío—. He visto a tantos perdidos más allá de toda esperanza.

Dejó de moverse, se enfrentó a ellos dos y declaró:

—Pero no podemos dejar cabos sueltos. El hecho es que su unidad no registra que Feliz a Rach regresase, nunca.

Los dos se apretaron más las manos.

Everard le dedicó una sonrisa —aunque teñida de tristeza, era sin embargo una sonrisa— antes de continuar:

—Pero no os asustéis. Tom, antes te preguntaste por qué nosotros, humanos normales, no seguíamos demasiado de cerca a nuestra gente. ¿Comprendes ahora la razón?

»Feliz a Rach nunca regresó a su base original. Podría haber visitado su antiguo hogar, claro, pero no preguntamos oficialmente qué hacen los agentes durante sus permisos. —Tomó aliento—. Y en cuanto al resto de su carrera, si quisiese transferirse a otro cuartel general y adoptar otro nombre, bien, cualquier oficial de graduación suficiente podría aprobarlo. Yo, por ejemplo.

»Somos bastante flexibles en la Patrulla. No nos atrevemos a hacerlo de otra forma.

Nomura comprendió y se estremeció.

Feliz le trajo de vuelta al mundo normal.

—Pero ¿en quién podría convertirme? —se preguntó.

Él aprovechó la oportunidad.

—Bien —dijo medio riendo y medio en trueno—, ¿qué tal señora de Thomas Nomura?