– Tu voz es la misma, un poco más grave -dijo ella con una sonrisa frágil.
Tomas avanzó un paso hacia ella.
– Si lo prefieres, podría trepar a ese árbol y saltar desde esa rama de ahí, es casi la misma altura que la primera vez que me caí encima de ti.
Dio un paso más y la abrazó.
– El tiempo ha pasado de prisa y tan despacio a la vez -dijo abrazándola aún más fuerte.
– ¿Estás llorando? -le preguntó Julia acariciándole la mejilla.
– No, no es más que una mota de polvo que se me ha metido en el ojo, ¿y tú?
– Otra mota igual, su hermana gemela será, qué tontería porque no hay viento.
– Entonces cierra los ojos -le pidió él.
Y, recuperando los gestos del pasado, le rozó los labios con las yemas de los dedos antes de besar cada uno de sus párpados.
– Era la manera más bonita de darme los buenos días. Julia abandonó su rostro contra la nuca de Tomas. -Hueles igual que antes, nunca podría olvidar ese olor. -Ven -dijo-, hace frío, estás temblando. Tomas cogió a Julia de la mano y la llevó hacia la Pu erta de Brandemburgo.
– ¿Has ido antes al aeropuerto? -Sí, ¿cómo lo sabes?
– ¿Por qué no me has hecho un gesto o algo? -Creo que no me apetecía mucho saludar a tu mujer. -Se llama Marina. -Un bonito nombre.
– Es una amiga con la que tengo una relación epistolar. -¿Quieres decir episódica?
– ¡Ah, sí…!, sigo sin hablar perfectamente tu idioma.
– Pues yo diría que te las apañas bastante bien.
Abandonaron el parque y cruzaron la plaza. Tomas la llevó a la terraza de un café. Se instalaron a una mesa y permanecieron largo rato mirándose en silencio, incapaces de encontrar las palabras que decirse.
– Es increíble, no has cambiado nada -dijo entonces él.
– Sí, te aseguro que he cambiado en veinte años. Si me vieras al despertarme por las mañanas, te darías cuenta de que han pasado los años.
– No lo necesito. He contado cada uno de esos años.
El camarero descorchó la botella de vino blanco que Tomas había pedido.
– Tomas, en cuanto a tu carta, tienes que saber…
– Knapp me lo ha contado todo sobre vuestro encuentro. ¡Tu padre, siempre fiel a su proyecto de separarnos!
Alzó su copa y brindó delicadamente. Delante de ellos, una pareja se detuvo en la plaza, maravillada por la belleza de las columnas.
– ¿Eres feliz?
Julia no dijo nada.
– ¿Qué es de tu vida? -quiso saber Tomas. -En este momento de mi vida estoy en Berlín, contigo, tan desamparada como hace veinte años. -¿Por qué este viaje?
– No tenía ninguna dirección a la que contestarte. Tu carta había tardado veinte años en llegarme, ya no confiaba en el correo.
– ¿Estás casada, tienes hijos?
– Todavía no -contestó Julia.
– ¿Todavía no tienes hijos o todavía no estás casada? -Las dos cosas. -¿Y proyectos?
– Antes no tenías esa cicatriz en la barbilla. -Antes sólo había saltado desde lo alto de un muro, aún no había saltado por los aires tras pisar una mina. -Se te ve más robusto ahora -dijo Julia sonriendo. -¡Gracias!
– Era un cumplido, te lo prometo, te sienta muy bien.
– Qué mal mientes, pero he envejecido, es indiscutible. ¿Tienes hambre?
– No -contestó Julia bajando los ojos.
– Yo tampoco. ¿Quieres que caminemos un poco?
– Tengo la impresión de que cada palabra que digo es una tontería.
– No, hombre, no, pero aún no me has desvelado nada sobre tu vida -dijo Tomas con aire triste. -He encontrado nuestro bar, ¿sabes? -Pues yo nunca he vuelto allí. -El dueño me reconoció. -¿Ves como no has cambiado?
– Han derruido el viejo edificio en el que vivíamos y han construido uno nuevo en su lugar. De nuestra calle sólo queda el jardincito de enfrente.
– Quizá sea mejor así. No guardaba buenos recuerdos de allí, salvo los pocos meses que pasamos juntos. Ahora vivo en Berlín Oeste. Para muchos, eso ya no significa nada, pero yo, desde las ventanas de mi casa, todavía veo la frontera.
– Knapp me ha hablado de ti -dijo Julia.
– ¿Qué te ha dicho?
– Que tenías un restaurante en Italia y toda una patulea de hijos que te ayudaban a cocinar pizzas -contestó ella.
– Qué idiota… ¿De dónde habrá sacado una tontería así?
– Del recuerdo del daño que te he hecho.
– Supongo que yo también te habré hecho daño a ti, puesto que me creías muerto…
Tomas miró a Julia entornando los párpados.
– Es algo pretencioso lo que acabo de decir, ¿verdad?
– Sí, un poco, pero es cierto.
Tomas tomó la mano de Julia entre las suyas.
– Cada uno siguió su camino, la vida lo decidió así. Tu padre contribuyó mucho a ello, pero parece que el destino no quería reunimos.
– O quería protegernos… Quizá habríamos terminado por no soportarnos; nos habríamos divorciado, tú serías el hombre al que más odiaría en el mundo, y ahora no estaríamos pasando esta velada juntos.
– ¡Sí, para discutir sobre la educación de nuestros hijos! Y hay parejas que se separan y aun así siguen siendo amigos. ¿Hay alguien en tu vida? ¡Si pudieras no escurrir la pregunta esta vez!
– ¡Eludir!
– ¿Qué?
– Querías decir eludir la pregunta, escurrir se aplica más bien a algo que está mojado y quieres quitarle el agua.
– Hablando de agua, me estás dando una idea. ¡Sígueme! En la terraza vecina había un restaurante de marisco.
Tomas corrió a sentarse a una mesa, obviando las miradas furiosas de unos turistas que esperaban su turno.
– ¿Ahora haces cosas así? -preguntó Julia sentándose-. No es muy civilizado. ¡Nos van a echar!
– ¡En mi oficio, hay que tener recursos! Además, el dueño es amigo mío, tenemos que aprovechar.
Éste vino precisamente a saludar a Tomas.
– La próxima vez, intenta ser más discreto, me vas a enemistar con mi clientela -le susurró al oído el dueño del restaurante.
Tomas le presentó a Julia a su amigo.
– ¿Qué recomendarías a dos personas que no tienen nada de hambre? -le preguntó.
– ¡Pues voy a empezar por traeros un cóctel de gambas, porque el comer, como el rascar, todo es empezar!
El dueño desapareció. Antes de entrar en la cocina, se volvió, levantó el pulgar y, con un guiño muy elocuente, le dio a entender a Tomas que encontraba guapísima a Julia.
– Me he convertido en dibujante. -Ya lo sé. Me encanta tu nutria azul… -¿La has visto?
– Te mentiría si te dijera que no me pierdo una sola de tus películas de dibujos animados, pero como en mi profesión todo se sabe, el nombre de su creadora ha llegado hasta mis oídos. Estaba en Madrid, una tarde que tenía un poco de tiempo libre. Me fijé en el cartel y entré en la sala; tengo que confesarte que no entendí todos los diálogos, el español no es mi fuerte, pero creo que capté lo esencial de la historia. ¿Puedo preguntarte una cosa?
– Todo lo que quieras.
– ¿No te habrás inspirado en mí por casualidad para crear el personaje del oso?
– Según Stanley, el del erizo se parece más a ti. -¿Quién es Stanley? -Mi mejor amigo.
– ¿Y cómo puede saber que me parezco a un erizo?
– Será porque es muy intuitivo y perspicaz, o porque le hablaba a menudo de ti.
– Vaya, parece que tiene muchas virtudes, ese Stanley. Y ¿qué tipo de amigo es?
– Un amigo viudo con el que he compartido muchos momentos.
– Lo siento por él.
– Me refería a buenos momentos.
– Y yo al hecho de que hubiera perdido a su mujer, ¿hace tiempo que murió? -Su compañero…
– Entonces lo siento aún más por él. -¡Qué tonto eres!
– Ya lo sé, es una tontería, pero me cae más simpático ahora que me dices que amaba a un hombre. ¿Y quién te inspiró el personaje de la comadreja?