Sucede con los sueños más hermosos que se transforman de pronto en pesadillas, y así se me ocurría entonces que el punto de encuentro de nuestras dos paralelas podía ser aquel en el que se encuentran todas las paralelas existentes en el espacio, y entonces no hubiera marcado el encuentro mío y de Ursula H'x solamente, sino también -¡perspectiva execrable!- del Teniente Fenimore. En el mismo momento en que Ursula H'x dejara de serme extraña, un extraño con sus finos bigotitos negros compartiría nuestra intimidad de modo inextricable; este pensamiento bastaba para lanzarme en las más desgarradoras alucinaciones de los celos: oía el grito que nuestro encuentro -de ella y mío- nos arrancaba, fundirse en un unísono espasmódicamente gozoso, y entonces -¡me petrificaba el presentimiento!- de él se desprendía lancinante el grito de Ursula H'x violada -así lo imaginaba en mi rencorosa parcialidad- por la espalda, y al mismo tiempo el grito de vulgar triunfo del Teniente, pero quizá -y aquí mis celos llegaban al delirio- esos gritos -de ella y de él- podían también no ser tan distintos y disonantes, podían alcanzar también un unísono, sumarse en un único grito de verdadero placer, distinguiéndose del grito incontenible que irrumpiría de mis labios.
En este alternarse de esperanzas y aprensiones continuaba mi caída, pero sin dejar de escrutar en la profundidad del espacio algo que anunciase un cambio actual o futuro de nuestra condición. Un par de veces logré divisar un universo, pero estaba lejos y se veía pequeño pequeño, muy hacia la derecha o hacia la izquierda; apenas me daba tiempo de distinguir algunas galaxias como puntitos lucientes reagrupados en montones superpuestos que giraban con un débil zumbido, y todo se disipaba ya como había aparecido, hacia arriba o al costado, como para dudar de que hubiera sido un deslumbramiento de la vista.
– ¡Allá! ¡Mira! ¡Allá hay un universo! ¡Mira allá! ¡Allá hay algo! -gritaba yo a Ursula H'x señalándole en aquella dirección, pero ella, con la lengua apretada entre los dientes, estaba muy ocupada en acariciarse la piel lisa y tersa de las piernas en busca de rarísimos y casi invisibles pelos superfluos para arrancarlos con un tirón seco de las uñas como pinzas, y la única señal de que hubiera entendido mi llamada podía ser la forma en que extendía una pierna hacia arriba, como para aprovechar -se hubiera dicho- para su metódica inspección la poca luz que reverberase en aquel lejano firmamento.
Inútil decir cuánto desdén demostraba el Teniente Fenimore por lo que yo podía haber descubierto: se encogía de hombros -haciendo saltar las charreteras, la bandolera y las condecoraciones con las que inútilmente se enjaezaba- y se volvía en dirección opuesta con una risita burlona. Salvo que fuera él (cuando estaba seguro de que yo miraba en otra dirección) quien para despertar la curiosidad de Ursula (y entonces me tocaba el turno de reír al ver que ella, por toda respuesta, giraba sobre sí misma en una especie de cabriola dándole el trasero, movimiento indudablemente poco respetuoso pero bello de ver, tanto que después de haberme alegrado como si fuera una humillación para mi rival, me sorprendía envidiándolo como si fuera un privilegio) señalaba un débil punto que huía en el espacio voceando: -¡Allá! ¡Allá! ¡Un universo! ¡Así de grande! ¡Lo vi! ¡Es un universo!
No digo que mintiera: afirmaciones de esa índole, por lo que sé, podían ser tanto verdaderas como falsas. Que cada tanto pasáramos a la vera de un universo, estaba probado (o bien que un universo pasara a la vera de nosotros), pero no se sabía si había muchos universos diseminados en el espacio o si siempre seguíamos cruzándonos con el mismo universo girando en una misteriosa trayectoria, o si en cambio no había ningún universo y aquel que creíamos ver era el espejismo de un universo que quizá hubiera existido alguna vez y cuya imagen continuaba rebotando en las paredes del espacio como el retumbo de un eco. Pero podía ser también que los universos siempre hubieran estado allí, tupidos a nuestro alrededor, y que ni soñaran en moverse, y nosotros tampoco nos moviéramos, y todo estuviera quieto para siempre, sin tiempo, en una oscuridad punteada de rápidos centelleos cuando algo o alguien lograba por un momento despegarse de aquella tórpida ausencia de tiempo e insinuar la apariencia de un movimiento.
Todas hipótesis igualmente dignas de ser tenidas en cuenta y de las que me interesaba solamente lo que se relacionaba con nuestra caída y con lograr o no tocar a Ursula H'x. En una palabra, nadie sabía nada. Y entonces, ¿por qué el presuntuoso de Fenimore adoptaba a veces un aire de superioridad, como quien está seguro de sí mismo? Se había dado cuenta de que cuando quería hacerme rabiar el sistema más seguro era fingir que tenía con Ursula H'x una familiaridad de larga data. En ciertos momentos Ursula bajaba balanceándose, las rodillas juntas, desplazando el peso del cuerpo hacia aquí o hacia allá, como ondulando en un zig-zag cada vez más amplio: todo para engañar el aburrimiento de aquella interminable caída. Y entonces el Teniente también se ponía a ondular, tratando de conseguir el mismo ritmo que ella, como si siguiera la misma pista invisible, más, como si bailara al son de la misma música audible únicamente para ellos dos, que él fingía directamente silbotear, y poniendo, sólo él, una especie de segunda intención, como si yo no lo supiera, pero bastaba para meterme en la cabeza la idea de que un encuentro entre Ursula H'x y el Teniente Fenimore podía haber ocurrido ya, quién sabe cuánto tiempo antes, en el origen de sus trayectorias, y esta idea me producía una comezón dolorosa, como una injusticia cometida a mis expensas. Pero pensándolo bien, si Ursula y el Teniente habían ocupado en un tiempo el mismo punto del espacio, era señal de que las respectivas líneas de caída se habían ido alejando y probablemente seguían alejándose. Ahora bien, en este lento pero continuo alejamiento del Teniente, nada más fácil que Ursula se acercase a mí; por lo tanto, el Teniente no tenía mayormente por qué enorgullecerse de sus pasadas intimidades: el futuro me sonreía a mí.
El razonamiento que me llevaba a esta conclusión no bastaba para tranquilizarme íntimamente: la eventualidad de que Ursula H'x hubiera encontrado ya al Teniente era de por sí un daño que de haberme sido hecho no podía ser rescatado. Debo añadir que pasado y futuro eran para mí términos vagos, entre los cuales no conseguía establecer una distinción: mi memoria no iba más allá del interminable presente de nuestra caída paralela, y lo que hubiera podido ser antes, como no era posible recordarlo, pertenecía al mismo mundo imaginario del futuro y con el futuro se confundía. Así yo podía incluso suponer que si alguna vez habían partido de un mismo punto dos paralelas, éstas fueran las líneas que seguíamos Ursula H'x y yo (en este caso la nostalgia de una identidad perdida era la que alimentaba mi ansioso deseo de encontrarla); pero a esta hipótesis me resistía a dar crédito, porque podía implicar un alejamiento progresivo de nosotros y quizá un arribo de ella a los brazos galonados del Teniente Fenimore, pero sobre todo porque no sabía salir del presente sino para imaginarme un presente distinto, y todo el resto no contaba.