Los años-luz
Cuanto más distante una galaxia, más velozmente se aleja de nosotros. Una galaxia que se encontrara a diez millares de millones de años-luz de nosotros, tendría una velocidad de fuga igual a la de la luz, trescientos mil kilómetros por segundo. Las "casi estrellas" descubiertas recientemente estarían ya cerca de este umbral.
Una noche, como de costumbre, observaba el cielo con mi telescopio. Noté que desde una galaxia a cien millones de años-luz de distancia sobresalía un cartel. Decía: TE HE VISTO. fiice rápidamente el cálculo: la luz de la galaxia había empleado cien millones de años para alcanzarme, y como desde allá arriba veían lo que sucedía aquí con cien millones de años de retraso, el momento en que me habían visto debía remontarse a doscientos millones de años.
Aun antes de verificar en mi agenda para saber qué había hecho aquel día, me asaltó un presentimiento terrible: justo doscientos millones de años antes, ni un día más ni un día menos, me había sucedido algo que siempre había tratado de ocultar. Esperaba que con el tiempo el episodio quedara completamente olvidado; contrastaba netamente -por lo menos así me parecía- con mi comportamiento habitual de antes y después de esa fecha, de manera que si alguna vez alguien hubiera intentado sacar a relucir aquella historia, estaba dispuesto a desmentirlo con toda tranquilidad, y no sólo porque le hubiera resultado imposible aducir pruebas, sino también porque un hecho determinado por azares tan excepcionales -aun en caso de ser verificado- era tan poco probable que podía de buena fe ser considerado no verdadero incluso por mí mismo. Y en cambio desde un lejano cuerpo celeste alguien me había visto y la historia volvía a salir a la luz justo ahora.
Naturalmente, estaba en condiciones de explicar todo lo que había sucedido, y cómo había podido suceder, y hacer comprensible, si no del todo justificable, mi manera de obrar. Pensé en responder en seguida también yo con un cartel, empleando una fórmula defensiva como DEJENME QUE LES EXPLIQUE, o si no, HUBIERA QUERIDO VERLOS EN MI LUGAR, pero esto no habría bastado y la explicación habría sido demasiado larga para una inscripción sinsintética que resultase legible a tanta distancia. Y sobre todo debía estar atento a no dar un paso en falso, o sea a no subrayar con una explícita admisión mía aquello a lo cual el TE HE VISTO se limitaba a aludir. En una palabra, antes de dejarme sacar una declaración cualquiera tendría que saber exactamente qué habían visto desde la galaxia y qué no; y para eso no había más que preguntarlo con un cartel del tipo de: ¿PERO HAS VISTO TODO O APENAS UN POCO?, o bien: VEAMOS SI DICES LA VERDAD: ¿QUE HACIA?, y después esperar el tiempo necesario para que desde allá vieran mi letrero, y el tiempo igualmente largo para que yo viese la respuesta de ellos y pudiera proceder a las necesarias rectificaciones. El conjunto habría llevado otros doscientos millones de años, incluso algunos millones de años más, porque mientras las imágenes iban y venían a la velocidad de la luz, las galaxias seguían alejándose entre sí y ahora aquella constelación ya no estaba donde yo la veía, sino un poco más allá, y la imagen de mi cartel debía de correrle detrás. En fin, era un sistema lento que me hubiera obligado a discutir repetidamente, más de cuatrocientos millones de años después de sucedidos, acontecimientos que hubiera querido hacer olvidar en el tiempo más breve posible. La mejor línea de conducta que se me presentaba era hacer como si nada, minimizar el alcance de lo que podían haber llegado a saber. Por eso me apresuré a exponer bien a la vista un cartel que decía simplemente: ¿Y QUE HAY CON ESO? Si los de la galaxia habían creído ponerme en aprietos con su TE HE VISTO mi calma los desconcertaría, y se convencerían de que no era cosa de demorarse en ese episodio. Si en cambio no tenían a mano muchos elementos en mi contra, una expresión indeterminada como ¿Y QUE HAY CON ESO? serviría de cauto sondeo de la extensión que cabía dar a la afirmación TE HE VISTO. La distancia que nos separaba (de su muelle de los cien millones de años-luz hacía un millón de siglos que la galaxia había zarpado adentrándose en la oscuridad) haría quizá menos evidente que mi ¿Y QUE HAY CON ESO? replicaba al TE HE VISTO de doscientos millones de años atrás, pero no me pareció oportuno incluir en el cartel referencias más explícitas, porque si la memoria de aquella jornada, pasados tres millones de siglos, se había ido oscureciendo, no quería ser justamente yo el que la refrescara.
En el fondo la opinión que podían haberse formado de mí en aquella particular ocasión no debía preocuparme excesivamente. Los hechos de mi vida, los que se habían sucedido desde aquel día en adelante durante años y siglos y milenios, hablaban -por lo menos la gran mayoría- en mi favor; por lo tanto, no tenía más que dejar hablar a los hechos. Si desde aquel lejano cuerpo celeste habían visto lo que yo hiciera un día de doscientos millones de años atrás, me habrían visto también al día siguiente, y al otro, y al otro, y habrían modificado poco a poco la opinión negativa que de mí podían haberse formado juzgando precipitadamente a base de un episodio aislado. Más aún, bastaba que pensara en el número de años que habían pasado desde el TE HE VISTO para convencerme de que aquella mala impresión hacía tiempo ya que se había borrado, sustituyéndola una valoración probablemente positiva y, por lo tanto, más concorde con la realidad. Pero esta certeza racional no bastaba para darme respiro: mientras no tuviera la prueba de un cambio de opinión en mi favor, me duraría la desazón de haber sido sorprendido en una situación incómoda e identificado con ella, clavado allí.
Ustedes dirán que bien podía importárseme un bledo de lo que pensaban de mí algunos habitantes desconocidos de una constelación aislada. En realidad, lo que me preocupaba no era la sospecha de que las consecuencias de haber sido visto por ellos podían no tener límites. En torno a aquella galaxia había muchas otras, algunas de un radio inferior a cien millones de años-luz, con observadores que tenían los ojos bien abiertos: el cartel TE HE VISTO, antes de que yo lograse divisarlo lo habían leído seguramente habitantes de otros cuerpos celestes, y lo mismo habría ocurrido después en las constelaciones cada vez más distantes. Aunque ninguno pudiera saber con precisión a qué situación específica aquel TE HE VISTO se refería, esa indeterminación no habría pesado para nada en mi favor. Es más, como la gente está siempre dispuesta a dar crédito a las peores conjeturas, lo que de mí podía haber sido efectivamente visto a cien millones de años-luz de distancia, era en el fondo cosa de nada en comparación con todo lo que en otro lugar se podía imaginar que había sido visto. La mala impresión que podía haber dejado durante aquella momentánea indelicadeza de dos millones de siglos atrás se agigantaba, pues, y se multiplicaba refractándose a través de las galaxias, y no me era posible desmentirla sin empeorar la situación, dado que, no sabiendo a qué extremas deducciones calumniosas podían haber llegado los que me habían visto directamente, no tenía idea de por dónde empezar y dónde terminar mis desmentidos.
En este estado de ánimo seguía todas las noches mirando en torno con el telescopio. Y al cabo de dos noches me di cuenta de que también en una galaxia situada a cien millones de años y un día-luz habían puesto el cartel TE HE VISTO. No cabía duda de que también ellos se referían a aquella vez: lo que siempre había tratado de esconder había sido descubierto no desde un cuerpo celeste solamente, sino también desde otro, situado en una zona completamente distinta del espacio. Y desde otros más: en las noches siguientes continué viendo nuevos carteles con el TE HE VISTO que se levantaban en nuevas constelaciones. Calculando los años-luz resultaba que la vez que me habían visto era siempre aquélla. A cada uno de los TE HE VISTO yo contestaba con carteles teñidos de una desdeñosa indiferencia, como: ¿AH, SI? MUCHO GUSTO, o si no, POR LO QUE ME IMPORTA, o también de una insolencia casi provocativa, como TANT PIS, o bien ¡CUCU, SOY YO!, pero siempre manteniéndome en guardia.