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Cuando regresemos.

Al escuchar esas palabras, el mundo adquirió un nuevo foco de atención. Durante doce horas había estado completamente atrapada por los sucesos del momento. La Tierra, la Oficina de Asuntos Exteriores, el Instituto… Dos minutos antes, para mí eran cosas inexistentes. Ahora volvían al presente, aunque lejanas. Miré por el visor, buscando la estrella distante y resplandeciente del Sol. Cosas lejanas pero reales.

—¿Te encuentras bien, Jeanie? —preguntó Jan. Había observado mi súbito cambio de expresión.

—No estoy muy segura.

Era hora de que les contáramos todo. La decisión de Tallboy con respecto al futuro del Instituto, la cancelación de la expedición Alpha Centauri, la propuesta confiscación del Hoatzin, y el modo en que habíamos desacatado las órdenes oficiales para seguirlos hasta Vandell. Regurgité todo como si fuese una ira acumulada durante siglos.

—Pero nos habéis salvado la vida —intervino Jan—. Si no hubieseis cogido la nave, estaríamos muertos. Cuando lo sepan, no podrán pensar siquiera en la violación de una regla imbécil.

McAndrew y yo la miramos, y luego intercambiamos una mirada.

—Hija, debes aprender mucho sobre la burocracia —dijo—. Sé que todo esto suena ridículo y trivial aquí… Es ridículo y trivial, maldita sea. Pero cuando regresemos desperdiciaremos semanas de nuestro tiempo defendiendo lo que hemos hecho, documentándolo todo y escribiendo interminables informes sobre el asunto. El hecho de que vosotros hubierais podido morir no cambiará las cosas para Tallboy. Él seguirá el reglamento.

Se hizo un momento de silencio, mientras Mac y yo considerábamos las perspectivas de un mes de informes.

—¿Qué sucedió con el Administrador anterior? —quiso saber Jan por fin—. Ése del que siempre hablabais antes. Creía que era vuestro amigo, y que comprendía lo que hacíais.

—¿Te refieres a Woolford? Hubo un cambio de Administración, y se marchó. Cada siete años, cuando cambia el partido, cambian los jefazos. Woolford se largó, y en su lugar vino Tallboy.

—¡Maldito sea! —dijo McAndrew de pronto—. Todo listo para la expedición a Alpha Centauri, con carga y provisiones en la nave, y ese payaso lo echa todo por tierra en dos segundos estampando su firma en un mísero papel.

Ante nosotros, vi un débil parpadeo contra el fondo estelar. Debía ser el pulso de la señal del Hoatzin, que emitía su breve luz cada dos segundos. Ajusté ligeramente nuestra órbita para establecer el encuentro, y señalé la nave a los demás. Mac y Sven se aproximaron al visor, pero sorprendentemente Jan no se movió de su asiento.

—¿Siete años? —dijo pensativa—. La Administración volverá a cambiar dentro de siete años. Jeanie, ¿cuál era el tiempo-nave que pensabais tardar en vuestro viaje a Alpha Centauri?

Fruncí el ceño.

—¿Desde la Tierra? Desde el comienzo hasta el fin el Hoatzin tardaría unos cuarenta y cuatro días.

—Entonces desde aquí sería menos. —Sus ojos despedían un curioso resplandor—. Observé algo antes de que partiéramos. Vandell se encuentra en Lupus, constelación vecina a la del Centauro. Antes de que despegáramos, pensé que casualmente, íbamos en la misma dirección que iríais vosotros. O sea que, desde aquí, ir a Alpha Centauri llevaría mucho menos tiempo. Menos de cuarenta y cuatro días.

—Eso en tiempo-nave, claro. En tiempo terrestre, habríamos estado fuera… —Me detuve de pronto. Finalmente había llegado a donde Jan se proponía llevarme.

—Al menos ocho años y medio —dijo—. Alpha Centauri está a 4,3 años luz de la Tierra, ¿verdad? De modo que cuando regresemos habrá una nueva Administración, y Tallboy ya no ocupará su puesto.

La miré seriamente.

—Jan, ¿sabes lo que dices? No podemos hacer semejante cosa. Y con respecto a ese «nosotros» que empleas… no creerás que Mac y yo estamos dispuestos a permitir que corráis semejante riesgo. Ni pensarlo. Hablar de ello…

—Al menos podríamos hablar de ello… —Sonrió—. Me gustaría saber la opinión de Mac y de Sven.

—Bueno, está bien. Pero no ahora —dije por fin—. Esperemos a estar a bordo del Hoatzin. Y no creas que vas a seguir manejando a esos dos como siempre.

Fruncí el ceño, y Jan me lanzó una sonrisa.

Y entonces no pude resistirme, y me encontré sonriendo.

Ese es el problema con las jóvenes generaciones. Como no comprenden por qué no pueden hacer algo, siguen adelante y lo hacen. Espero que cuando se escriba la historia de la primera expedición a Alpha Centauri, digan realmente cómo empezó.

APÉNDICE — LA CIENCIA DE LA CIENCIA FICCIÓN

1. Kernels, agujeros negros y singularidades

Los kernels ocupan un lugar destacado en la Primera Crónica, pero se dan por supuestos y aparecen también en las demás. Kernel es en realidad un neologismo originado a partir de Ker-N-le, abreviatura de «Kerr-Newman black hole» (agujero negro de Kerr-Newman).

Para explicar los agujeros negros de Kerr-Newman, será mejor seguir la técnica de McAndrew y remontarnos al pasado lejano. Comenzaremos en 1915, cuando Albert Einstein publicó las ecuaciones de campo de la relatividad general en su forma actual. Desde 1906 venía intentando distintas formaciones posibles, pero ninguna de ellas lo satisfizo hasta que llegó a la serie de 1915. Su enunciado final consistió en diez ecuaciones diferenciales parciales, no-lineales y asociadas, que relacionaban la curvatura del espacio-tiempo con la presencia de materia.

Las ecuaciones son muy elegantes y pueden escribirse en forma tensorial con una sola línea de álgebra. Pero desarrolladas en toda su extensión, son tremendamente largas y complejas. Tanto es así que el mismo Einstein no confió en ver ninguna solución exacta, y quizá por ello no se ocupó demasiado en buscarla. Cuando un año más tarde Karl Schwarzschild encontró una solución exacta al «problema de un cuerpo único» (halló el campo gravitacional que produce una partícula de masa aislada), al parecer Einstein se mostró muy sorprendido.

Durante muchos años, esta «solución Schwarzschild» se consideró interesante desde un punto de vista matemático, pero sin importancia física real. La gente tenía mucho más interés en examinar las soluciones aproximadas de las ecuaciones de campo einstenianas que permitieran poner a prueba la teoría. Todos querían comparar las ideas de Einstein sobre la gravedad con las que doscientos cincuenta años atrás había dado a conocer Isaac Newton, para detectar posibles diferencias. El caso del «campo fuerte» contenido en la solución Schwarzschild parecía menos importante para el mundo real.

Durante los veinte años siguientes, apenas se descubrió nada que nos condujera a los kernels. Poco después de que Schwarzschild publicara su solución, Reissner y Nordstrom resolvieron las ecuaciones generales de la relatividad para una partícula de masa esférica que además tuviera carga eléctrica. Esto incluía la solución de Schwarzschild como caso específico, pero no se le atribuyó ninguna importancia física y, como en el caso anterior, se mantuvo como mera curiosidad matemática.

Pero en 1939 cambiaron las cosas. Ese año, Oppenheimer y Snyder estudiaron el colapso de una estrella bajo fuerzas gravitacionales, situación que sí tenía trascendencia física por cuanto se trata de un acontecimiento estelar frecuente.

En su resumen hay dos observaciones que merecen citarse literalmente: «A menos que la fisión causada por rotación, la radiación de la masa o la expulsión de masa por radiación reduzcan la masa de una estrella al orden de la del Sol, esta contracción continuará indefinidamente.» En otras palabras, una estrella puede colapsarse, pero si además es suficientemente pesada, no habrá forma de que la contracción y el colapso puedan detenerse. Y: «El radio de las estrellas se acerca asintóticamente a su radio crítico gravitacional; la luz emitida por la superficie de la estrella se desplaza progresivamente hacia el rojo, y puede escapar por un espectro de ángulos cada vez más estrecho.» He aquí la primera imagen moderna de un agujero negro; un cuerpo con un campo gravitacional tan fuerte que de él no escapa luz. (Decimos «imagen moderna» porque en 1795 Laplace observó, como curiosidad, que un cuerpo suficientemente grande podría tener una velocidad de escape de su superficie que excediera la velocidad de la luz; en cierto sentido, predijo el agujero negro antes de que terminara el siglo XVIII.) Nótese que el cuerpo en contracción no prosigue este proceso indefinidamente si es del tamaño del Sol o menor. Así pues, no debe preocuparnos la posibilidad de que la Tierra, o la Luna, se contraigan indefinidamente hasta convertirse en agujeros negros. Nótese también que se hace referencia al «radio crítico gravitacional» del agujero negro. Esto derivó directamente de la solución Schwarzschild: