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Para resolver este problema hace falta mucha más ciencia ficción que la sencilla tarea de producir materia condensada estable. Debemos recurrir a la física actual con el ánimo con que Richard Nixon debió leer la Constitución de los EE.UU.: para buscar alguna escapatoria. Debemos encontrar incongruencias en el cuadro general del Universo que proporciona la física actual y explotarlas como elementos necesarios.

El mejor lugar en el que buscar incongruencias es donde ya sabernos que las hay: en la conjunción de la relatividad general y la teoría cuántica. Si calculamos la energía asociada con la ausencia de materia en la teoría cuántica —el «estado de vacío»— no obtenemos cero, como indicaría el sentido común. En cambio, obtenemos un alto valor positivo por unidad de volumen: E0. En un análisis clásico, podría argumentarse que el punto cero de energía es arbitrario, y que uno sencillamente puede comenzar a medir las energías desde el valor E0. Pero si aceptamos la relatividad general, se nos priva de esta opción. La energía, en todas sus formas, produce una curvatura del espacio-tiempo. Por lo tanto no podemos cambiar la definición del origen de la escala de energía. Si se acepta esto, no puede negarse la existencia de la energía del estado de vacío. Es real, aunque difícil de aprehender, y su presencia nos brinda el agarradero que necesitábamos.

Una vez más, acudimos a la ciencia ficción. Si al estado de vacío se asocia energía, imagino entonces que esta energía puede captarse. ¿Acaso esto no sugiere, según la relatividad [E=mc2], que al vacío también se asocia una masa, lo cual contradice la noción de vacío? Sí, lo sugiere, y lo siento, pero la paradoja no es creación mía. Está implícita en las contradicciones que surgen en cuanto uno intenta conjugar la relatividad general con la teoría cuántica.

Richard Feynman, que fue uno de los fundadores de la electrodinámica cuántica, formuló la cuestión de la energía del vacío, y calculó una estimación de la masa equivalente por unidad de volumen. La estimación fue de dos mil millones de toneladas por centímetro cúbico. La energía de dos mil millones de toneladas de materia es más que suficiente para hacer hervir todos los océanos de la Tierra (esto del vacío no es juego de niños…). Feynman, al comentar sus cálculos sobre la energía del vacío, señala: «Al menos a primera vista, semejante densidad de masa podría producir efectos gravitacionales muy grandes, no observables. Es posible que estemos calculando de un modo ingenuo, y si incluyéramos todas las consecuencias de la teoría general de la relatividad (tales como los efectos gravitacionales producidos por las altas fuerzas que aquí entran en juego), los efectos podrían anularse; pero hasta ahora nadie ha resuelto estas cuestiones. Es posible que se encuentre algún procedimiento que no sólo permita obtener energía finita del estado de vacío, sino que no provea variación relativista. Las consecuencias de este resultado son completamente desconocidas en la actualidad.»

Con semejante grado de incertidumbre en los niveles más altos de la física actual, no me siento tan incómodo al explotar las problemática energía del vacío en beneficio de la impulsión de McAndrew.

La Tercera Crónica introduce otras ideas que sin duda hoy son ciencia ficción, aunque dentro de unos pocos años puedan llegar a ser hechos científicos. En el caso de que existan formas de aislar el sistema nervioso central del hombre y mantenerlo con vida independientemente del cuerpo, poco sabemos sobre el particular. Por otra parte, no me parece que en principio la idea sea imposible: hace treinta años los transplantes cardíacos eran impensables, y hasta este siglo las transfusiones sanguíneas eran raras y sumamente peligrosas. Dentro de un siglo, las imposibilidades médicas de hoy tal vez sean rutina.

También he inventado la Invocación Sturm para sobrevivir en el vacío, pero creo que, como el Isaac Walton de la Quinta Crónica, es un componente lógico de cualquier futuro orientado hacia el espacio. Ninguno exige más tecnología que la que hoy conocemos. El control hipnótico implícito en la Invocación, aunque avanzado para la mayoría de los practicantes, ya podría lograrse. Y cualquier empresa competente de ingeniería podría construir un Walton en pocas semanas. Siento tentaciones de patentar la idea, pero temo que me la rechacen por ser invento demasiado obvio o inevitable.

3. Más allá del Sistema Solar conocido: vida espacial, anillo de kernels, anillo vital, planetas errantes y el Quinto Problema de Vandell

Sólo la acción de la Primera Crónica sucede completamente dentro del Sistema Solar convencional de nueve planetas. Las demás transcurren, al menos parcialmente, en el Halo o Sistema Exterior, que defino como la zona que se extiende entre la órbita de Plutón y un año luz más allá del Sistema Solar. Dentro de este radio, el Sol sigue ejerciendo la principal influencia gravitacional, y controla las órbitas de los objetos que se mueven en dicha región.

Para dar una idea del tamaño del Halo, tengamos en cuenta que Plutón se encuentra a una distancia promedio de unos 6 mil millones de kilómetros del Sol. Esto equivale a cuarenta unidades astronómicas (una unidad astronómica, generalmente abreviada u. a., es la distancia media entre la Tierra y el Sol). La u. a. brinda una medida conveniente para las distancias dentro del Sistema Solar. Un año luz es aproximadamente 63.000 u. a. (para recordarlo, yo pienso que son las pulgadas que entran en una milla). Por tanto, el volumen del espacio en el Halo es cuatro mil millones de veces más grande que la esfera que encierra los nueve planetas conocidos.

Según los parámetros del Sistema Solar, el Halo es una región inmensa. Pero poco es lo que sabemos sobre el espacio más allá de Plutón. Por ejemplo, allí hay planetas adicionales, casi con certeza. La búsqueda de Plutón se vio inspirada, a principios de siglo, por las diferencias entre teoría y observación en las órbitas de Neptuno y Urano. Cuando se descubrió Plutón, pronto se advirtió que su peso no bastaba para producir las desigualdades observadas. La explicación obvia es otro planeta, más lejano aún.

Los cálculos previos de la órbita y tamaño de este décimo planeta que reconcilie la observación y la teoría en los casos de Urano y Neptuno sugieren un objeto bastante improbable, fuera del plano orbital en que se mueven todos los planetas restantes, y cuya masa sería unas setenta veces la de la Tierra. No creo que exista un objeto de estas características.

Por otra parte, los instrumentos y técnicas para observar objetos difusos están mejorando rápidamente. No me extrañaría que a principios de 1990 se descubriera un nuevo planeta más allá de Plutón.

Lo único que sabemos con certeza sobre el Halo es que está poblado de cometas. Se le suele llamar Nube de Oort, ya que el astrónomo holandés Oort sugirió hace treinta años la existencia de una nube de material cometario de un radio aproximado de un año luz, que rodearía todo el Sistema Solar. Consideró esta región como un depósito de cometas, que quizá podría contener unos cien mil millones de estos cuerpos. Los encuentros cercanos entre cometas en la región del Halo perturbarían ocasionalmente la órbita de alguno de ellos hasta hacerlo ingresar en el Sistema Interior, donde al acercarse lo suficiente al Sol se convertiría en un cometa de período largo. La interacción posterior con Júpiter y otros planetas podría convertir este cometa de período largo en uno de período corto, como el Halley o el Encke, que observamos repetidamente cuando pasan cerca de la Tierra.