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La conversación había llegado muy lejos, Sam estaba pensando en inventar una excusa e irse sin más porque Elizabeth estaba en lo cierto. Él sabía que, desde el punto de vista naturalista ateo, no existía algo como unos estándares de moral objetivos o universales; pero luego pensó, y sabía que, si se retiraba, perdería credibilidad en sus discursos activistas, incluso también vio la posibilidad de que esta simple conversación se regara, y él quedara como un hipócrita. Rápidamente empezó a formular alguna respuesta convincente que también pudiera remediar, aquella metida de pata.  

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003 | Se acercaba la hora

El ambiente se había puesto bastante intenso, y caluroso. La respuesta que Sam diera podía tener repercusiones negativas si de alguna manera no cumplía lógicamente con el punto de vista de Elizabeth. Sam detenidamente procede a compartir su punto de vista.

—Elizabeth, tienes mucha razón cuando argumentas que no existe un estándar moral objetivo o universal por el que podamos regirnos desde nuestro punto de vista ateo. No tenemos por qué estar sujetos a responsabilidades ni muchos someternos a preceptos que solo reprimen nuestro verdadero instinto animal. La teoría de la evolución es bastante clara en cuanto a esto —Exclama Sam.
—¿Entonces qué te detiene a serle infiel a tu esposa cuando tus instintos te lo pidan? —preguntó Elizabeth interrumpiendo a Sam. 
—El amor, eso me detiene —dijo Sam con bastante seguridad. 
—Ay vamos, no seas ridículo. ¿Entonces a quién le crees, a la ciencia o la religión? —preguntó Elizabeth con un tono hilarante.

El ambiente se estaba volviendo más hostil. Él estaba empezando a sudar. Sam se había dado cuenta de lo mucho que había subestimado a Elizabeth cuando oyó esa última pregunta. Se dio cuenta de que no era cualquiera mujer atea, y que está en excepción de otras estaba muy preparada. Sam toma una leve pausa mientras formulaba una respuesta sutil. Luego se dirige a ella nuevamente:

—Le creo a la ciencia, entiendo perfectamente que el amor según la ciencia solo se trata de procesos químicos desencadenados por factores externos —respondió Sam mientras la miraba fijamente.


—Entonces si tanto sabes de ciencia, imagino que también debes saber que a eso que llamamos "amor" es solo un instinto que evolucionó como garantía para la reproducción entre la misma especie al igual que lo hacen los animales. Creer que el amor puede significar algo más que eso, es solo una ilusión —dijo Elizabeth con un tono bastante escéptica.

Sam decide hacerle una última pregunta bastante capciosa para no caer en una discusión bizantina.

—Seamos honestos y respóndeme algo Elizabeth ¿Quién no vive de ilusiones? —preguntó Sam mientras la miraba directamente a los ojos con mucha fuerza, seguidamente se levanta para irse porque su orden estaba lista.

Él realmente consideró no seguir la conversación, suficientes problemas intelectuales estaba teniendo para darse el lujo de acumular más.

Sam está saliendo del restaurante con su orden, cuando ella se le acerca bastante rápido y con una mano intercepta a Sam.

—Estoy segura de que todas las personas vivimos de ilusiones, pero no había conocido un ateo tan religioso como tú —dijo Elizabeth con una risa irónica.

Ella luego de haber terminado lo que tenía que decirle, se marcha de la misma forma sin más. Sam se contuvo, y en el momento logró mostrarse fuerte. El comentario le había afectado, y sin duda alguna solo contribuía a ensanchar más el vacío existencial que había estado sintiendo. Él sube a su carro para ir devuelta a casa, a los pocos minutos recibe una llamada:

—Cariño, ¿Dónde estás? Dijiste que traerías el almuerzo —preguntó Mary—. Ya estoy en casa.
—Mi vida, acabo de salir del restaurante llegó en unos minutos —respondió Sam.
—Está bien —dijo Mary antes de colgar la llamada.

Sam mientras conducía, se percataba de lo muy vacío que había sido ser afectuoso con su esposa por primera vez. Podía apreciar más de cerca lo que había dicho Elizabeth. Siempre lo supo, pero solo después de aquella conversación, él había podido ver con más claridad el problema que esto representaba para su filosofía.

Empezó a filosofar en ese instante, y había llegado a la conclusión de que esta vida se trataba de un completo autoengaño para unos cuantos tontos que se creen libres.

Sam, llega a la casa, se baja del auto, entra por fin a la casa, se acerca a la cocina, pone la comida en la mesa, y llama dulcemente a su esposa. Ella se acerca, y él la intercepta de repente con un beso bastante apasionado. Y luego lentamente la interrumpe diciendo:

—Quiero que cenemos en la terraza, solo tú y yo —dijo Sam con una voz que casi parecía que susurraba. 
—¿Y los niños? —pregunto Mary desconcertada.
—Podemos dejarle los niños hoy a mi hermana —respondió Sam—. Ya sabes cómo es ella con los niños.
—¿Puedo preguntar a qué se debe tan tentadora y romántica propuesta? —pregunto Mary sin casi disimular su felicidad. 
—Quiero hacerte preguntas que jamás te he hecho. Quiero sentirme vivo al lado de una persona tan especial como tú —dijo Sam con el semblante mesurado. 
—Creo que estoy empezando a verle el lado positivo a tu extraña forma de actuar estos últimos días —dijo Mary mientras sonreía elocuentemente.
—Añoro que hoy te puedas vestir para mí tan hermosa como la primera cita —dijo Sam susurrándole mientras la tenía abrazada de espalda. 
—Claro que sí cariño —dijo Mary muy exaltada.

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Los dos terminan de almorzar, Sam, tomó una siesta. Se despierta una hora después, y se da cuenta que era hora de ir a buscar a su hijo menor a la escuela.

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005 | El destino jugando en contra

Sam está a punto de subir su auto cuando un vecino se le acerca y lo saluda:

—Hola, Sam, ¿Cómo estás? —preguntó el vecino con una sonrisa amena. 
—¿Yo bien y tú? —respondió Sam.
—Me alegra mucho, estoy bien gracias a Dios —dijo el vecino con aquella certeza y añadió—: ¿Te gustaría visitar nuestra iglesia este domingo?
—No gracias, no creo en Dios mucho menos en iglesias —respondió Sam cuando estaba a punto de subirse al auto, pero se ve interrumpido por el vecino nuevamente. 
—¿Por qué no cree? —replico el vecino mientras fruncía la mente. 
—Mire, soy ateo, y no tengo tiempo para responder preguntas irrelevantes —respondió Sam, y termina por subirse al auto.
—Está bien, entiendo que cualquier persona se puede engañar con la verdad que más le guste escuchar —dijo el vecino aprovechando las ventanas abiertas del auto.