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”De nuestras tradiciones y costumbres han aprendido lo que quisieron, y sus señores hablan nuestra lengua si es preciso; pero en general conservan las costumbres y tradiciones del pasado; y entre ellos hablan en la lengua nórdica que les es propia. Y nosotros los amamos: hombres de elevada estatura y mujeres hermosas, valientes todos por igual, fuertes, de cabellos dorados y ojos brillantes; nos recuerdan la juventud de los Hombres, como eran en los Días Antiguos. Y en verdad, nuestros maestros de tradición dicen que tienen de antiguo esta afinidad con nosotros porque provienen de las mismas Tres Casas de los Hombres, como los Númenóreanos; no de Hador el de los Cabellos de Oro, el amigo de los Elfos, tal vez, sino de aquellos hijos y súbditos de Hador que no atravesaron el Mar rumbo al Oeste, desoyendo la llamada.

”Pues así denominamos a los Hombres en nuestra tradición, llamándolos los Altos, o los Hombres del Oeste, que eran los Númenóreanos; y los Pueblos del Medio, los Hombres del Crepúsculo, como los Rohirrim y las gentes como ellos que habitan todavía muy lejos en el Norte; y los Salvajes, los Hombres de la Oscuridad.

”Pero si con el tiempo los Rohirrim han empezado a parecerse en algunos aspectos a nosotros, aficionándose a las artes y a maneras más atemperadas, también nosotros hemos empezado a parecernos a ellos, y ya casi no podemos reclamar el título de Altos. Nos hemos transformado en Hombres del Medio, del Crepúsculo, pero con el recuerdo de otras cosas. De los Rohirrim hemos aprendido a amar la guerra y el coraje como cosas buenas en sí mismas, juego y meta a la vez; y aunque todavía pensamos que un guerrero ha de tener inteligencia y conocimientos, y no sólo dominar el manejo de las armas y el arte de matar, consideramos no obstante al guerrero superior a los hombres de otras profesiones. Así lo exigen las necesidades de nuestros tiempos. Guerrero era también mi hermano, Boromir: un hombre intrépido, considerado por su temple como el mejor de Gondor. Y era muy valiente: en muchos años no hubo en Minas Tirith un heredero como él, tan resistente a la fatiga, tan denodado en la batalla, ninguno capaz de arrancar del Gran Cuerno una nota más poderosa. —Faramir suspiró y durante un rato guardó silencio.

—No habla usted mucho de los Elfos en sus relatos, señor —dijo Sam, armándose súbitamente de coraje. Había notado que Faramir aludía a los Elfos con reverencia, y esto, aún más que la cortesía con que trataba a los hobbits, y la comida y el vino que les ofreciera, le había ganado el respeto de Sam, mucho menos receloso ahora.

—No, así es, Maese Samsagaz —dijo Faramir—, pues no soy versado en la tradición élfica. Pero has tocado aquí otro aspecto en el que también hemos cambiado, en la declinación que va de Númenor a la Tierra Media. Sabrás tal vez, si Mithrandir fue compañero vuestro y si habéis hablado con Elrond, que los Edain, los Padres de los Númenóreanos, combatieron junto a los Elfos en las primeras guerras, y recibieron en recompensa el reino que está en el centro mismo del Mar, a la vista del Hogar de los Elfos. Pero en la Tierra Media los Hombres y los Elfos se distanciaron en días de oscuridad, a causa de los ardides del Enemigo, y de las lentas mutaciones del tiempo, pues cada especie se alejó cada vez más por caminos divergentes. Ahora los Hombres temen a los Elfos y desconfían de ellos, aunque bien poco los conocen. Y nosotros, los de Gondor, nos estamos pareciendo a los otros Hombres, pues hasta los hombres de Rohan, que son los enemigos del Señor Oscuro, evitan a los Elfos y hablan del Bosque de Oro con terror.

”Sin embargo, aun entre nosotros hay quienes tienen tratos con los Elfos, cuando pueden, y de vez en cuando algunos viajan secretamente a Lórien, de donde rara vez retornan. Yo no. Porque considero que hoy es peligroso para un mortal ir voluntariamente en busca de las Gentes Antiguas. Sin embargo envidio de veras que hayas hablado con la Dama Blanca.

—¡La Dama de Lórien! ¡Galadriel! —exclamó Sam—. Tendría usted que verla, ah, por cierto que tendría que verla, señor. Yo no soy más que un hobbit, y jardinero de oficio, en mi tierra, señor, si me comprende usted, y no soy ducho en poesía... no en componerla: alguna copla cómica, tal vez, de tanto en tanto, sabe, pero no verdadera poesía... por eso no puedo explicarle lo que quiero decir. Habría que cantarlo. Haría falta Trancos, es decir Aragorn, para ello, o el viejo señor Bilbo. Pero me gustaría componer una canción sobre ella. ¡Es hermosa, señor! ¡Qué hermosa es! A veces como un gran árbol en flor, a veces como un narciso, tan delgada y menuda. Dura como el diamante, suave como el claro de luna. Ardiente como el sol, fría como la escarcha bajo las estrellas. Orgullosa y distante como una montaña nevada, y tan alegre como una muchacha que en primavera se trenza margaritas en los cabellos. Pero he dicho un montón de tonterías y ni me he acercado a la idea.

—Ha de ser muy bella en efecto —dijo Faramir—. Peligrosamente bella.

—No sé si es peligrosa—dijo Sam—. Se me ocurre que la gente lleva consigo su propio peligro a Lórien, y allí lo vuelve a encontrar porque lo ha tenido dentro. Pero tal vez podría llamársela peligrosa, pues es muy fuerte. Usted, usted podría hacerse añicos contra ella, como un barco contra una roca, o ahogarse, como un hobbit en un río. Pero ni en la roca ni en el río habría culpa alguna. Y ahora Boro... —Se interrumpió de golpe, enrojeciendo hasta las orejas.

—¿Sí? ¿ Y ahora Boromir, dijiste? —preguntó Faramir—. ¿Qué estabas por decir? ¿Él llevaba consigo el peligro?

—Sí, señor, con el perdón de usted, y un hermoso hombre era su hermano, si me permite decirlo así. Pero usted estuvo cerca de la verdad desde el principio. Yo observé y escuché a Boromir durante todo el camino desde Rivendel, para cuidar de mi amo, como usted comprenderá, y sin desearle ningún mal a Boromir, y es mi opinión que fue en Lórien donde vio claramente por primera vez lo que yo había adivinado antes: lo que él quería. ¡Desde el momento en que lo vio, quiso tener el Anillo del Enemigo!

—¡Sam! —exclamó Frodo, consternado. Había estado ensimismado en sus propios pensamientos, y salió de ellos bruscamente, pero demasiado tarde.

—¡Caracoles! —dijo Sam palideciendo y enrojeciendo otra vez hasta el escarlata—. ¡Ya hice otra barrabasada! Cada vez que abres el pico metes la pata, solía decirme el Tío, y tenía razón. ¡Qué torpeza la mía! ¡Oiga, señor! —Dio media vuelta y miró cara a cara a Faramir con todo el coraje que pudo juntar—. No vaya ahora a aprovecharse de mi amo porque el sirviente sea sólo un tonto. Usted nos ha arrullado con buenas palabras todo el tiempo, hablando de los Elfos y todo, y bajé la guardia. Pero lo que es bueno hace bien, como decimos nosotros. He aquí una oportunidad de dar pruebas de nobleza.

—Así parece —dijo Faramir, lentamente y con una voz muy dulce y una extraña sonrisa—. ¡Así que ésta era la respuesta de todos los enigmas! El Anillo Único que se creía desaparecido del mundo. ¿Y Boromir intentó apoderarse de él por la fuerza? ¿Y vosotros escapasteis? ¿Y habéis corrido tanto camino... para llegar a mí? Y aquí os tengo, en estas soledades: dos Medianos, y una hueste de hombres a mi servicio, y el Anillo de los Anillos. ¡Un golpe de suerte! Una buena oportunidad para Faramir de Gondor de mostrar su nobleza. ¡Ah! —Se incorporó muy erguido, muy alto y grave, los ojos grises centelleando.