Выбрать главу

—¿Más larga, dijiste?

—Sí, sssí, más larga —dijo Gollum—. Pero tan difícil. Hobbits subieron ya la Escalera Recta. Ahora viene la Escalera de Caracol.

—¿Y después? —dijo Sam.

—Ya veremos —dijo Gollum en voz baja—. ¡Oh sí, ya veremos!

—Me parece que nos hablaste de un túnel —dijo Sam—. ¿No hay que atravesar un túnel, o algo así?

—Oh sí, un túnel —dijo Gollum—. Pero los hobbits podrán descansar antes. Si lo pasan habrán llegado casi a la cima. Casi, si lo pasan. Oh sí, casi a la cima.

Frodo se estremeció. El ascenso lo había hecho sudar, pero ahora sentía el cuerpo mojado y frío, y una corriente de aire glacial, que llegaba desde alturas invisibles, soplaba en el pasadizo oscuro. Se levantó y se sacudió.

—¡Bien, en marcha! —dijo—. Éste no es sitio para sentarse a descansar.

El pasadizo parecía alargarse millas y millas, y siempre el soplo helado flotaba sobre ellos, transformándose poco a poco en un viento áspero. Se hubiera dicho que las montañas, al echarles encima ese aliento mortal, intentaban desanimarlos, alejarlos de los secretos de las alturas, o arrojarlos al tenebroso vacío que habían dejado atrás. Supieron que al fin habían llegado cuando de pronto ya no palparon el muro a la derecha. No veían casi nada. Grandes masas negras e informes y profundas sombras grises se alzaban por encima de ellos y todo alrededor, pero ahora una luz roja y opaca parpadeaba bajo los nubarrones oscuros, y por un momento alcanzaron a ver las formas de los picos, al frente y a los lados, como columnas que sostuvieran una vasta techumbre a punto de desplomarse. Habían subido al parecer muchos centenares de pies, y ahora se encontraban en una cornisa ancha. A la derecha una pared se elevaba a pique y a la izquierda se abría un abismo.

Gollum marchaba adelante casi pegado a la pared rocosa. En ese tramo ya no subían, pero el suelo era más accidentado y peligroso, y había bloques de piedra y roca desmoronada en el camino. Avanzaban lenta y cautelosamente. Cuántas horas habían transcurrido desde que entraran en el Valle de Morgul, ni Sam ni Frodo podían decirlo con certeza. La noche parecía interminable.

Al fin advirtieron que otro muro acababa de aparecer, y una nueva escalera se abrió ante ellos. Otra vez se detuvieron, y otra vez empezaron a subir. Era un ascenso largo y fatigoso; pero esta escalera no penetraba en la ladera de la montaña; aquí la enorme y empinada cara del acantilado retrocedía, y el sendero la cruzaba serpenteando. A cierta altura se desviaba hasta el borde mismo del precipicio oscuro, y Frodo, echando una mirada allá abajo, vio un foso ancho y profundo, la hondonada de acceso al Valle de Morgul. Y en el fondo, como un collar de luciérnagas, centelleaba el camino de los espectros, que iba de la ciudad muerta al Paso Sin Nombre. Frodo volvió rápidamente la cabeza.

Más y más allá proseguía la escalera, siempre sinuosa y zigzagueante, hasta que por fin, luego de un último tramo corto y empinado, desembocó en otro nivel. El sendero se había alejado del paso principal en la gran hondonada, y ahora seguía su propio y peligroso curso por una garganta más angosta, entre las regiones más elevadas de Ephel Dúath. Los hobbits distinguían apenas, a los lados, unos pilares altos y unos pináculos de piedra dentada, entre los que se abrían unas grietas y fisuras más negras que la noche; allí unos inviernos olvidados habían carcomido y tallado la piedra que el sol no tocaba nunca. Y ahora la luz roja parecía más intensa en el cielo; no podían decir aún si lo que se acercaba a este lugar de sombras era en verdad un terrible amanecer o sólo la llamarada de alguna tremenda violencia de Sauron en los tormentos de más allá de Gorgoroth. Todavía lejana, y aún altísima, Frodo, alzando los ojos, vio tal como él esperaba la cima misma de este duro camino. Por el este, contra el púrpura lúgubre del cielo, en la cresta más alta, se dibujaba una abertura estrecha y profunda entre dos plataformas negras: y en cada plataforma había un cuerno de piedra.

Se detuvo y miró más atentamente. El cuerno de la izquierda era alto y esbelto; y en él ardía una luz roja, o acaso la luz de la tierra de más allá brillaba a través de un agujero. Y la vio entonces: una torre negra que dominaba el paso de salida. Le tomó el brazo a Sam y la señaló.

—¡El aspecto no me gusta nada! —dijo Sam—. De modo que en resumidas cuentas tu camino secreto está vigilado —gruñó, volviéndose a Gollum—. Y tú lo sabías desde el comienzo, ¿no es cierto?

—Todos los caminos están vigilados, sí —dijo Gollum—. Claro que sí. Pero los hobbits tienen que probar algún camino. Ése puede estar menos vigilado. ¡Quizá todos se hayan ido a la gran batalla!

—Quizá —refunfuñó Sam—. Bueno, por lo que parece, queda aún mucho que caminar y mucho que subir. Y además falta el túnel. Creo que es momento de descansar, señor Frodo. No sé en qué hora estamos, del día o de la noche, pero hemos andado mucho tiempo.

—Sí, tenemos que descansar —dijo Frodo—. Busquemos algún rincón abrigado, y juntemos fuerzas... para la última etapa. —Y en realidad estaba convencido de que era la última: los terrores del país que se extendía más allá de las montañas, los peligros de la empresa que allí intentaría le parecían todavía remotos, demasiado distantes aun para perturbarlo. Por ahora tenía un único pensamiento: atravesar ese muro impenetrable, eludir la vigilancia de los guardias. Si llevaba a cabo esa hazaña imposible entonces de algún modo cumpliría la misión, o eso pensaba al menos en aquella hora de fatiga, mientras caminaba entre las sombras pedregosas bajo Cirith Ungol.

Se sentaron en una grieta oscura entre dos grandes pilares de roca: Frodo y Sam un poco hacia dentro, y Gollum acurrucado en el suelo cerca de la entrada. Allí los hobbits tomaron lo que creían habría de ser la última comida antes del descenso al País Sin Nombre, y acaso la última que tendrían juntos. Comieron algo de los alimentos de Gondor y el pan de viaje de los Elfos, y bebieron un poco. Pero cuidaron el agua, y tomaron apenas la suficiente para humedecerse las bocas resecas.

—Me pregunto cuándo encontraremos agua otra vez —dijo Sam—. Aunque supongo que allá arriba han de beber. Los orcos beben, ¿no?

—Sí, beben —dijo Frodo—. Pero ni hablemos de eso. Lo que ellos beben no es para nosotros.

—Más razón para que llenemos nuestras botellas —dijo Sam—. Pero no hay agua por aquí y no he oído ningún rumor, ni el más leve susurro. Y de todos modos Faramir nos recomendó no beber las aguas de Morgul.

—No beber las aguas que descienden del Imlad Morgul, fueron sus palabras —dijo Frodo—. No estamos ahí aún, y si encontramos un manantial, el agua fluirá hacia el valle y no desde el valle.

—Yo no me fiaría demasiado —dijo Sam—, a menos que me estuviese muriendo de sed. Hay una atmósfera maligna en este sitio. —Husmeó el aire—. Y un olor, me parece. ¿No lo siente usted? Un olor muy raro, como a encierro. No me gusta.

—A mí no me gusta nada de aquí: piedra y viento, hueso y aliento. Tierra, agua, aire, todo parece maldito. Pero es el camino que nos fue trazado.

—Sí, es verdad —dijo Sam—. Y de haber sabido más antes de partir, no estaríamos ahora aquí seguramente. Aunque me imagino que así ocurre a menudo. Las hazañas de que hablan las antiguas leyendas y canciones, señor Frodo: las aventuras, como yo las llamaba. Yo pensaba que los personajes maravillosos de las leyendas salían en busca de aventuras porque querían tenerlas, y les parecían excitantes, y en cambio la vida era un tanto aburrida: una especie de juego, por así decir. Pero con las historias que importaban de veras, o con esas que uno guarda en la memoria, no ocurría lo mismo. Se diría que los protagonistas se encontraban de pronto en medio de una aventura, y que casi siempre ya tenían los caminos trazados, como dice usted. Supongo que también ellos, como nosotros, tuvieron muchas veces la posibilidad de volverse atrás, sólo que no la aprovecharon. Quizá, pues si la aprovecharan tampoco lo sabríamos, porque nadie se acordaría de ellos. Porque sólo se habla de los que continuaron hasta el fin... y no siempre terminan bien, observe usted; al menos no de ese modo que la gente de la historia, y no la gente de fuera, llama terminar bien. Usted sabe qué quiero decir, volver a casa, y encontrar todo en orden, aunque no exactamente igual que antes... como el viejo señor Bilbo. Pero no son ésas las historias que uno prefiere escuchar, ¡aunque sean las que uno prefiere vivir! Me gustaría saber en qué clase de historia habremos caído.