—¡Los caballos! ¡Los caballos!
Los caballos habían desaparecido, llevándose las estacas a la rastra. Durante un tiempo los tres compañeros se quedaron quietos y en silencio, perturbados por este nuevo y desafortunado incidente. Estaban en los lindes de Fangorn, e innumerables leguas los separaban ahora de los Hombres de Rohan, única gente en la cual podían confiar en aquellas tierras vastas y peligrosas. Mientras estaban así, creyeron oír, lejos en la noche, los relinchos de uno de los caballos. Luego el silencio reinó otra vez, interrumpido sólo por el susurro frío del viento.
—Bueno, se han ido —dijo Aragorn al fin—. No podemos encontrarlos o darles caza; de modo que si no vuelven ellos solos, tendremos que seguir como podamos. Partimos a pie, y continuaremos a pie.
—Pobres pies —dijo Gimli—. Pero no podemos comernos los pies, y caminar al mismo tiempo.
Echó un poco de leña al fuego y se dejó caer a un lado.
—Hace aún pocas horas no querías montar un caballo de Rohan —dijo Legolas riendo—. Todavía llegarás a ser un verdadero jinete.
—No parece muy probable que yo tenga esa oportunidad —dijo Gimli, y un momento después añadió—: Si queréis saber lo que pienso, creo que el viejo era Saruman. ¿Quién si no? Recordad las palabras de Éomer: Va de un lado a otro, como un viejo encapuchado y envuelto en una capa.Así nos dijo. Se llevó los caballos, o los espantó, y aquí estamos ahora. Las dificultades no terminaron aún, ¡no olvidéis mis palabras!
—No las olvidaré —dijo Aragorn—, pero no olvido tampoco que el viejo tenía un sombrero y no una capucha. No pienso sin embargo que no tengas razón, y que aquí no corramos peligro, de día o de noche. Pero por el momento nada podemos hacer, excepto descansar, mientras sea posible. Yo velaré ahora un rato, Gimli. Tengo más necesidad de pensar que de dormir.
La noche pasó lentamente. Legolas reemplazó a Aragorn, y Gimli reemplazó a Legolas, y las guardias concluyeron. Pero no ocurrió nada. El anciano no volvió a aparecer, y los caballos no regresaron.
3
LOS URUK-HAI
Pippin se debatía en una oscura pesadilla: creía oír su propia vocecita que resonaba en unos túneles oscuros llamando: ¡Frodo! ¡Frodo!Pero en vez de Frodo las caras horribles de centenares de orcos lo miraban desde las sombras haciendo muecas, y centenares de brazos horribles se extendían hacia él. ¿Dónde estaba Merry?
Despertó. Un aire frío le soplaba en la cara. Caía la noche, y el cielo se oscurecía en el cenit. Dio media vuelta y descubrió que el sueño era poco peor que el despertar. Tenía las manos, las piernas y los tobillos atados con cuerdas. Junto a él yacía Merry, pálido, la frente envuelta en un trapo sucio. Todo alrededor, sentados o de pie, había muchos orcos.
Lentamente la memoria se fue aclarando en la cabeza dolorida de Pippin y salió de las sombras del sueño. Por supuesto: él y Merry habían huido a los bosques. ¿Qué les había ocurrido? ¿Por qué habían escapado así sin darse cuenta que era el viejo Trancos? Habían corrido lejos, dando gritos; no alcanzaba a recordar ni la distancia ni el tiempo; y de pronto habían tropezado con un grupo de orcos: estaban de pie, escuchando, y al parecer no habían visto a Merry y Pippin hasta que casi los tuvieron encima. Se pusieron a aullar entonces, y docenas de otras bestias salieron de entre los árboles. Merry y él habían echado mano a las espadas, pero los orcos no querían luchar y sólo intentaron apoderarse de ellos, aun cuando Merry ya había cortado muchos brazos y manos. ¡Buen viejo Merry!
En seguida llegó Boromir, saltando entre los árboles. Los obligó a combatir. Mató a muchos y el resto escapó. Pero aún no se habían alejado en el camino de vuelta cuando un centenar de orcos los atacó otra vez. Algunos eran muy corpulentos, y lanzaban lluvias de flechas, siempre contra Boromir. Boromir tocó el gran cuerno, hasta que los sonidos estremecieron el bosque, pero cuando no llegó otra respuesta que los ecos, los orcos atacaron con más fiereza. Pippin no recordaba mucho más. La última imagen era la figura de Boromir apoyada contra un árbol, quitándose una flecha; luego la oscuridad cayó de súbito.
«Supongo que me golpearon en la cabeza —se dijo a sí mismo—. Me pregunto si la herida del pobre Merry será grave. ¿Qué le ha pasado a Boromir? ¿Por qué los orcos no nos mataron? ¿Dónde estamos, y a dónde vamos?»
No encontraba respuesta. Hacía frío y se sentía enfermo.
«Ojalá Gandalf no hubiera convencido a Elrond de que nos dejara venir —pensó—. ¿Qué he hecho de bueno? He sido sólo una molestia, un pasajero, un bulto de equipaje. Ahora me han robado y soy sólo un bulto de equipaje para los orcos. Espero que Trancos o algún otro vengan a rescatarnos. ¿Pero puedo tener esperanzas? ¿No se malograrán todos los planes? ¡Ah, cómo quisiera escapar!»
Luchó un rato en vano, tratando de librarse de las ligaduras. Uno de los orcos, sentado no muy lejos, se rió y le dijo algo a un compañero en aquella lengua abominable.
—¡Descansa mientras puedas, tontito! —dijo en seguida en la Lengua Común, que le pareció entonces a Pippin tan espantosa como el lenguaje de los orcos—. ¡Descansa mientras puedas! Pronto encontrarás en qué utilizar tus piernas. Desearás no haberlas tenido nunca, antes que lleguemos a destino.
—Si por mí fuera, querrías morir ahora mismo —dijo el otro—. Te haría chillar, rata miserable. —Se inclinó sobre Pippin acercándole a la cara las garras amarillas, blandiendo un puñal negro de larga hoja mellada—. Quédate tranquilo, o te haré cosquillas con esto —siseó—. No llames la atención, pues yo podría olvidar las órdenes que me han dado. ¡Malditos sean los Isengardos! Uglúk u bagronk sha pushdug Saruman-glob búbhosh skai—y el orco se lanzó a un largo y colérico discurso en su propia lengua, que se perdió poco a poco en murmullos y ronquidos.
Aterrorizado, Pippin se quedó muy quieto, aunque las muñecas y los tobillos le dolían cada vez más, y las piedras del suelo se le clavaban en la espalda. Para distraerse, escuchó con la mayor atención todo lo que podía oír. Muchas voces se alzaban alrededor, y aunque en la lengua de los orcos había siempre un tono de odio y cólera, parecía evidente que había estallado alguna especie de pelea, y que los ánimos se iban acalorando.
Pippin descubrió sorprendido que mucha de la charla era inteligible; algunos de los orcos estaban usando la Lengua Común. En apariencia había allí miembros de dos o tres tribus muy diferentes, que no entendían la lengua orca de los otros. La airada disputa tenía como tema el próximo paso: qué ruta tomar y qué hacer con los prisioneros.
—No hay tiempo para matarlos de un modo adecuado —dijo uno—. No hay tiempo para diversiones en este viaje.
—Es cierto —dijo otro—, ¿pero por qué no eliminarlos rápidamente, y matarlos ahora? Son una maldita molestia, y tenemos prisa. Se acerca la noche, y hay que pensar en irse.