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—Sí —dijo Pippin—. Me gustaría ver la Mano Blanca destruida para siempre. Me gustaría estar allí, aunque yo no sirviera de mucho. Nunca olvidaré a Uglúk y cómo cruzamos Rohan.

—¡Bueno! ¡Bueno! —dijo Bárbol—. Pero he hablado apresuradamente. No tenemos que apresurarnos. Me excité demasiado. Tengo que tranquilizarme y pensar, pues es más fácil gritar ¡basta!, que obligarlos a detenerse.

Fue a grandes pasos hacia la arcada y se detuvo un tiempo bajo la llovizna del manantial. Luego se rió y se sacudió, y unas gotas de agua cayeron al suelo centelleando como chispas rojas y verdes. Volvió, se tendió de nuevo en la cama, y guardó silencio.

Al rato los hobbits oyeron que murmuraba otra vez. Parecía estar contando con los dedos.

—Fangorn, Finglas, Fladrif, ay, ay —suspiró—. El problema es que quedamos tan pocos —dijo volviéndose hacia los hobbits—. Sólo quedan tres de los primeros Ents que anduvieron por los bosques antes de la Oscuridad: sólo yo, Fangorn, y Finglas y Fladrif, si los llamamos con los nombres élficos; podéis llamarlos también Zarcillo y Corteza, si preferís. Y de nosotros tres, Zarcillo y Corteza no servirán de mucho en este asunto. Zarcillo está cada día más dormido, y muy arbóreo, podría decirse. Prefiere pasarse el verano de pie y medio dormido, con las hierbas hasta las rodillas. Un vello de hojas le cubre el cuerpo. Acostumbraba despertar en invierno, pero últimamente se ha sentido demasiado somnoliento para caminar mucho. Corteza vive en las faldas de las montañas al este de Isengard. Allí es donde ha habido más dificultades. Los orcos lo lastimaron, y muchos de los suyos y de los árboles que apacentaba han sido asesinados y destruidos. Ha subido a los lugares altos, entre los abedules que él prefiere, y no descenderá. Sin embargo, me atrevo a decir que yo podría juntar un grupo bastante considerable de la gente más joven... si consigo que entiendan en qué aprieto nos encontramos ahora; si consigo despertarlos: nosotros no somos gente apresurada. ¡Qué lástima que seamos tan pocos!

—¿Cómo sois tan pocos habiendo vivido en este país tanto tiempo? —preguntó Pippin—. ¿Han muerto muchos?

—¡Oh, no! —dijo Bárbol—. Nadie ha muerto por dentro, como podría decirse. Algunos cayeron en las vicisitudes de los largos años, por supuesto; y muchos son ahora arbóreos. Pero nunca fuimos muchos y no hemos aumentado. No ha habido Entandos, no ha habido niños diríais vosotros, desde hace un terrible número de años. Pues veréis, hemos perdido a las Ents-mujeres.

—¡Qué pena! —dijo Pippin—. ¿Cómo fue que murieron todas?

—¡No murieron! —dijo Bárbol—. Nunca dije que murieran. Las perdimos, dije. Las perdimos y no podemos encontrarlas. —Suspiró—. Pensé que casi todos lo sabían. Los Elfos y los Hombres del Bosque Negro en Gondor han cantado cómo los Ents buscaron a las Ents-mujeres. No es posible que esos cantos se hayan olvidado.

—Bueno, temo que esas canciones no hayan pasado al Oeste por encima de las Montañas de la Comarca —dijo Merry—. ¿No nos dirás más, o no nos cantarás una de las canciones?

—Sí, lo haré —dijo Bárbol, en apariencia complacido—. Pero no puedo contarlo como sería menester; sólo un resumen; y luego interrumpiremos la charla; mañana habrá que llamar a concilio, y nos esperan trabajos, y quizá un largo viaje.

”Es una historia bastante rara y triste —dijo luego de una pausa—. Cuando el mundo era joven, y los bosques vastos y salvajes, los Ents y las Ents-mujeres (y había entonces Ents-doncellas: ¡ah, la belleza de Fimbrethil, de Miembros de Junco, la de pies ligeros, en nuestra juventud!) caminaban juntos y habitaban juntos. Pero los corazones de unos y otros no crecieron del mismo modo: los Ents se consagraban a lo que encontraban en el mundo, y las Ents-mujeres a otras cosas, pues los Ents amaban los grandes árboles, y los bosques salvajes, y las faldas de las altas colinas, y bebían de los manantiales de las montañas, y comían sólo las frutas que los árboles dejaban caer delante de ellos; y aprendieron de los Elfos y hablaron con los árboles. Pero las Ents-mujeres se interesaban en los árboles más pequeños, y en las praderas asoleadas más allá del pie de los bosques; y ellas veían el endrino en el arbusto, y la manzana silvestre y la cereza que florecían en primavera, y las hierbas verdes en las tierras anegadas del verano, y las hierbas granadas en los campos de otoño. No deseaban hablar con esas cosas, pero sí que entendieran lo que se les decía, y que obedecieran. Las Ents-mujeres les ordenaban que crecieran de acuerdo con los deseos que ellas tenían, y que las hojas y los frutos fueran del agrado de ellas, pues las Ents-mujeres deseaban orden, y abundancia, y paz, o sea que las cosas se quedaran donde ellas las habían puesto. De modo que las Ents-mujeres cultivaron jardines para vivir. Pero los Ents siguieron errando por el mundo, y sólo de vez en cuando íbamos a los jardines. Luego, cuando la Oscuridad entró en el Norte, las Ents-mujeres cruzaron el Río Grande, e hicieron otros jardines, y trabajaron los campos nuevos, y las vimos menos aún. Luego de la derrota de la Oscuridad las tierras de las Ents-mujeres florecieron en abundancia, y los campos se colmaron de grano. Muchos hombres aprendieron las artes de las Ents-mujeres, y les rindieron grandes honores; pero nosotros sólo éramos una leyenda para ellos, un secreto guardado en el corazón del bosque. Sin embargo aquí estamos todavía, mientras que todos los jardines de las Ents-mujeres han sido devastados: los Hombres los llaman ahora las Tierras Pardas.

”Recuerdo que hace mucho tiempo, en los días de la guerra entre Sauron y los Hombres del Mar, tuve una vez el deseo de ver de nuevo a Fimbrethil. Muy hermosa era ella todavía a mis ojos, cuando la viera por última vez, aunque poco se parecía a la Ent-doncella de antes. Pues el trabajo había encorvado y tostado a las Ents-mujeres, y el sol les había cambiado el color de los cabellos, que ahora parecían espigas maduras, y las mejillas eran como manzanas rojas. Sin embargo, tenían aún los ojos de nuestra gente. Cruzamos el Anduin y fuimos a aquellas tierras, pero encontramos un desierto. Todo había sido quemado y arrancado de raíz, pues la guerra había visitado esos lugares. Pero las Ents-mujeres no estaban allí. Mucho tiempo las llamamos, y mucho tiempo las buscamos; y a todos les preguntábamos a dónde habían ido las Ents-mujeres. Algunos decían que nunca las habían visto; y algunos decían que las habían visto yendo hacia el oeste, y algunos decían el este, y otros el sur. Pero fuimos a todas partes y no pudimos encontrarlas. Nuestra pena era muy honda. No obstante, el bosque salvaje nos reclamaba, y volvimos. Durante muchos años mantuvimos la costumbre de salir del bosque de cuando en cuando y buscar a las Ents-mujeres, caminando de aquí para allá y llamándolas por aquellos hermosos nombres que ellas tenían. Pero el tiempo fue pasando y salíamos y nos alejábamos cada vez menos. Y ahora las Ents-mujeres son sólo un recuerdo para nosotros, y nuestras barbas son largas y grises. Los Elfos inventaron muchas canciones sobre la Busca de los Ents, y algunas de esas canciones pasaron a las lenguas de los Hombres. Pero nosotros no compusimos ninguna canción, y nos contentamos con canturrear los hermosos nombres cuando nos acordamos de las Ents-mujeres. Creemos que volveremos a encontrarnos en un tiempo próximo, quizá en una tierra donde podamos vivir juntos y ser felices. Pero se ha dicho que esto se cumplirá cuando hayamos perdido todo lo que tenemos ahora. Y es posible que ese tiempo se esté acercando al fin. Pues si el Sauron de antaño destruyó los jardines, el Enemigo de hoy parece capaz de marchitar todos los bosques.