”Hay una canción élfica que habla de esto, o al menos así la entiendo yo. Antes se la cantaba todo a lo largo del Río Grande. No fue nunca una canción éntica, notadlo bien: ¡hubiese sido una canción muy larga en éntico! Pero aún la recordamos, y la canturreamos a veces. Hela aquí en vuestra lengua:
ENT
Cuando la primavera despliega la hoja del haya, y hay savia en las ramas;
cuando la luz se apoya en el río del bosque, y el viento toca la cima;
cuando el paso es largo, la respiración profunda y el aire se anima en la montaña,
¡regresa a mí! ¡Regresa a mí, y di que mi tierra es hermosa!
ENT-MUJER
Cuando la primavera llega a los regadíos y los campos, y aparece la espiga;
cuando en las huertas florecen los capullos como una nieve brillante;
cuando la llovizna y el sol sobre la tierra perfuman el aire, me demoraré aquí, y no me iré, pues mi tierra es hermosa.
ENT
Cuando el verano se extiende sobre el mundo, en un mediodía de oro,
bajo la bóveda de las hojas dormidas se despliegan los sueños de los árboles;
cuando las salas del bosque son verdes y frescas, y el viento sopla del oeste,
¡regresa a mí! ¡Regresa a mí y di que mi tierra es la mejor!
ENT-MUJER
Cuando el verano calienta los frutos que cuelgan y oscurece las bayas;
cuando la paja es de oro y la espiga blanca, y es tiempo de cosechar;
cuando la miel se derrama y el manzano crece, aunque el viento sople del oeste,
me demoraré aquí a la luz del sol, ¡porque mi tierra es la mejor!
ENT
Cuando llegue el invierno, el invierno salvaje que matará la colina y el bosque;
cuando caigan los árboles y la noche sin estrellas devore al día sin sol;
cuando el viento sople mortalmente del este, entonces en la lluvia que golpea
te buscaré, y te llamaré, ¡y regresaré otra vez contigo!
ENT-MUJER
Cuando llegue el invierno, y terminen los cantos; cuando las tinieblas caigan al fin;
cuando la rama estéril se rompa, y la luz y el trabajo hayan pasado;
te buscaré, y te esperaré, hasta que volvamos a encontrarnos: ¡juntos tomaremos el camino bajo la lluvia que golpea!
AMBOS
Juntos tomaremos el camino que lleva al oeste,
y juntos encontraremos una tierra en donde los corazones tengan descanso.
Bárbol dejó de cantar.
—Así dice la canción. Es una canción élfica, por supuesto, alegre, concisa, y termina pronto. Me atrevería a decir que es bastante hermosa. Aunque los Ents podrían decir mucho más, ¡si tuvieran tiempo! Pero ahora voy a levantarme para dormir un poco. ¿Dónde os pondréis de pie?
—Nosotros comúnmente nos acostamos para dormir —dijo Merry—. Nos quedaremos donde estamos.
—¡Acostarse para dormir! —exclamó Bárbol—. ¡Pero claro, eso es lo que vosotros hacéis! Hm, hum, me olvido a veces; cantando esa canción creí estar de nuevo en los tiempos de antaño: casi como si estuviera hablándoles a unos jóvenes Entandos. Bueno, podéis acostaros en la cama. Yo me pondré de pie bajo la lluvia. ¡Buenas noches!
Merry y Pippin treparon a la cama y se acomodaron en la hierba y los helechos blandos. Era una cama fresca, perfumada y tibia. Las luces se apagaron y el resplandor de los árboles se desvaneció; pero afuera, bajo el arco, alcanzaban a ver al viejo Bárbol de pie, inmóvil, con los brazos levantados por encima de la cabeza. Las estrellas brillantes miraban desde el cielo, e iluminaban el agua que caía y se le derramaba sobre los dedos y la cabeza, y goteaba, goteaba, en cientos de gotas de plata. Escuchando el tintineo de las gotas los hobbits se durmieron.
Despertaron y vieron que un sol fresco brillaba en el patio y en el suelo de la caverna. Unos andrajos de nubes corrían en el cielo, arrastradas por un fuerte viento que soplaba del este. No vieron a Bárbol, pero mientras se bañaban en el estanque junto al arco, oyeron que zumbaba y cantaba, subiendo por el camino entre los árboles.
—¡Hu, ho! ¡Buenos días, Merry y Pippin! —bramó al verlos—. Dormís mucho. Yo ya he dado cientos de pasos. Ahora beberemos un poco, y luego iremos a la Cámara de los Ents.
Trajo una jarra de piedra, pero no la misma de la noche anterior, y les sirvió dos tazones. El sabor tampoco era el mismo: más terrestre, más generoso, más fortificante y nutritivo, por así decir. Mientras los hobbits bebían, sentados en el borde de la cama, y mordisqueaban los bizcochos élficos (porque comer algo les parecía parte necesaria del desayuno, no porque tuvieran hambre), Bárbol se quedó allí de pie, canturreando en éntico o élfico o alguna extraña lengua, y mirando el cielo.
—¿Dónde está la Cámara de los Ents? —se atrevió a preguntar Pippin.
—¿Hu, eh? ¿La Cámara de los Ents? —dijo Bárbol, dándose la vuelta—. No es un lugar, es una reunión de Ents, no muy frecuente por cierto. Pero he conseguido que un número considerable me prometiera venir. Nos reuniremos en el sitio donde nos hemos reunido siempre. El Valle Emboscado, lo llaman los Hombres. Está lejos de aquí, en el sur. Tenemos que llegar allí antes del mediodía.
Partieron sin tardanza. Bárbol llevó en brazos a los hobbits, como en la víspera. A la entrada del patio dobló a la derecha, atravesó de una zancada la corriente, y caminó a grandes pasos hacia el sur bordeando las faldas de piedras desmoronadas donde los árboles eran raros. Los hobbits alcanzaron a distinguir montes de abedules y fresnos, y más arriba unos pinos sombríos. Pronto Bárbol se apartó un poco de las colinas para meterse en unos bosquecillos espesos; los hobbits nunca habían visto hasta entonces árboles más grandes, más altos, y más gruesos. Durante un momento creyeron tener aquella sensación de ahogo que los había asaltado cuando entraron por primera vez en Fangorn, pero pasó pronto. Bárbol no les hablaba. Canturreaba entre dientes, con un tono grave y meditativo, pero Merry y Pippin no alcanzaban a distinguir las palabras: sonaba bum, bum, rumbum, burar, bum, bum, dahrar bum bum, dahrar bum, y así continuamente con un cambio incesante de notas y ritmos. De cuando en cuando creían oír una respuesta, un zumbido, o un sonido tembloroso que salía de la tierra, o que bajaba de las ramas altas, o quizá de los troncos de los árboles; pero Bárbol no se detenía ni volvía la cabeza a uno u otro lado.