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—Yo también me lo pregunto —dijo Merry—. Isengard es una especie de anillo de rocas o colinas, pienso, alrededor de un espacio llano o una isla o pilar de piedra en el medio, y que llaman Orthanc. Saruman tiene una torre ahí. Hay una entrada, quizá más de una, en la muralla circular, y creo que la atraviesa un río; desciende de las montañas y corre a través del Paso de Rohan. No parece un lugar muy apropiado para que los Ents puedan hacer algo ahí. Pero tengo una rara impresión acerca de estos Ents: de algún modo no creo que sean tan poco peligrosos y, bueno, tan graciosos como parecen. Son lentos, extraños, y pacientes, casi tristes; y, sin embargo, creo que algo podría despertarlos. Si eso ocurriera alguna vez, no me gustaría estar en el bando opuesto.

—¡Sí! —dijo Pippin—. Entiendo qué quieres decir. Quizá ésa sea toda la diferencia entre una vieja vaca echada que rumia en paz y un toro que embiste, y el cambio puede ocurrir de pronto. Me pregunto si Bárbol conseguirá despertarlos. Estoy seguro de que lo intentará. Pero no les gusta que los exciten. Bárbol se excitó durante un momento anoche, y luego se contuvo otra vez.

Los hobbits se volvieron. Las voces de los Ents todavía se alzaban y bajaban en el cónclave. El sol había subido y miraba ahora por encima de la cerca; brillaba en las copas de los abedules e iluminaba el lado norte del valle con una fresca luz amarilla. Allí centelleaba un pequeño manantial. Caminaron a lo largo del borde de la concavidad al pie de los árboles perennes —era agradable sentir de nuevo la hierba fresca en los pies, y no tener prisa— y luego descendieron al agua del manantial. Bebieron un poco, un trago de agua fresca, fría y acre, y se sentaron sobre una piedra mohosa, mirando los dibujos del sol en la hierba y las sombras de las nubes que navegaban en el cielo. El murmullo de los Ents continuaba. El valle parecía un sitio muy extraño y remoto, fuera del mundo, y alejado de todo lo que habían vivido hasta entonces. Los invadió una profunda nostalgia, y recordaron con tristeza los rostros y las voces de los otros compañeros, especialmente de Frodo y Sam y Trancos.

Al fin hubo una pausa en las voces de los Ents; y alzando los ojos vieron que Bárbol venía hacia ellos, con otro Ent al lado.

—Hm, hum, aquí estoy otra vez —dijo Bárbol—. ¿Comenzabais a cansaros y a sentir alguna impaciencia, hmm, eh? Bueno, temo que aún no sea tiempo de sentirse impaciente. Hemos cumplido la primera etapa, pero todavía falta mucho que explicar a aquellos que viven lejos de aquí, lejos de Isengard, y también a aquellos que no pude ver antes de la Asamblea, y luego habrá que decidir si se puede hacer algo. Sin embargo, para decidirse a hacer algo, los Ents no necesitan tanto tiempo como para examinar todos los hechos y acontecimientos sobre los que será necesario decidirse. No obstante, y de nada serviría negarlo, estaremos aquí mucho tiempo todavía: un par de días quizá. De modo que os traje compañía. Tiene una casa éntica cerca. Se llama Bregalad, en élfico. Dice que ya se ha decidido y no necesita quedarse en la Asamblea. Hum, hum, es lo que más se parece entre nosotros a un Ent con prisa. Creo que os entenderéis. ¡Adiós!

Bárbol dio media vuelta y los dejó.

Bregalad se quedó un momento mirando a los hobbits con solemnidad; y ellos también lo miraron, preguntándose cuándo mostraría algún signo de «apresuramiento». Era alto, y parecía ser uno de los Ents más jóvenes; una piel lisa y brillante le cubría los brazos y piernas; tenía labios rojos, y el cabello era verdegrís. Podía inclinarse y balancearse como un árbol joven al viento. Al fin habló, y con una voz resonante pero más alta y clara que la de Bárbol.

—Ha, hum, ¡vamos a dar un paseo, amigos míos! —dijo—. Me llamo Bregalad, lo que en vuestra lengua significa Ramaviva. Pero esto no es más que un apodo, por supuesto. Me llaman así desde el momento en que le dije sí a un Ent anciano antes que terminara de hacerme una pregunta. También bebo rápidamente y me voy cuando otros todavía están mojándose las barbas. ¡Venid conmigo!

Bajó dos brazos bien torneados y les dio una mano de dedos largos a cada uno de los hobbits. Todo ese día caminaron con él por los bosques, cantando y riendo, pues Ramaviva reía a menudo. Reía si el sol salía de detrás de una nube, reía cuando encontraban un arroyo o un manantiaclass="underline" se inclinaba entonces y se refrescaba con agua los pies y la cabeza; reía a veces cuando se oía algún sonido o murmullo en los árboles. Cada vez que tropezaban con un fresno se detenía un rato con los brazos extendidos, y entonces cantaba, balanceándose.

Al atardecer llevó a los hobbits a una casa éntica que era sólo una piedra musgosa puesta sobre unas matas de hierba en un barranco verde. Unos fresnos crecían en círculo alrededor, y había agua, como en todas las casas énticas, un manantial que brotaba en burbujas. Hablaron un rato mientras la oscuridad caía en el bosque. No muy lejos las voces de la Cámara de los Ents podían oírse aún; pero ahora parecían más graves y menos ociosas, y de cuando en cuando un vozarrón se alzaba en una música alta y rápida, mientras todas las otras parecían apagarse. Pero junto a ellos Bregalad hablaba gentilmente en la lengua de los hobbits, casi susurrando; y ellos se enteraron de que pertenecía a la raza de los Cortezas, y que el país donde vivieran antes había sido devastado. Esto pareció a los hobbits suficiente como para explicar el «apresuramiento» de Ramaviva, al menos en lo que se refería a los orcos.

—Había fresnos en mi casa —dijo Bregalad, con una dulce tristeza—, fresnos que echaron raíces cuando yo era aún un Entando, hace muchos años en el silencio del mundo. Los más viejos fueron plantados por Ents para probar y complacer a las Ents-mujeres; pero ellas los miraron y sonrieron y dijeron que conocían un sitio donde los capullos eran más blancos y los frutos más abundantes. Pero ya no quedan árboles de esa raza, el pueblo de la Rosa, que eran tan hermosos a mis ojos. Y esos árboles crecieron y crecieron, hasta que la sombra de cada uno fue como una sala verde, y los frutos rojos del otoño colgaron como una carga, de maravillosa belleza. Los pájaros acostumbraban anidar en ellos. Me gustan los pájaros, aun cuando parlotean; y en los fresnos había pájaros de sobra. Pero estos pájaros de pronto se hicieron hostiles, ávidos, y desgarraron los árboles y derribaron los frutos pero no se los comieron. Luego llegaron los orcos blandiendo hachas y echaron abajo los árboles. Llegué y los llamé por los largos nombres que ellos tenían, pero no se movieron, no oyeron ni respondieron: estaban todos muertos.

¡Oh Orofarnë, Lassemista, Carnimírië!

¡Oh hermoso fresno, sobre tu cabellera qué hermosas son las flores!

¡Oh fresno mío, te vi brillar en un día de verano!

Tu brillante corteza, tus leves hojas, tu voz tan fresca y dulce:

¡qué alta llevas en tu cabeza la corona de oro rojo!

Oh fresno muerto, tu cabellera es seca y gris;

tu corona ha caído, tu voz ha callado para siempre.

¡Oh Orofarnë, Lassemista, Carnimírië!

Los hobbits se durmieron con la música del dulce canto de Bregalad, que parecía lamentar en muchas lenguas la caída de los árboles que él había amado.