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—¡Gandalf! —dijo—. ¡Más allá de toda esperanza regresas ahora a asistirnos! ¿Qué velo me oscurecía la vista? ¡Gandalf!

Gimli no dijo nada; cayó de rodillas, cubriéndose los ojos.

—Gandalf —repitió el viejo como sacando de viejos recuerdos una palabra que no utilizaba desde hacía mucho—. Sí, ése era el nombre. Yo era Gandalf.

Bajó de la roca, y recogiendo el manto gris se envolvió en él; fue como si el sol, luego de haber brillado un momento, se ocultara otra vez entre las nubes.

—Sí, todavía podéis llamarme Gandalf —dijo, y era aquella la voz del amigo y el guía—. Levántate, mi buen Gimli. No tengo nada que reprocharte, y no me has hecho ningún daño. En verdad, amigos míos, ninguno de vosotros tiene aquí un arma que pueda lastimarme. ¡Alegraos! Nos hemos encontrado de nuevo. En la vuelta de la marea. El huracán viene, pero la marca ha cambiado.

Puso la mano sobre la cabeza de Gimli, y el Enano alzó los ojos y de pronto se rió.

—¡Gandalf! —dijo—. ¡Pero ahora estás todo vestido de blanco!

—Sí, soy blanco ahora —dijo Gandalf—. En verdad soySaruman, podría decirse. Saruman como él tendría que haber sido. Pero, ¡contadme vosotros! He pasado por el fuego y por el agua profunda desde que nos vimos la última vez. He olvidado buena parte de lo que creía saber, y he aprendido muchas cosas que había olvidado. Ahora veo cosas muy lejanas, pero muchas otras que están al alcance de la mano no puedo verlas. ¡Habladme de vosotros!

—¿Qué quieres saber? —preguntó Aragorn—. Todo lo que ocurrió desde que nos separamos en el puente haría una larga historia. ¿No quisieras ante todo hablarnos de los hobbits? ¿Los encontraste, y están a salvo?

—No, no los encontré —dijo Gandalf—. Hay tinieblas que cubren los valles de Emyn Muil, y no supe que los habían capturado hasta que el águila me lo dijo.

—¡El águila! —dijo Legolas—. He visto un águila volando alto y lejos: la última vez fue hace tres días, sobre Emyn Muil.

—Sí —dijo Gandalf—, era Gwaihir el Señor de los Vientos que me rescató de Orthanc. Lo envié ante mí a observar el Río y a recoger noticias. Tiene ojos penetrantes, pero no puede ver todo lo que pasa bajo los árboles y las colinas. Algo ha visto, y yo vi otras cosas. El Anillo es ahora para mí inalcanzable, lo mismo que para cualquier miembro de la Compañía que partió de Rivendel. El Enemigo estuvo muy cerca de descubrirlo, pero el Anillo escapó. Tuve en eso parte de culpa, pues yo residía entonces en un sitio alto y luché con la Torre Oscura; y la Sombra pasó. Luego me sentí cansado, muy cansado; y marché mucho tiempo hundido en pensamientos sombríos.

—¡Entonces sabes algo de Frodo! —exclamó Gimli—. ¿Cómo le van a él las cosas?

—No puedo decirlo. Ha escapado a un peligro grande, pero otros muchos le aguardan aún. Ha resuelto ir solo a Mordor, y ya se ha puesto en camino; eso es todo lo que puedo decir.

—No solo —dijo Legolas—. Creemos que Sam lo acompaña.

—¿Sam? —dijo Gandalf, y una luz le pasó por los ojos, y una sonrisa le iluminó la cara—. ¿Sam, de veras? No sabía nada, y sin embargo no me sorprende. ¡Bien! ¡Muy bien! Me sacáis un peso del corazón. Tenéis que decirme más. Ahora sentaos junto a mí y contadme la historia de vuestro viaje.

Los compañeros se sentaron en el suelo a los pies de Gandalf, y Aragorn contó la historia. Durante un tiempo Gandalf no dijo nada, y no hizo preguntas. Tenía las manos extendidas sobre las rodillas, y los ojos cerrados. Al fin, cuando Aragorn habló de la muerte de Boromir, y de la última jornada por el Río Grande, el viejo suspiró.

—No has dicho todo lo que sabes o sospechas, Aragorn, amigo mío —dijo serenamente—. ¡Pobre Boromir! No pude ver qué le ocurrió. Fue una dura prueba para un hombre como él, un guerrero, y señor de los hombres. Galadriel me dijo que estaba en peligro. Pero consiguió escapar de algún modo. Me alegro. No fue en vano que los hobbits jóvenes vinieran con nosotros, al menos para Boromir. Pero no fue éste el único papel que les tocó desempeñar. Los trajeron a Fangorn, y la llegada de ellos fue como la caída de unas piedrecitas que desencadenan un alud en las montañas. Aun desde aquí, mientras hablamos, alcanzo a oír los primeros ruidos. ¡Será bueno para Saruman no estar demasiado lejos cuando el dique se rompa!

—En una cosa no has cambiado, querido amigo —dijo Aragorn—, todavía hablas en enigmas.

—¿Qué? ¿En enigmas? —dijo Gandalf—. ¡No! Pues estaba pensando en voz alta. Una costumbre de la gente vieja: eligen siempre al más enterado de los presentes cuando llega el momento de hablar; las explicaciones que necesitan los jóvenes son largas y fatigosas.

Se rió, pero la risa era ahora cálida y amable como un rayo de sol.

—Yo ya no soy joven, ni siquiera en las estimaciones de los Hombres de las Casas Antiguas —dijo Aragorn—. ¿No quieres hablarme más claramente?

—¿Qué podría decir? —preguntó Gandalf, e hizo una pausa, reflexionando—. He aquí un resumen de cómo veo las cosas en la actualidad, si deseáis conocer con la mayor claridad posible una parte de mi pensamiento. El Enemigo, por supuesto, sabe desde hace tiempo que el Anillo está en viaje, y que lo lleva un hobbit. Sabe también cuántos éramos en la Compañía cuando salimos de Rivendel, y la especie de cada uno de nosotros. Pero aún no ha entendido claramente nuestro propósito. Supone que todos íbamos a Minas Tirith, pues eso es lo que él hubiera hecho en nuestro lugar. Y de acuerdo con lo que él piensa, el poder de Minas Tirith hubiera sido entonces para él una grave amenaza. En verdad está muy asustado, no sabiendo qué criatura poderosa podría aparecer de pronto, llevando el Anillo, declarándole la guerra y tratando de derribarlo y reemplazarlo. Que deseemos derribarlo pero no sustituirlo por nadie es un pensamiento que nunca podría ocurrírsele. Que queramos destruir el Anillo mismo no ha entrado aún en los sueños más oscuros que haya podido alimentar. En esto, como entenderéis sin duda, residen nuestra mayor fortuna y nuestra mayor esperanza. Imaginando la guerra, la ha desencadenado, creyendo ya que no hay tiempo que perder, pues quien primero golpea, si golpea con bastante fuerza, quizá no tenga que golpear de nuevo. Ha puesto pues en movimiento, y más pronto de lo que pensaba, las fuerzas que estaba preparando desde hace mucho. Sabiduría insensata: si hubiera aplicado todo el poder de que dispone a guardar Mordor, de modo que nadie pudiese entrar, y se hubiera dedicado por entero a la caza del Anillo, entonces en verdad toda esperanza sería inúticlass="underline" ni el Anillo ni el portador lo hubieran eludido mucho tiempo. Pero ahora se pasa las horas mirando a lo lejos y no atendiendo a los asuntos cercanos; y sobre todo le preocupa Minas Tirith. Pronto todas sus fuerzas se abatirán allí como una tormenta.

”Pues sabe ya que los mensajeros que él envió a acechar a la Compañía han fracasado otra vez. No han encontrado el Anillo. No han conseguido tampoco llevarse a algún hobbit como rehén. Esto solo hubiese sido para nosotros un duro revés, quizá fatal. Pero no confundamos nuestros corazones imaginando cómo pondrían a prueba la gentil lealtad de los hobbits allá en la Torre Oscura. Pues el Enemigo ha fracasado, hasta ahora, y gracias a Saruman.

—¿Entonces Saruman no es un traidor? —preguntó Gimli.