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Lengua de Serpiente miró una a una todas las caras, como una bestia acosada en medio de un círculo de enemigos y que busca una brecha por donde escapar. Se humedeció los labios con una lengua larga y pálida.

—De un Señor de la Casa de Eorl, por muy viejo que sea, no cabía esperar otra resolución —dijo—. Pero quienes lo aman de verdad tendrían que ayudarlo ahorrándole disgustos en estos últimos años. Veo, sin embargo, que he llegado demasiado tarde. Otros, que acaso llorarían menos la muerte de mi Señor, ya lo han persuadido. Si lo que está hecho no puede deshacerse, ¡escuchadme al menos en esto, Señor! Alguien que conozca vuestras ideas y honre vuestras órdenes tendrá que quedar en Edoras. Nombrad un senescal de confianza. Que vuestro consejero Gríma cuide de todo hasta vuestro regreso... y ojalá lo veamos, aunque ningún hombre sensato esperaría milagro semejante.

Éomer se rió.

—Y si este alegato no te exime de la guerra, nobilísimo Lengua de Serpiente —dijo—, ¿qué cargo menos honroso aceptarías? ¿Llevar una talega de harina a las montañas... si alguien se atreviera a confiártela?

—Jamás, Éomer, has comprendido tú los propósitos del Señor Lengua de Serpiente —dijo Gandalf, traspasando a Gríma con la mirada—. Es temerario y artero. En este mismo momento está jugando un juego peligroso y gana un lance. Ya me ha hecho perder horas de mi precioso tiempo. ¡Al suelo, víbora! —dijo de súbito con una voz terrible—. ¡Arrástrate sobre tu vientre! ¿Cuánto tiempo hace que te vendiste a Saruman? ¿Cuál fue el precio convenido? Cuando todos los hombres hayan muerto, ¿recogerás tu parte del tesoro y tomarás la mujer que codicias? Hace tiempo que la vigilas y la acechas de soslayo.

Éomer echó mano a la espada.

—Eso ya lo sabía —murmuró—. Por esa razón ya le habría dado muerte antes, olvidando la ley del castillo. Aunque hay también otras razones.

Dio un paso adelante, pero Gandalf lo detuvo.

—Éowyn está a salvo ahora —dijo—. Pero tú, Lengua de Serpiente, has hecho cuanto has podido por tu verdadero amo. Has ganado al menos una recompensa. Sin embargo, Saruman a veces no cumple lo que ha prometido. Te aconsejaría que fueses prontamente a refrescarle la memoria, para que no olvide tus fieles servicios.

—Mientes —dijo Lengua de Serpiente.

—Esta palabra te viene a la boca demasiado a menudo y con facilidad —dijo Gandalf—. Yo no miento. Mirad, Théoden, aquí tenéis una serpiente. No podéis, por vuestra seguridad, llevarla con vos, ni tampoco podéis dejarla aquí. Matarla sería hacer justicia. Sin embargo, no siempre fue como ahora. Alguna vez fue un hombre y os prestó servicios a su manera. Dadle un caballo y permitidle que parta inmediatamente, a donde quiera ir. Por lo que elija podréis juzgarlo.

—¿Oyes, Lengua de Serpiente? —dijo Théoden—. Ésta es tu elección: acompañarme a la guerra y demostrarnos en la batalla si en verdad eres leal; o irte ahora a donde quieras. Pero en ese caso, si alguna vez volvemos a encontrarnos, no tendré piedad de ti.

Lengua de Serpiente se levantó con lentitud. Miró a todos con ojos entornados, para escrutar por último el rostro de Théoden. Abrió la boca como si fuera a hablar, y entonces, de pronto, irguió el cuerpo, movedizas las manos, los ojos echando chispas. Tanta maldad se reflejaba en ellos que los hombres dieron un paso atrás. Mostró los dientes y con un ruido sibilante escupió a los pies del rey, y en seguida, saltando a un costado, se precipitó escaleras abajo.

—¡Seguidlo! —dijo Théoden—. Impedid que haga daño a nadie, mas no lo lastiméis ni lo retengáis. Dadle un caballo, si así lo desea.

—Y si hay alguno que quiera llevarlo —dijo Éomer.

Uno de los guardias bajó de prisa las escaleras. Otro fue hasta el manantial al pie de la terraza, recogió agua en el yelmo, y limpió con ella las piedras que Lengua de Serpiente había ensuciado.

—¡Y ahora, mis invitados, venid! —dijo Théoden—. Venid y reparad fuerzas mientras la prisa nos lo permita.

Entraron nuevamente en el castillo. Allá abajo en la villa ya se oían las voces de los heraldos y la llamada de los cuernos de guerra, pues el rey partiría tan pronto como los hombres de la aldea y los que habitaban en los aledaños estuviesen reunidos y armados a las puertas del castillo.

A la mesa del rey se sentaron Éomer y los cuatro invitados, y también estaba allí la Dama Éowyn, sirviendo al rey. Comieron y bebieron rápidamente. Todos escucharon en silencio mientras Théoden interrogaba a Gandalf sobre Saruman.

—¿Quién puede saber desde cuándo nos traiciona? —dijo Gandalf—. No siempre fue malvado. En un tiempo, no lo dudo, fue un amigo de Rohan; y aún más tarde, cuando empezó a enfriársele el corazón, pensaba que podíais serle útil. Pero hace tiempo ya que planeó vuestra ruina, bajo la máscara de la amistad, hasta que llegó el momento. Durante todos estos años la tarea de Lengua de Serpiente ha sido fácil, y todo cuanto hacíais era conocido inmediatamente en Isengard; porque el vuestro era un país abierto, y los extranjeros entraban en él y salían libremente. Y mientras tanto las murmuraciones de Lengua de Serpiente penetraban en vuestros oídos, os envenenaban la mente, os helaban el corazón, debilitaban vuestros miembros, y los otros observaban sin poder hacer nada, pues vuestra voluntad estaba sometida a él.

”Pero cuando escapé, y os puse en guardia, la máscara cayó para los que querían ver. Después de eso, Lengua de Serpiente jugó una partida peligrosa, procurando siempre reteneros, impidiendo que recobrarais vuestras fuerzas. Era astuto: embotaba la prudencia natural del hombre, o trabajaba con la amenaza del miedo, según le conviniera. ¿Recordáis con cuánta vehemencia os suplicó que no distrajerais un solo hombre en una empresa quimérica en el norte cuando el peligro inminente estaba en el oeste? Por consejo de él prohibisteis a Éomer que persiguiera a los orcos invasores. Si Éomer no hubiera desafiado las palabras de Lengua de Serpiente que hablaba por vuestra boca, esos orcos ya habrían llegado a Isengard, obteniendo una buena presa. No por cierto la que Saruman desea por encima de todo, pero sí al menos dos hombres de mi Compañía, con quienes comparto una secreta esperanza, de la cual, ni aun con vos, Señor, puedo todavía hablar abiertamente. ¿Alcanzáis a imaginar lo que podrían estar padeciendo o lo que Saruman podría saber ahora, para nuestra desdicha?

—Tengo una gran deuda con Éomer —dijo Théoden—. Un corazón leal puede tener una lengua insolente.

—Decid también que para ojos aviesos la verdad puede ocultarse detrás de una mueca —dijo Gandalf.

—En verdad, mis ojos estaban casi ciegos —dijo Théoden—. La mayor de mis deudas es para contigo, huésped mío. Una vez más, has llegado a tiempo. Quisiera hacerte un regalo antes de partir, a tu elección. Puedes escoger cualquiera de mis posesiones. Sólo me reservo la espada.

—Si he llegado a tiempo o no, queda por ver —dijo Gandalf—. En cuanto al regalo que me ofrecéis, Señor, escogeré uno que responde a mis necesidades: rápido y seguro. ¡Dadme a Sombragrís! Sólo en préstamo lo tuve antes, si préstamo es la palabra. Pero ahora tendré que exponerlo a grandes peligros, oponiendo la plata a las tinieblas: no quisiera arriesgar nada que no me pertenezca. Y ya hay un lazo de amistad entre nosotros.