El sol se hundía detrás del largo brazo occidental de las montañas cuando Gandalf y sus compañeros, y el Rey y los Jinetes partieron de Isengard. Gandalf llevaba a Merry en la grupa del caballo, y Aragorn llevaba a Pippin. Dos de los hombres del rey se adelantaron a galope tendido, y pronto se perdieron de vista en el fondo del valle. Los otros continuaron a paso más lento.
Una solemne fila de Ents, erguidos como estatuas ante la puerta, con los largos brazos levantados, asistía silenciosa a la partida. Cuando se hubieron alejado un trecho por el camino sinuoso, Merry y Pippin volvieron la cabeza. El sol brillaba aún en el cielo, pero las sombras se extendían ya sobre Isengard: unas ruinas grises que se hundían en las tinieblas. Ahora Bárbol estaba solo, como la cepa de un árbol distante: los hobbits recordaron el primer encuentro, allá lejos en la asoleada cornisa de los lindes de Fangorn.
Llegaron a la columna de la Mano Blanca. La columna seguía en pie, pero la mano esculpida había sido derribada y yacía rota en mil pedazos. En el centro mismo del camino se veía el largo índice, blanco en el crepúsculo, y la uña roja se ennegrecía lentamente.
—¡Los Ents no descuidan ningún detalle! —observó Gandalf.
Continuaron cabalgando, y la noche se cerró en la hondonada.
—¿Piensas cabalgar toda la noche, Gandalf? —preguntó Merry al rato—. No sé cómo te sentirás tú con este forajido que llevas a la rastra prendido a los faldones, pero el forajido está cansado y le alegraría dejar de ir a la rastra y echarse a descansar.
—¿Así que oíste eso? —dijo Gandalf—. ¡No lo tomes a pecho! Alégrate de que no te hayan dedicado palabras más lisonjeras. Nunca se había encontrado con un hobbit y no sabía cómo hablarte. No te sacaba los ojos de encima. Si esto puede de algún modo reconfortar tu amor propio, te diré que en este momento tú y Pippin le preocupáis más que cualquiera de nosotros. Quiénes sois; cómo vinisteis aquí; y por qué; qué sabéis; si fuisteis capturados, y en ese caso cómo escapasteis cuando todos los orcos perecieron... Éstos son los pequeños enigmas que ahora perturban esa gran mente. Un sarcasmo en boca de Saruman, Meriadoc, es un cumplido, y puedes sentirte honrado por ese interés.
—¡Gracias! —dijo Merry—. ¡Pero prefiero la honra de ir prendido a tus faldones, Gandalf! Ante todo, porque así es posible repetir una pregunta. ¿Piensas cabalgar toda la noche?
Gandalf se echó a reír.
—¡Un hobbit insaciable! Todos los magos tendrían que tener uno o dos hobbits a su cuidado, para que les enseñaran el significado de las palabras y los corrigieran. Te pido perdón. Pero hasta en estos detalles he pensado. Seguiremos viaje aún algunas horas, sin fatigarnos, hasta el otro lado del valle. Mañana tendremos que cabalgar más de prisa.
”Cuando llegamos, nuestra intención era volver directamente de Isengard a la morada del Rey en Edoras, a través de la llanura, una cabalgata de varios días. Pero hemos reflexionado y cambiado los planes. Hemos enviado mensajeros al Abismo de Helm, a anunciar que el Rey regresará mañana. De allí partirá con muchos hombres hacia El Sagrario, por los senderos que pasan entre las colinas. De ahora en adelante es preciso evitar que más de dos o tres hombres cabalguen juntos, tanto de día como de noche.
—Tú, como de costumbre, ¡no nos das nada o nos das doble ración! —dijo Merry—. ¡Y yo que no pensaba en otra cosa que en un lugar donde dormir esta noche! ¿Dónde está y qué es ese Abismo de Helm y todo lo demás? No sé absolutamente nada de este país.
—En ese caso harías bien en aprender algo, si deseas comprender lo que está sucediendo. Pero no en este momento, ni de mí: tengo muchas cosas urgentes en qué pensar.
—Está bien, se lo preguntaré a Trancos, cuando acampemos: él es menos quisquilloso. Pero, ¿por qué tanto misterio? Creía que habíamos ganado la batalla.
—Sí, hemos ganado, pero sólo la primera victoria, y ahora el peligro es mayor. Había algún vínculo entre Isengard y Mordor que aún no he podido desentrañar. Intercambiaban noticias, es evidente, pero no sé cómo. El Ojo de Barad-dûr ha de estar escudriñando con impaciencia el Valle del Mago, creo; y las tierras de Rohan. Cuanto menos vea, mejor que mejor.
El camino proseguía lentamente, serpenteando por el valle. Ahora distante, ahora cercano, el Isen fluía por un lecho pedregoso. La noche descendía de las montañas. Las nieblas se habían desvanecido. Soplaba un viento helado. La luna, ya casi llena, iluminaba el cielo del este con un pálido y frío resplandor. A la derecha, las estribaciones de las montañas parecían lomas desnudas. Las vastas llanuras se abrían grises ante ellos.
Por fin hicieron un alto. Desviándose del camino principal, cabalgaron otra vez tierra adentro por las largas estribaciones herbosas. Luego de haber recorrido una o dos millas hacia el oeste llegaron a un valle. Se abría hacia el sur, recostado sobre la pendiente del redondo Dol Baran, la última montaña de la cordillera septentrional, de verdes laderas y coronada de brezos. En las paredes del valle, erizadas de helechos del año anterior, apuntaban ya en un suelo levemente perfumado las enmarañadas frondas de la primavera. Allí, en los bajíos cubiertos de espesos zarzales, levantaron campamento, una o dos horas antes de la medianoche. Encendieron la hoguera en una concavidad junto a las raíces de un espino blanco, alto y frondoso como un árbol, encorvado por la edad, pero de miembros todavía vigorosos: las yemas despuntaban en todas las ramas.
Organizaron turnos de guardia, de dos centinelas. Los demás, luego de comer, se envolvieron en las capas, y cubriéndose con una manta se echaron a dormir. Los hobbits se acostaron juntos sobre un montón de helechos secos. Merry tenía sueño, pero Pippin parecía ahora curiosamente intranquilo. Daba vueltas y vueltas, y el camastro de helechos crujía y chirriaba.
—¿Qué te pasa? —le preguntó Merry—. ¿Te has acostado sobre un hormiguero?
—No —dijo Pippin—. Pero estoy incómodo. Me pregunto cuánto hace que no duermo en una cama.
Merry bostezó.
—¡Cuéntalo con los dedos! —dijo—. Pero no habrás olvidado cuándo partimos de Lórien.
—Oh, ¡eso! —dijo Pippin—. Quiero decir una cama verdadera, en una alcoba.
—Bueno, entonces Rivendel —dijo Merry—. Pero esta noche yo podría dormir en cualquier lugar.
—Tuviste suerte, Merry —dijo Pippin en voz baja, al cabo de un silencio—. Tú cabalgaste con Gandalf.
—Bueno, ¿y qué?
—¿Conseguiste sacarle alguna noticia, alguna información?
—Sí, bastante. Más que de costumbre. Pero tú las oíste todas, o la mayoría; estabas muy cerca y no hablábamos en secreto. Pero mañana podrás cabalgar con él, si consigues sacarle alguna otra cosa... y si él te acepta.
—¿De veras? ¡Magnífico! Pero es poco comunicativo, ¿no te parece? No ha cambiado nada.
—¡Oh, sí! —dijo Merry, despertándose un poco, y empezando a preguntarse qué preocupaba a su compañero—. Ha crecido, o algo así. Es al mismo tiempo más amable y más inquietante, más alegre y más solemne, me parece. Ha cambiado. Pero aún no sabemos hasta qué punto. ¡Piensa en la última parte de la conversación con Saruman! Recuerda que Saruman fue en un tiempo el superior de Gandalf: jefe del Concilio, aunque no sé muy bien qué significa eso. Era Saruman el Blanco. Ahora Gandalf es el Blanco. Saruman acudió a la llamada y perdió la vara, y luego Gandalf lo despidió, ¡y él acató la orden!