– le miré, le miré durante mucho tiempo, él no decía nada, me sonreía, solamente, luego volví a hablar-. ¿Te ha gustado, el sueño?
– Mucho, sería muy feliz si tuviera una hija como tú.
– Oye, Pablo… -sus palabras, y sus ojos, me convencieron de que había tenido éxito, ahora él ya lo sabía, sabía lo sucia que podía llegar a ser, y seguramente sabía también algunas cosas más, pero todavía no era suficiente, tenía que llegar hasta el final-, me encantaría chupártela. ¿Me dejas?
Se bajó la cremallera, extrajo su sexo con la mano derecha y comenzó a acariciarlo.
– Te estoy esperando…
Recorrí de rodillas la distancia que me separaba de él, me incliné sobre su polla y me la metí en la boca. Aquello empezaba a parecerse a un reencuentro de verdad.
– Lulú…
– Hummm -no tenía ganas de hablar.
– Me gustaría sodomizarte.
Ni siquiera abrí los ojos, no quise enterarme de lo que decía, pero sus palabras se quedaron bailando en mi cabeza durante unos segundos.
– Me gustaría sodomizarte -repitió-. ¿Puedo hacerlo?
Liberé mis labios de su absorbente ocupación y levanté los ojos hacia él, mientras deslizaba su sexo contra mi mano, suavemente.
– Bueno, no hay que tomarse las cosas tan a la tremenda… -solamente pretendía impresionarle, pensé, eso era cierto, quería impresionarle, pero no tanto-. Creer en los sueños no es racional, y además, ya te he dicho que estoy acostumbrada a que no me llenen del todo, no hace falta que te tomes tantas molestias…
– No es ninguna molestia -me miró, riéndose, me había pillado, me había pillado bien, sentí que nunca llegaría a ser una mujer fatal, una mujer fatal como Dios manda, mi estrategia se había vuelto contra mí, y ahora ya no se me ocurrían más suciedades, nada ingenioso que decir-. Además, por lo que he podido ver, y escuchar, supongo que ni siquiera sería la primera vez…
– Pues, ya ves, creo que sí… -ahí me quedé callada, le miré un momento, y luego decidí que lo mejor era restablecer el orden de antes, así que volví a cerrar la boca alrededor de su sexo y desplegué todo el catálogo de mis habilidades, una detrás de otra, muy deprisa, pensando que así a lo mejor se le pasaban las ganas, pero apenas unos minutos más tarde la presión de su mano me obligó a abandonar.
– ¿Y bien? -insistió en tono cortés.
– No sé, Pablo, es que… -trataba de despertar su compasión mirándole con ojos de cordero degollado, no tenía que esforzarme mucho, estaba confundida, porque no podía decirle que no, a él no se lo podía decir, pero no quería, eso lo tenía muy claro, que no quería-. ¿Por qué me preguntas esas cosas?
– ¿Hubieras preferido que no te lo preguntara?
– No, no es eso, no quiero decir que me parezca mal que me lo hayas preguntado, pero es que yo, yo qué sé, yo…
– Da igual, no importa, era sólo una idea -sus brazos se deslizaron bajo mis axilas, para indicarme que me levantara. Cuando estuve de pie, frente a él, hundió su lengua en mi ombligo, un instante, y luego él también se levantó, me abrazó y me besó en la boca, durante mucho tiempo. Sus manos fueron ascendiendo lentamente desde mi cintura, a lo largo de mi espalda, hasta afirmarse en mis hombros. Entonces me dio la vuelta bruscamente, me puso la
zancadilla con su pie derecho, me derribó encima de la alfombra y se tiró encima de mí. Aprisionó mis muslos entre sus rodillas para bloquearme las piernas y dejó caer todo su peso sobre la mano izquierda, con la que me apretaba contra el suelo, entre mis dos omoplatos. Noté un pegote blando y frío, y luego un dedo, alarmantemente perceptible por sí mismo, que entraba y salía de mi cuerpo, distribuyendo finalmente el sobrante alrededor de la entrada.
– Eres un hijo de puta…
Chasqueó repetidamente la lengua contra los dientes.
– Vamos, Lulú, ya sabes que no me gusta que digas esas cosas.
Lancé las piernas hacia delante. Conseguí golpearle en la espalda un par de veces. Intentaba hacer lo mismo con los brazos cuando noté la punta de su sexo, tanteándome.
– Estáte quieta, Lulú, no te va a servir de nada, en serio… Lo único que vas a conseguir, si sigues haciendo el imbécil, es llevarte un par de hostias -no estaba enfadado conmigo, me hablaba en un tono cálido, tranquilizador incluso, a pesar de sus amenazas-, pórtate bien, no va a ser más que un momento, y tampoco es para tanto -me abrió con la mano derecha, notaba la presión de su pulgar, estirándome la piel, apartándome la carne hacia fuera-, además, tú tienes la culpa de todo, en realidad, siempre empiezas tú, te me quedas mirando, con esos ojos hambrientos, yo no puedo evitar que me gustes tanto…
Su mano derecha, que imaginé cerrada en torno a su polla, presionó contra lo que yo sentía como un orificio frágil y diminuto.
– Eres un hijo de puta, un hijo de puta…
Luego ya no pude hablar, el dolor me dejó muda, ciega, inmóvil, me paralizó por completo. Jamás en mi vida había experimentado un tormento semejante. Rompí a chillar, chillé como un animal moribundo en el matadero, dejando escapar alaridos agudos y profundos, hasta que el llanto ahogó mi garganta y me privó hasta del consuelo del grito, condenándome a proferir intermitentes sollozos débiles y entrecortados que me humillaban todavía más, subrayando mi debilidad, mi rotunda impotencia frente a aquella bestia que se retorcía encima de mí, que jadeaba y suspiraba contra mi nuca, sucumbiendo a un placer esencialmente inicuo, insultante, usándome, igual que yo había usado antes aquel juguete de plástico blanco, me estaba usando, tomaba de mí por la fuerza un placer al que no me permitía ningún acceso:
Aunque no pensé que fuera posible, el dolor se intensificó, de repente. Sus embestidas se hicieron cada vez más violentas, se dejaba caer sobre mí, penetrándome con todas sus fuerzas, y luego se alejaba, y yo sentía que la mitad de mis vísceras se iban con él. La cabeza me empezó a dar vueltas, creí que me iba a desmayar, incapaz de soportar aquello ni un solo minuto más, cuando empezó a gemir. Adiviné que se estaba corriendo, pero yo no podía sentir nada. El dolor me había insensibilizado hasta tal punto que solamente era capaz de percibir dolor.
Luego, se quedó inmóvil, encima de mí, dentro de mí todavía. Me mordió la punta de la oreja y pronunció mi nombre. Yo seguía llorando, sin hacer ruido.
Noté que me abandonaba, lentamente, pero permaneció allí dentro al mismo tiempo, el hueco que había abierto se resistía a cerrarse.
Me dio la vuelta, moviéndome con suavidad. Yo no le ayudé en absoluto, mi cuerpo era un peso completamente muerto, no me movía, seguía quieta, con los ojos cerrados, lloraba todavía.
Me apartó las lágrimas de los ojos, acariciándome la cara con una mano. Se inclinó sobre mí y me besó en los labios. No le devolví el beso. Me besó otra vez.
– Te quiero.
Sus labios recorrieron mi barbilla, descendieron por mi garganta, se cerraron en torno a mis pezones, su lengua prosiguió hacia abajo, resbalaba a lo largo de mi cuerpo, atravesó el ombligo y recorrió mi vientre. Sus manos me doblaron las piernas y las separaron después.
Me sentí avergonzada, muy infeliz. Mi sexo estaba húmedo.
Sus dedos se posaron encima de mis labios y los aplastaron, uno contra otro. Relajaron un instante la presión para juntarse de nuevo, iniciando un movimiento de pinza que se desplazó poco a poco cada vez más arriba, produciendo un sonido sordo, parecido a un gorgoteo. Cuando llegó al final, su mano estiró mis labios para desnudar completamente mi sexo, dejando al descubierto la piel rosa, tirante, que me escocía como una herida a medio cerrar.
La aplacó con la lengua, recorriéndola despacio, de arriba a abajo, y luego se concentró en el insignificante vértice de carne al que se reducía ya todo mi cuerpo, resbalando, presionando, acariciándolo, notaba el extremo de su lengua, dura, frotándose contra él, y mi carne que engordaba, engordaba escandalosamente, y palpitaba, entonces lo atrapó entre sus labios y lo chupó, volvió a hacerlo, y lo sorbió para adentro, lo mantuvo dentro de su boca y siguió lamiéndolo, y eso me obligó a moverme, a doblarme, a impulsar mi cuerpo en vilo hacia él, ofreciéndome por fin, para no desperdiciar ningún matiz.