Выбрать главу

Se movió hasta que mis pechos le quedaron justo encima de la cara.

Suponía que quería chuparlos o morderme, como antes, en el coche, pero no hizo nada de eso. Metió la cara en el surco y la restregó sobre mi piel, notaba su mejilla, su boca, cerrada, y su nariz, enorme, moviéndose sobre mí, apretándose contra mi carne, escondiéndose en ella como si estuviera ciego y manco, como un recién nacido que solamente dispone del tacto, el engañoso tacto del rostro, para reconocer el pecho de su madre, y cuando volvió a hablar distinguí por fin una leve sombra de alteración en su voz.

– No, no podía ir a casa, Merceditas está estudiando. Tiene un examen mañana y no quería molestarla. Además… -me regaló una mirada cómplice-, además, estoy con una tía… Sí; sí la conoces, pero me está haciendo gestos con la cabeza… no quiere que sepas quién es… -en su rostro se dibujó una expresión de cansancio-. ¿Tu hermana? Pero tío, ¿tú no sabes pensar más que en tu hermana? Tu hermana está durmiendo la mona dos cuartos más allá. La estoy oyendo roncar. No se entera de nada -Marcelo debió decir algo gracioso, porque él se rió-. Pero tío, en serio, no te pases de sensible. ¿Qué coño le importa a Lulú que yo le ponga los cuernos a mi novia? ¿Por qué se iba a sentir herida? Aunque ella crea que está enamorada de mí, no es más que una niña. Los tíos no se acuestan con niñas pequeñas, sólo en las novelas, y ella se dará cuenta, supongo, no es tonta -me puse todavía un poco más colorada, la cara me quemaba-. Además… ¿cuántos años tiene? Si nos ve, mejor para ella, ya tiene edad para matar se a pajas -de momento, no reaccioné-. ¿Sí?, no me

digas…

Abrió la boca y se agarró firmemente a uno de mis pezones, estirando de tanto en tanto la carne entre los dientes. Luego, de repente, se separó de mí, se echó para atrás y se quedó mirándome, con los ojos como platos y la boca entreabierta, pasándose la lengua por el borde de los dientes. Su dedo cambió de posición. Salió del elástico y se posó en el centro de mi sexo. Su movimiento se hizo inequívoco.

Ya no me rozaba, ni me acariciaba. Me estaba mas turbando por encima de las bragas.

– Pero… ¿qué cojones es una pauta dulce?

Sentí que me moría de vergüenza. Nunca hubiera creído que Marcelo fuera capaz de hacer una cosa así, pero lo hizo. Se lo contó. Se lo contó todo. Pablo me miraba con expresión incrédula. Yo me sentía mal. Tenía los ojos fijos en mi falda.

– ¡Qué pena de país, tío, qué vergüenza! -aquello era como una jaculatoria, Marcelo y él lo repetían a cada paso, por cualquier cosa-. Una flauta dulce… ¡Pobre Lulú, qué bestia!

Me sentía dividida entre dos sensaciones muy distintas. Muerta de vergüenza por un lado, incapaz de mirar a Pablo a los ojos, y a punto de correrme, de correrme con las manos quietas, al mismo tiempo, porque me lo estaba haciendo muy bien, a pesar de la tela, o quizás precisamente gracias a la tela, su dedo presionaba con la intensidad justa, no me hacía daño, ni me irritaba la piel, como el contacto zafo, exasperante pero no agradable, de todos los demás.

– ¿Cómo te enteraste? ¡Te lo contó ella…! Y por cierto, ¿de quién era la flauta? ¡De Guillermito! ¡Bien por Lulú! Lenta pero segura…

Sin dejar de tocarme, me cogió por la barbilla y me levantó la cara.

– Mírame -un susurro casi inaudible.

Le miré. Estaba sonriendo, me sonreía. Volví a bajar la vista.

– No me extraña que te la pusiera dura, tío, me estás poniendo burro tú a mi por teléfono… Sí, tiene gracia, es una nueva experiencia, después de tantos años. Y tú ¿qué hiciste? Si yo hubiera estado en tu lugar, te juro que me la hubiera follado sin pensarlo… Ya, siempre he sido peor hermano que tú, o mejor, vete a saber. En fin, tío, pobre Lulú -risitas- no te preocupes, yo la llevo al colegio mañana, ya te llamaré, hasta luego.

– Una flauta dulce… -había colgado el teléfono. Me estaba hablando a mí-. Mírame -y su dedo se detuvo.

No me atrevía a mirarle, ni a hacer nada, aunque le echaba de menos entre las piernas.

Me sujetó por los hombros y me sacudió.

– ¡Me cago en la hostia! Lulú, mírame porque te juro que te visto ahora mismo y te llevo a tu casa.

La misma amenaza, el mismo resultado.

Levanté otra vez la cabeza y le miré. Salía de una bañera llena de agua tibia, templada, y no tenía toalla para secarme…

Le brillaban los ojos. Tenía un aire casi animal.

Me estaba haciendo daño en los brazos.

– Por dónde te la metiste, por la boquilla o por el extremo de abajo?

– Por arriba -las palabras salieron espontánea mente de mi boca.

– Y ¿te gustó?

– Sí, me gustó, aunque era demasiado estrecha, no la notaba mucho, de verdad, sólo la boquilla, lo demás no lo notaba; de todas maneras Amelia me pilló enseguida, casi no me había dado tiempo a enterarme, de verdad, Pablo, te lo juro…

Empecé a verle borroso. Tenía dos lágrimas enormes en la punta de los ojos. Cambió de tono, aflojó los brazos, y me habló, me dijo casi lo mismo que me había dicho Marcelo, aquella noche, cuando fui a contárselo, aterrada, porque su cuarto era el único sitio del mundo adonde podía ir.

– Perdóname, no quería asustarte, en realidad no hay de qué asustarse. Vamos, pero si no pasa nada. Es que tiene gracia, una flauta dulce, la flauta de Guillermito, todavía me acuerdo, cuando nacieron los mellizos, los odiabas, habías dejado de ser la pequeña y los odiabas, ahora te has vengado de él en su flauta, me he reído solamente por eso, en serio. Las demás no tienen tanta imaginación, se conforman con un dedo. Eres una chica mayor, una chica sana, ejerces un derecho y…, y…, no me acuerdo, las feministas tienen una frase para casos como éste, pero ahora no me acuerdo, de todas maneras da igual, está bien, es lógico… Todo el mundo lo hace, aunque las mujeres no lo digan -me secó las lágrimas con la punta de los dedos-. Si dejas de llorar, te portas bien y me lo cuentas todo, te compraré en alguna parte un consolador de verdad, para ti sola.

– Nunca he tenido nada para mí sola.

– Ya lo sé, pero yo te lo regalaré para que pienses en mí cuando lo uses. Ya sé que no es una idea muy original, pero me gusta -la última observación la debió de hacer para sí mismo, porque no la entendí. Por lo demás, casi siempre pensaba en él cuando me masturbaba, aunque, obviamente, no se lo podía decir-. ¿De acuerdo?

Asentí con la cabeza, sin saber exactamente en qué estábamos de acuerdo. Nunca en mi vida había estado tan confusa.

– Ponte de pie.

Me levanté.

Nos besamos un rato muy largo, frotándonos el uno contra el otro.

Me enrolló completamente el borde de la falda en la cintura, dejando mi vientre al descubierto. Los espejos me devolvieron una extraña imagen de mí

misma.

– Siéntate y espérame, ahora vengo.