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Desde ese momento concentré mi atención sólo en la voz. Parecía venir de mi hombro. Era perfectamente clara, aunque pequeña. No era, sin embargo, una voz de niño ni una voz en falsete, sino la voz de un hombre en miniatura. Tampoco era mi voz. Supuse que hablaba en inglés. Cada vez que me proponía atrapar a la voz, se apagaba por entero o se hacía vaga y la escena palidecía. Pensé en un símil. La voz era como la imagen creada por partículas de polvo en las pestañas, o por los vasos sanguíneos en la córnea del ojo: una forma como gusano que puede verse mientras uno no la mira directamente, pero en el momento en que tratamos de mirarla se desliza fuera del panorama con el movimiento del ojo.

Me desinteresé por completo de la acción. Conforme escuchaba, la voz se hacía más compleja. Lo que yo tomaba por voz era más bien como algo que susurrara pensamientos a mi oído. Pero eso no era exacto. Algo estaba pensando por mí. Los pensamientos estaban fuera de mí mismo. Supe que era así porque podía retener al mismo tiempo mis propios pensamientos y los pensamientos del "otro".

En cierto punto, la voz creaba escenas, actuadas por el joven, que nada tenían que ver con mi pregunta original sobre los objetos perdidos. El joven realizaba acciones muy complejas. La acción nuevamente había cobrado importancia y ya no presté atención a la voz. Empecé a perder la paciencia; quería detenerme. "¿Cómo puedo acabar con esto?", pensé. La voz en mi oído dijo que debía volver a la cañada. Pregunté cómo, y la voz respondió que pensara en mi planta.

Pensé en mi planta. Solía sentarme frente a ella. Lo había hecho tantas veces que me fue bastante fácil visualizarlo. Creí que verla, como la vi en ese momento, era otra alucinación, ¡pero la voz dijo que yo había “vuelto”! Me esforcé por escuchar. Sólo había silencio: La datura frente a mí parecía tan real como todo lo demás que yo había visto, pero podía tocarla, podía moverme.

Me levanté y caminé hacia mi coche. El esfuerzo me agotó; me senté cerrando los ojos. Estaba mareado y quería vomitar. Tenía un zumbido en las orejas.

Algo resbaló sobre mi pecho. Era la lagartija. Recordé la admonición de don Juan acerca de liberarla. Regresé a la planta y desaté la lagartija. No quise ver si estaba muerta o viva. Rompí la olla de barro que contenía la pasta y la cubrí de tierra con los pies. Subí en mi coche y me quedé dormido.

Jueves, 24 de diciembre, 1964

Hoy narré toda la experiencia a don Juan. Corno de costumbre, escuchó sin interrumpirme. Al final tuvimos el siguiente diálogo.

– No te fue bien porque hiciste algo muy malo.

– Lo sé. Fue un error estúpido, un accidente.

– Con la yerba del diablo no hay accidentes. Te dije que la yerba te probaría hasta lo último. Una de dos: o eres muy fuerte, o de veras la yerba te quiere. El centro de la frente es sólo para los grandes brujos que saben manejar su poder.

– ¿Qué pasa cuando un hombre se pasa la pasta en la frente, don Juan.

– A menos que el hombre sea un brujo de primera nunca vuelve del viaje.

– ¿Se ha frotado usted la pasta en la frente, don Juan?

– ¡Jamás! Mi benefactor me dijo que muy pocas personas vuelven de un viaje así. Uno podría quedarse ido meses enteros y tener que ser atendido por otros. Mi benefactor decía que las lagartijas pueden llevar a un hombre al fin del mundo y enseñarle los secretos más maravillosos, si así lo pide.

– ¿Conoce usted a alguien que haya emprendido ese viaje?

– Sí, mi benefactor. Pero nunca me dijo cómo volvió.

– ¿Es tan difícil volver, don Juan?

– Sí. Por eso lo que tú hiciste de veras me sorprende. No sabías el camino, y debemos seguir ciertos pasos, porque es en los pasos donde el hombre halla fuerza. Sin ellos no somos nada.

Permanecimos horas en silencio. El parecía sumergido en una meditación muy profunda.

Sábado, 26 de diciembre, 1964

Don Juan me preguntó si había buscado a las lagartija. Le dije que sí, pero que no pude hallarlas. Le pregunté qué habría pasado si una de las lagartijas hubiera muerto mientras yo la sostenía. Dijo que la muerte de una lagartija era un suceso infortunado. Si la lagartija del hocico cosido hubiera muerto en cualquier momento, no habría tenido objeto proseguir con la brujería. La muerte de esa lagartija también significaría que las lagartijas en general habían retirado su amistad, y yo tendría que abandonar el aprendizaje de los secretos de la yerba del diablo durante un buen tiempo.

– ¿Cuánto tiempo, don Juan? -pregunté.

– Dos años o más.

– ¿Qué habría pasado si muere la otra lagartija?

– Si muere la segunda lagartija, estás en verdadero peligro. Te quedas solo, sin guía. Si muere antes de que empieces la brujería, puedes suspenderla, pero entonces también tienes que dejar para siempre a la yerba del diablo. Si la lagartija muere estando en tu hombro, ya empezada la brujería, tendrías que seguir adelante, y eso es de veras la locura.

– ¿Por qué es la locura?

– Porque en tales condiciones nada tiene sentido. Estás solo, sin guía, viendo cosas aterradoras, sin sentido.

– ¿Qué quiere usted decir con "cosas sin sentido"?

– Cosas que venos por nosotros mismos. Cosas que vemos cuando no tenemos rumbo. Significa también que la yerba del diablo está tratando de librarse de ti, empujándote al abismo.

– ¿Conoce usted a alguien que haya experimentado eso?

– Sí. A mi me pasó eso. Sin la sabiduría de las lagartijas, me volví loco.

– ¿Qué vio usted, don Juan?

– Un montón de pendejadas. ¿Qué otra cosa habría podido ver si no tenía rumbo?

Lunes, 28 de diciembre, 1964

– Me dijo usted, don Juan, que la yerba del diablo prueba a los hombres. ¿A qué se refería usted?

– La yerba del diablo es como una mujer, y como mujer halaga a los hombres. Les pone trampas a cada vuelta. Te puso una trampa forzándote a untarte la pasta en la frente. Y tratará de nuevo, y tú probablemente caerás. Te lo advierto. No la tomes con pasión; la yerba del diablo es sólo un camino a los secretos de un hombre de conocimiento, hay otros caminos. Pero su trampa es hacerte creer que el único camino es el suyo. Yo digo que es inútil desperdiciar la vida en un solo camino, sobre todo si ese camino no tiene corazón.

– Pero, ¿cómo sabe usted cuándo no tiene corazón un camino, don Juan?

– Antes de embarcarte en cualquier camino tienes que hacer la pregunta: ¿tiene corazón este camino? Si la respuesta es no, tú mismo lo sabrás, y deberás entonces escoger otro camino.

– Pero ¿cómo sé de seguro si un camino tiene corazón o no?

– Cualquiera puede saber eso. El problema es que nadie hace la pregunta, y cuando uno por fin se da cuenta de que ha tomado un camino sin corazón, el camino está ya a punto de matarlo. En esas circunstancias muy pocos hombres pueden pararse a considerar, y más pocos aún pueden dejar el camino.

– ¿Cómo debo proceder para hacer la pregunta apropiada, don Juan?

– Pregunta nada más.

– Lo que quiero decir es si hay un método indicado para que yo no me mienta a mí mismo y crea que la respuesta es sí cuando en realidad es no,

– ¿Por qué habrías de mentir?

– Tal vez porque en el momento el camino es agradable y me gusta.

– Esas son tonterías. Un camino sin corazón nunca es disfrutable. Hay que trabajar duro tan sólo para tomarlo. En cambio, un camino con corazón es fáciclass="underline" no te hace trabajar por tomarle gusto.

Don Juan cambió de pronto el rumbo de la conversación y me enfrentó directamente con la idea de que me gustaba la yerba del diablo. Tuve que admitir que al menos sentía cierta inclinación hacia ella. Me preguntó cómo me sentía con respecto a su aliado, el humito, y tuve que decirle que la sola idea de tener que usarlo me asustaba hasta hacerme perder los sentidos.