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De pronto supe que era hora de bajar; fue como recibir una orden que debía obedecer. Y empecé a descender como una pluma, con movimientos laterales. Ese tipo de trayectoria me hacía sentir enfermo. Era lento y a sacudidas, como si estuvieran bajándome con poleas. Me dio náusea. Mi cabeza estallaba a causa de un dolor torturante en extremo. Una especie de negrura me envolvía. Tenía mucha conciencia del sentimiento de hallarme suspendido en ella.

Lo siguiente que recuerdo es la sensación de despertar. Estaba en mi cama, en mi propio cuarto. Me senté. Y la imagen de mi cuarto se disolvió. Me levanté, ¡Estaba desnudo! Al ponerme en pie, volvió la náusea.

Reconocí algunos puntos de referencia. Me encontraba a menos de un kilómetro de la casa de don Juan, cerca del sitio de sus daturas. De pronto todo encajó donde le correspondía y me di cuenta de que debería regresar caminando hasta la casa, desnudo. Hallarme privado de ropa era una profunda desventaja psicológica, pero nada podía yo hacer para resolver el problema. Pensé en improvisarme una falda con ramas, pero la idea parecía ridícula y además pronto amanecería, pues el crepúsculo matutino ya estaba claro. Olvidé mi incomodidad y mi náusea y eché a andar rumbo a la casa. Me obsesionaba el temor de ser descubierto. Iba a la expectativa de gente o perros. Traté de correr, pero me herí los pies en las piedritas agudas. Caminé despacio. Ya había clareado mucho. Entonces vi a alguien acercarse por el camino, y rápidamente salté tras los matorrales. La situación me parecía de lo más incongruente. Un momento antes me hallaba disfrutando el increíble placer de volar; al minuto siguiente estaba escondido, avergonzado de mi propia desnudez. Pensé en saltar de nuevo al camino y correr con todas mis fuerzas pasando junto a la persona que se acercaba. Pensé que se sobresaltaría tanto que, cuando advirtiera que se trataba de un hombre desnudo, yo ya la habría dejado muy atrás. Pensé todo eso, pero no me atrevía moverme.

La persona que venía por el camino estaba casi junto a mí y se detuvo. La oí decir mi nombre. Era don Juan, y traía mi ropa. Riendo, me miró vestirme; rió tanto que acabé por reír también yo.

El mismo día, viernes 5 de julio, al caer la tarde, don Juan me pidió narrarle los detalles de mi experiencia. Relaté todo el episodio con el mayor cuidado posible.

– La segunda parte de la yerba del diablo se usa para volar -dijo cuando hube terminado-. El ungüento por sí solo no basta. Mi benefactor decía que la raíz es la que dirige y da sabiduría, y es la causa del volar. Conforme vayas aprendiendo, y la tomes seguido para volar, empezarás a ver todo con gran claridad. Puedes remontarte por los aires cientos de kilómetros para saber qué está pasando en cualquier lugar que quieras, o para descargar un golpe mortal sobre tus enemigos lejanos. Conforme te vayas familiarizando con la yerba del diablo, ella te enseñará a hacer esas cosas. Por ejemplo, ya te ha enseñado a cambiar de dirección. Así, te enseñará cosas que ni te imaginas.

– ¿Cómo qué, don Juan?

– Eso no te lo puedo decir. Cada hombre es distinto. Mi benefactor jamás me dijo lo que había aprendido. Me dijo cómo proceder, pero jamás lo que él vio. Eso es nada más para uno mismo.

– Pero yo le digo a usted todo lo que veo, don Juan.

– Ahora sí. Más tarde no. La próxima vez que tomes la yerba del diablo la tomarás solo, alrededor de tus propias plantas, porque allí es donde aterrizarás: alrededor de tus plantas. Recuérdalo. Por eso vine aquí a mis plantas a buscarte.

No dijo más y me quedé dormido. Al despertar por la noche, me sentía revigorizado. Por alguna razón exudaba una especie de contento físico. Estaba feliz, satisfecho. Don Juan me preguntó:

– ¿Te gustó la noche? ¿O te asustó?

Le dije que la noche había sido en verdad magnífica.

– ¿Y tu dolor de cabeza? ¿Era muy fuerte? -preguntó.

– Tan fuerte como todas las otras sensaciones. Fue el peor dolor que he sentido -dije.

– ¿Te impediría eso querer probar otra vez el poder de la yerba del diablo.

– No sé. No quiero ahora, pero más tarde quizá. De veras no sé, don Juan.

Había una pregunta que yo deseaba hacerle, Supe que él la evadiría, de modo que había esperado que él mismo tocara el tema; esperé todo el día. Por fin, aquella noche antes de irme, tuve que preguntarle:

– ¿De verdad volé, don Juan?

– Eso me dijiste. ¿No?

– Ya lo sé, don Juan. Quiero decir, ¿voló mi cuerpo? ¿Me elevé como un pájaro?

– Siempre me preguntas cosas que no puedo responder. Tú volaste. Para eso es la segunda parte de la yerba del diablo. Conforme vayas tomando más, aprenderás a volar a la perfección. No es asunto sencillo. Un hombre vuela con ayuda de la segunda parte de la yerba del diablo. Nada más eso puedo decirte. Lo que tú quieres saber no tiene sentido. Los pájaros vuelan como pájaros y el enyerbado vuela así.

– ¿Así como los pájaros?

– No, así como los enyerbados.

– Entonces no volé de verdad, don Juan. Volé sólo en mi imaginación, en mi mente. ¿Dónde estaba mi cuerpo?

– En las matas -repuso cortante, pero inmediatamente echó a reír de nuevo-, El problema contigo es que nada más entiendes las cosas de un modo. No piensas que un hombre vuele, y sin embargo un brujo puede recorrer mil kilómetros en un segundo para ver qué está pasando. Puede descargar un golpe sobre sus enemigos a grandes distancias. Conque ¿vuela o no vuela?

– Mire, don Juan, usted y yo tenemos orientaciones diferentes. Pongamos por caso que uno de mis compañeros estudiantes hubiera estado aquí conmigo cuando tomé la yerba del diablo. ¿Habría podido verme volar?

– Ahí vas de vuelta con tus preguntas de qué pasaría si… Es inútil hablar así. Si tu amigo, o cualquier otro, toma la segunda parte de la yerba, no le queda otra cosa sino volar. Ahora, si nada más te está viendo, puede que te vea volar, o puede que no. Depende del hombre,

– Pero lo que quiero decir, don Juan, es que si usted y yo miramos un pájaro y lo vemos volar, estamos de acuerdo en que vuela. Pero si dos de mis amigos me hubieran visto volar como anoche, ¿habrían estado de acuerdo en que yo volaba?

– Bueno, a lo mejor. Tú estás de acuerdo en que los pájaros vuelan porque los has visto volar. Volar es cosa común para los pájaros. Pero no estarás de acuerdo en otras cosas que hacen los pájaros, porque nunca los has visto hacerlas. Si tus amigos supieran de hombres que vuelan con la yerba del diablo, entonces estarían de acuerdo.

– Vamos a ponerlo de otro modo, don Juan. Lo que quise decir es que, si me hubiera amarrado a una roca con una cadenota pesada, habría volado de todos modos, porque mi cuerpo no tuvo nada que ver con el vuelo.

Don Juan me miró incrédulo.

– Si te amarras a una roca -dijo-, mucho me temo que tendrás que volar cargando la roca con su pesada cadenota.

VII

juntar los ingredientes y prepararlos para la mezcla de fumar formaba un ciclo anual. El primer año, don Juan me enseñó el procedimiento. En diciembre de 1962, el segundo año, al renovarse el ciclo, don Juan se limitó a dirigirme; yo mismo recolecté los ingredientes, los preparé, y los guardé hasta el año siguiente.