Traté de narrar mi experiencia a don Juan; él dijo que yo no había hecho nada importante. Dije que podía recordar cuanto había ocurrido, pero él no quería saber de eso. Cada recuerdo era preciso e inconfundible. El proceso de fumar había sido el mismo que en el intento previo. Era casi como si ambas experiencias perfectamente pudieran yuxtaponerse, y yo pudiese iniciar mi recuento desde el momento en que la primera experiencia terminaba. Recordaba con claridad que desde el instante de caer de costado sobre el piso estuve completamente privado de sentimiento y pensamiento. Pero mi claridad no se menoscaba en modo alguno. Recuerdo haber tenido mi último pensamiento más o menos en el momento en que el cuarto se convirtió en un plano verticaclass="underline" "Debí de golpearme la cabeza en el suelo, pero no siento dolor."
Desde ese- momento sólo pude ver y -oír. Me era posible repetir cada palabra que don Juan había dicho. Seguí una por una todas sus indicaciones. Parecían claras, lógicas y fáciles. Dijo que mi cuerpo estaba desapareciendo y sólo mi cabeza quedaría, y en tal circunstancia la única manera de seguir despierto y moverse era convertirse en cuervo. Me ordenó esforzarme por parpadear, añadiendo que cuando pudiese hacerlo estaría listo para proceder. Luego me dijo que mi cuerpo se había desvanecido por entero y que yo no tenía sino mi cabeza; dijo que la cabeza nunca desaparece porque es lo que se transforma en cuervo.
Me ordenó parpadear. Sin duda repitió esta orden, y todas las otras, incontables veces, pues yo podía acordarme de ellas con claridad extraordinaria. Debí de parpadear, pues don Juan dijo que me hallaba listo y me ordenó enderezar la cabeza y ponerla sobre la barbilla. Dijo que en la barbilla estaban las patas de cuervo. Me instó a sentir las patas y a observar que iban saliendo despacio. Luego dijo que yo no estaba sólido aún, que debía crecerme una cola, y que la cola saldría de mi cuello. Me ordenó extender la cola como un abanico y sentirla barrer el suelo.
Luego habló de las alas del cuervo, y dijo que saldrían de mis pómulos. Dijo que era duro y doloroso. Me ordenó desplegarlas. Dijo que habían de ser extremadamente largas, tanto como me fuera posible extenderlas; de otro modo no podría yo volar. Me dijo que las alas estaban saliendo y eran largas y hermosas, y que yo debía agitarlas hasta que fueran alas de verdad.
Habló de la parte superior de mi cabeza y dijo que aún era muy grande y pesada; su bulto me impediría el vuelo. La manera de reducir su tamaño era parpadear; con cada parpadeo mi cabeza se achicaría más. Me ordenó parpadear hasta que el peso de arriba hubiese desaparecido y yo pudiera saltar libremente. Luego me dijo que había reducido mi cabeza al tamaño de un cuervo, y que debía caminar y saltar hasta perder la tiesura.
Antes de poder volar, dijo, tenía yo que cambiar una última cosa. Era el cambio más difícil, y para llevarlo a cabo debía ser dócil y hacer exactamente lo que él me dijera. Tenía que aprender a ver corro un cuervo. Dijo que mí boca y nariz iban a crecer entre mis ojos hasta dotarme de un pico fuerte. Dijo que los cuervos ven directamente de lado, y me ordenó volver la cabeza y mirarlo con un ojo. Dijo que si deseaba cambiar y mirar con el otro ojo, sacudiera el pico hacia abajo, y que ese movimiento me haría mirar con el otro ojo. Me ordenó alternar de uno a otro varias veces. Y entonces dijo que yo estaba listo para volar, y que el único modo de volar era que él me arrojase al aire.
No tuve la menor dificultad en despertar la sensación correspondiente a cada una de sus órdenes. Percibí cómo me crecían patas de ave, débiles y vacilantes al principio. Sentí una cola salir de mi nuca y alas de mis pómulos. Las alas estaban profundamente plegadas. Las sentí brotar por grados. El proceso era difícil pero no doloroso. Luego, parpadeando, reduje mi cabeza al tamaño de un cuervo. Pero el efecto más asombroso se llevó a cabo con mis ojos. ¡Mi vista de pájaro!
Cuando don Juan dirigió el crecimiento del pico, tuve una molesta sensación de falta de aire. Entonces brotó un bulto, creando un bloque frente a mí. Pero sólo cuando don Juan me indicó mirar lateralmente fueron mis ojos capaces de tener en realidad un panorama completo de lado. Podía yo cerrar un ojo y cambiar el enfoque al otro. Pero la visión del cuarto y de todos los objetos que había en él no era una visión ordinaria. Sin embargo, resultaba imposible decir en qué forma difería. Acaso estaba ladeada, o quizá las cosas se hallasen fuera de foco. Don Juan se hizo muy grande y resplandeciente. Algo en él era confortante y seguro. Luego las imágenes se borraron; perdieron sus contornos y se volvieron nítidos diseños abstractos que cintilaron un rato.
Domingo, 28 de marzo, 1965
El jueves 18 de marzo fumé de nuevo la mezcla alucinógena; El procedimiento inicial varió en pequeños detalles. Tuve que volver a llenar una vez el cuenco de la pipa. Cuando terminé la primera dotación, don Juan me indicó limpiar el cuenco, pero él mismo virtió la mezcla, pues yo carecía de coordinación muscular. Me costaba mucho esfuerzo mover los brazos. Había en mi bolsa mezcla suficiente para una nueva carga. Don Juan miró la bolsa y dijo que aquélla era mi última prueba con el humito hasta el año siguiente, pues ya había agotado mis provisiones.
Volvió del revés la bolsita y sacudió el polvo sobre el plato de las brasas. Ardió con un resplandor naranja, como si don Juan hubiera puesto sobre los carbones una lámina de material transparente. La lámina estalló en llamas, y luego se quebró en un intrincado diseño de líneas. Algo describía zigzags dentro de las líneas, a gran velocidad. Don Juan me dijo que mirara el. movimiento en las líneas. Vi algo que parecía una canica pequeña rodando de un lado a otro en el área resplandeciente. El se agachó, metió la mano en el resplandor, recogió la canica y la colocó en el cuenco de la pipa. Me ordenó dar tina fumada. Tuve la clara impresión de que había puesto la pequeña bola en la pipa para que yo la inhalase. En un momento el cuarto perdió su posición horizontal. Experimenté un entumecimiento profundo, una sensación pesada.
Al despertar, yacía de espaldas en el fondo de una zanja de riego poca profunda, sumergido en agua hasta la barbilla. Alguien sostenía mi cabeza. Era don Juan. Mi primer pensamiento fue que el agua en la zanja tenía una calidad insólita: era fría y pesada. Me golpeaba suavemente, y mis ideas se aclaraban a cada uno de sus movimientos. Al principio el agua tenía un halo o fluorescencia verde brillante que pronto se disolvió, dejando sólo una corriente de agua común.
Pregunté la hora a don Juan. Dijo que era temprano, de mañana. Tras un rato, ya completamente despierto, salí del agua.
– Debes decirme todo lo que viste -dijo don Juan cuando llegamos a su casa. También dijo que había estado tratando de "hacerme volver" durante tres días, y había tenido muchas dificultades al hacerlo. Hice muchos intentos de describir lo que había visto, pero no podía concentrarme. Más tarde, al anochecer, me sentí listo para hablar con don Juan y empecé a contarle lo que recordaba desde el momento en que caí de costado, pero él no quería oír de eso. Dijo que la única parte interesante era lo que vi e hice después de que él "me echó al aire y yo salí volando".
Todo cuanto recordaba era una serie de imágenes o escenas oníricas. No tenían orden de secuencia. Tuve la impresión de que cada una era como una burbuja aislada, que flotaba hasta quedar en foco y luego se alejaba. Sin embargo, no eran simplemente escenas para mirar. Yo estaba dentro de ellas. Tomaba parte en ellas. Cuando traté de evocarlas, tuve al principio la sensación de que eran destellos vagos, difusos, pero pensándolas me di cuenta de que cada una era extremadamente clara, aunque sin relación alguna con mi forma ordinaria de ver las cosas, de allí la sensación de vaguedad. Las imágenes eran pocas y sencillas.