Apenas don Juan mencionó haberme "echado al aire", tuve un leve recuerdo de una escena absolutamente clara en la cual yo lo miraba de lleno, desde alguna distancia. Miraba sólo su cara. Tenía un tamaño monumental. Era plana, con un resplandor intenso. Su cabello era amarillento y se movía. Cada parte de su rostro se movía por sí misma, proyectando una especie de luz ámbar.
La siguiente imagen era una en que don Juan me echaba realmente al aire, o me aventaba, en una dirección recta hacia adelante. Recuerdo que “extendí mis alas y volé”. Me sentía solo, rasgando el aire, avanzando derecho, penosamente. Era más como caminar que como volar. Cansaba mi cuerpo. No había sentimiento de fluir libre, no había júbilo.
Entonces recordé un instante hallarme inmóvil, mirando una masa de filos agudos, oscuros, en un área que tenía una luz opaca y dolorosa; luego vi un campo con una variedad infinita de luces. Las luces se movían y parpadeaban y cambiaban su luminosidad. Eran casi como colores. Su intensidad me deslumbraba.
En otro momento, había un objeto casi contra mi ojo. Era grueso y puntiagudo; tenía un definido brillo rosáceo. Sentí un temblor súbito en alguna- parte del cuerpo y vi una multitud de formas rosadas similares venir hacia mí. Todas se me acercaban. Me alejé de un salto.
La última escena que recordé fue de tres aves plateadas. Irradiaban una luz metálica, lustrosa, casi como acero inoxidable pero intensa y móvil y viva. Me gustaron. Volamos juntos.
Don Juan no hizo ningún comentario sobre mi recuento.
Martes, 23 de marzo, 1965
La siguiente conversación tuvo lugar al otro día, después del relato de mi experiencia. Don Juan dijo:
– No se necesita gran cosa para volverse cuervo. Lo hiciste y ahora siempre lo serás.
– ¿Qué pasó después de que me volví cuervo, don Juan? ¿Volé durante tres días?
– No; regresaste al caer la noche, como yo te había dicho.
– Pero, ¿cómo regresé?
– Estabas muy cansado y te dormiste. Eso es todo.
– Quiero decir, ¿volé de regreso?
– Ya te dije. Me obedeciste y regresaste a la casa. Pero no te preocupes por ese asunto. No tiene importancia.
– ¿Qué es importante, entonces?
– En todo tu viaje hubo una sola cosa de gran valor: ¡los pájaros plateados!
– ¿Qué tenían de especial? Sólo eran pájaros,
– No. Eran cuervos.
– ¿Eran cuervos blancos, don Juan?
– Las plumas negras del cuervo son en realidad plateadas. Los cuervos brillan tan fuerte que las demás aves no los molestan.
– ¿Por qué parecían plateadas sus plumas?
– Porque estabas viendo como cuervo. Un ave que nos parece oscura le parece blanca a un cuervo. Las palomas blancas, por ejemplo, son rosas o azuladas para un cuervo; las gaviotas son amarillas. Ahora, trata de recordar cómo te juntaste con ellos.
Pensé en eso, pero los cuervos eran una imagen nebulosa, disociada, sin continuidad. Le dije que sólo podía recordar que sentí haber volado con ellos. Preguntó si me les había unido en el aire o en la tierra, pero yo no tenía modo de responder. Casi se enojó conmigo. Exigió que pensara en eso. Dijo:
– Todo esto vale pura madre, no es sino un sueño de loco, a menos que recuerdes correctamente.
Me esforcé por hacer memoria, pero no pude.
Sábado, 3 de abril, 1965
Hoy pensé en otra imagen de mi "sueño" sobre los cuervos plateados. Recordé haber visto una masa oscura con miríadas de agujeros de alfiler. De hecho, la masa era un conglomerado de agujeritos, Ignoro por qué pensé que era blanda. Cuando estaba mirándola, tres aves volaron directamente hacia mi. Una de ellas hizo un ruido; luego las tres se hallaban junto a mí, en tierra,
Describí la imagen a don Juan. Me preguntó de que dirección habían venido las aves. Le dije que no me era posible determinarlo. Se impacientó bastante y me acusó de ser rígido en mi pensamiento. Dijo que muy bien podría recordar si trataba de hacerlo, y que en realidad yo tenía miedo de volverme menos rígido. Dijo que yo estaba pensando en términos de hombres y cuervos, y que no era ni hombre ni cuervo en el momento del que deseaba acordarme.
Me pidió recordar lo que me había dicho el cuervo. Traté de pensar en ello, pero mi mente jugaba con veintenas de cosas ajenas al asunto. No podía concentrarme.
Domingo, 4 de abril, 1965
Hoy di una larga caminata. Ya había oscurecido bastante cuando llegué a la casa de don Juan. Iba pensando en los cuervos cuando de pronto un "pensamiento" muy extraño cruzó por mi mente. Era como una impresión o sentimiento, más que pensamiento. El ave que había hecho el ruido dijo que venían del norte e iban al sur, y cuando nos encontráramos de nuevo vendrían por el mismo camino.
Conté a don Juan lo que había pensado, o quizá recordado. El dijo:
– No pienses si lo recordastes o lo inventastes. Esos pensamientos pertenecen sólo a los hombres, no a los cuervos, y menos aún a los cuervos que vistes, porque son los emisarios de tu destino. Tú ya eres un cuervo. Nunca cambiarás eso. De ahora en adelante, los cuervos te señalarán con su vuelo cada vuelta de tu destino. ¿Hacia dónde volaste con ellos?
– ¡No podría saber eso, don Juan!
– Si piensas como se debe, recordarás. Siéntate en el suelo y dime en qué posición estabas cuando las aves volaron a ti. Cierra los ojos y haz una raya en el suelo.
Seguí su indicación y determiné el punto.
– ¡No abras todavía los ojos! -prosiguió: -¿Para dónde volaron todos en relación con ese punto?
Hice otra marca en el piso.
Tomando como referencia estos puntos de orientación, don Juan interpretó las diferentes pautas de vuelo que los cuervos observarían para predecir mi futuro personal o destino. Puse los cuatro puntos cardinales como eje del vuelo de los cuervos.
Le pregunté si los cuervos siempre seguían los puntos cardinal-es para anunciar el destino de un hombre. Dijo que la orientación era sólo mía; lo que los cuervos hicieron en mi primera reunión con ellos tenía importancia crucial. Insistió en que recordara cada detalle, porque el mensaje y la pauta de los "emisarios" eran un asunto individual, personalizado.
Había una cosa más de la cual me instaba a acordarme: la hora en que me dejaron los emisarios. Me pidió pensar en la diferencia de la luz a mi alrededor entre la hora en que "empecé a volar" y la hora en que las aves plateadas "volaron conmigo". Cuando tuve inicialmente la sensación de vuelo penoso, estaba oscuro. Pero cuando vi a las aves, todo se hallaba rojizo: rojo claro, o tal vez naranja.
– Eso quiere decir que era casi el fin del día -dijo don Juan-; pero todavía no se había metido el sol. Cuando está todo oscuro, un cuervo se ciega de blancura y no de oscuridad, como nosotros de noche. Esta indicación de la hora quiere decir que tus emisarios finales vendrán al fin del día. Te llamarán, y al volar sobre tu cabeza se volverán blancos plateados; los verás brillar contra el cielo y eso querrá decir que llegó tu hora final. Querrá decir que te vas a morir y a volverte cuervo por última vez.
– ¿Y si los veo de mañana?
– ¡No los verás de mañana!
– Pero los cuervos vuelan todo el día.
– ¡Tus emisarios no, tonto!
– ¿Y sus emisarios, don Juan?
– Los míos vendrán de mañana. También serán tres. Mi benefactor me dijo que, si uno no quiere morir, puede volverlos negros a gritos. Pero ahora sé que no vale la pena. Mi benefactor era dado a gritar, y a todo el barullo y la violencia de la yerba del diablo. Yo sé que el humito es diferente porque no tiene pasión. Es justo. Cuando tus emisarios plateados lleguen por ti, no hay necesidad de gritarles. Vuela con ellos como ya lo hiciste. Después de haberte recogido darán media vuelta, y los cuatro se irán volando.