Sábado, 1° de abril, 1965
Había estado experimentando breves destellos de disociación, o estados superficiales de realidad no ordinaria.
Un elemento de la experiencia alucinógena con los hongos recurría sin cesar en mis pensamientos: la masa de agujeritos blanda y oscura. Continué visualizándola como una burbuja de grasa o de aceite que empezaba a tirar de mí hacia su centro. Era casi como si el centro fuera a abrirse y a tragarme, y en momentos muy breves yo experimentaba algo semejante a un estado de realidad no ordinaria. Como resultado, sufría instantes de profunda agitación, angustia e incomodidad, y luchaba por poner fin a las experiencias apenas comenzaban.
Hoy discutí esta condición con don Juan. Pedí consejo.
El no pareció preocuparse, y me indicó olvidarme de esas experiencias, porque carecían de significado o más bien de valor. Dijo que las únicas experiencias dignas de mi esfuerzo y atención serían aquéllas en los que viera un cuervo; cualquier otra clase de "visión" no sería sino el producto de mis temores. Me recordó una vez más que para usar el humito era necesario llevar una vida fuerte, calmada. En lo personal, yo parecía haber alcanzado un umbral peligroso. Le dije que me sentía incapaz de proseguir; había en los hongos algo verdaderamente aterrador.
Al repasar las imágenes evocadas de mi experiencia alucinógena, yo había llegado a la conclusión inevitable de que había visto el mundo en una forma estructuralmente distinta de la visión ordinaria. En otros estados de realidad no ordinaria que había atravesado, las formas y los diseños que visualizaba se hallaban siempre dentro de los confines de mi concepción visual del mundo. Pero la sensación de ver bajo la influencia de la mezcla alucinógena de fumar no era la misma. Todo lo que veía estaba frente a mí en una línea directa de visión; nada había encima ni abajo de esa línea de visión.
Cada imagen tenía una irritante planura, y sin embargo, desconcertantemente, una gran profundidad. Acaso seria más exacto decir que las imágenes eran un conglomerado de detalles increíblemente precisos colocados dentro de campos de luz diferente; la luz se movía en los campos, creando un efecto de rotación.
Después de aguijarme y esforzarme por recordar, me hallé obligado a hacer una serie de analogías o símiles para "entender" lo que había "visto". El rostro de don Juan, por ejemplo, parecía como sumergido en el agua. El agua parecía moverse en un fluir continuo sobre la cara y el cabello, Los amplificaba a tal grado que, cuando yo enfocaba mi visión, podía ver cada poro de la piel o cada cabello de la cabeza. Por otra parte, vi masas de materia planas y llenas de aristas, pero no se movían porque no había fluctuación en la luz proveniente de ellas.
Pregunté a don Juan qué eran las cosas que vi. Dijo que, siendo ésta la primera vez que yo veía como cuervo, las imágenes no eran claras ni importantes, y que más tarde, con la práctica, me sería posible reconocerlo todo.
Saqué a colación la diferencia que había notado en el movimiento de la luz.
– Las cosas que están vivas -dijo él- se mueven por dentro, y tan cuervo puede ver con facilidad cuándo algo está muerto, o a punto de morir, porque el movimiento ya se paró o se va parando. Un cuervo sabe también cuando algo se mueve demasiado aprisa, y por lo mismo sabe cuando algo se mueve al paso justo.
– ¿Qué significa cuando algo se mueve demasiado aprisa, o al paso justo?
– Significa que un cuervo sabe de hecho qué evitar y qué buscar. Cuando algo se mueve demasiado aprisa por dentro, quiere decir que está a punto de estallar con violencia, o de pegar el brinco, y un cuervo lo evita. Cuando se mueve por dentro al paso justo, es una vista placentera y un cuervo la busca.
– ¿Se mueven las rocas por dentro?
– No, ni las rocas ni los animales muertos ni los árboles muertos. Pero es hermoso mirarlos. Por eso los cuervos andan por donde hay cadáveres. Les gusta mirarlos. Ninguna luz se mueve dentro de ellos.
– Pero cuando la carne se pudre, ¿no cambia ni se mueve?
– Sí, pero ese movimiento es distinto. Lo que el cuervo ve entonces son millones de cosas moviéndose dentro de la carne con luz propia, y eso es lo que le gusta ver. Verdaderamente es una vista inolvidable.
– ¿La ha visto usted, don Juan?
– Cualquiera que aprenda a volverse cuervo la puede ver. Tú mismo la verás.
En este punto hice a don. Juan la pregunta inevitable.
– ¿Me convertí realmente en cuervo? 0 mejor dicho, ¿habría pensado cualquiera, al verme, que era yo un cuervo común?
– No. No puedes pensar así cuando tratas con el poder de los aliados. Esas preguntas no tienen sentido, y eso que volverse cuervo es lo más simple que hay. Es casi como travesura; tiene poca utilidad. Como ya te he dicho, el humito no es para los que buscan poded. Es sólo para quienes anhelan ver. Yo aprendí a volverme cuervo porque son las aves más efectivas de todas. Ninguna otra las molesta, a menos que sean águilas grandes y hambrientas, pero los cuervos vuelan en parvadas y pueden defenderse. Tampoco los hombres molestan a los cuervos, y eso es importante, Cualquiera puede distinguir un águila grande, sobre todo un águila fuera de lo común, o cualquier otra ave grande y fuera de lo común, pero, ¿a quién le interesa un cuervo? Un cuervo está seguro. Es ideal en tamaño y en naturaleza. Puede meterse donde sea sin llamar la atención. En cambio, volverse oso o león es posible, pero sale bastante peligroso. Una criatura de ésas es demasiado grande; se necesita demasiada energía para convertirse en ella. También puede uno volverse grillo, o lagartija, o hasta hormiga, pero eso es todavía más arriesgado, porque los animales grandes cazan a las criaturas pequeñas.
Señalé que, según lo que él decía, uno se transformaba realmente en cuervo, o grillo, o cualquier otra cosa. Pero él insistió en que yo entendía mal.
– Se necesita mucho tiempo para aprender a ser un cuervo cabal -dijo-. Pero tú no cambiaste, ni dejaste de ser hombre. Es otra cosa lo que pasa.
– ¿Puede usted decirme qué es la otra cosa, don Juan? -A lo mejor a estas alturas ya tú mismo lo sabes. Quizá si no tuvieras tanto miedo de volverte loco, o de perder tu cuerpo, entenderías este secreto maravilloso. Pero a lo mejor debes esperar a perder tu miedo para entender lo que quiero decir.
XI
El último hecho que registré en mis notas de campo tuvo lugar en septiembre de 1965. Fue la última de las enseñanzas de don Juan. Lo llamé "un estado especial de realidad no ordinaria" porque no los produjo ninguna de las plantas que yo había usado con anterioridad. Al parecer don Juan lo provocó por medio de una manipulación cuidadosa de indicaciones acerca de si mismo; es decir, se portó frente a mi en una forma tan hábil. que creó la impresión clara y sostenida de no ser realmente él mismo, sino alguien que lo suplantaba. Como resultado, experimenté un profundo sentido de conflicto; quería creer que se trataba de don Juan, y sin embargo no podía estar seguro. La concomitante del conflicto fue un terror consciente tan agudo que minó mi salud por varias semanas. Después pensé que habría sido prudente poner fin entonces a mi aprendizaje. Desde aquel tiempo, nunca he sido participante, pero don Juan no ha cesado de considerarme aprendiz. Ha visto en mi retiro sólo un periodo necesario de recapitulación, otro paso de aprendizaje, que puede durar indefinidamente. Sin embargo, desde entonces, jamás me ha expuesto sus conocimientos.
Escribí la crónica detallada de mi última experiencia casi un mes después de que ocurrió, aunque tenía ya copiosas notas sobre sus puntos destacados, escritas al día siguiente, durante las horas de gran agitación emotiva que precedieron al punto más intenso de mi terror.