Esta afirmación era al parecer el colmo de lo cómico, porque todos rieron a carcajadas, incluso don Juan. Cuando se calmaron, pregunté con toda sinceridad:
– ¿Es cierto de verdad? ¿Pasó realmente?
– Juro que mi perro te orinó de verdad -repuso John, todavía riendo.
De regreso rumbo a la casa de don Juan, le pregunté:
– ¿Pasó en realidad todo eso, don Juan?
– Sí -dijo él-, pero ellos no saben lo que viste. No se dan cuenta de que estabas jugando con "él". Por eso no te molesté.
– Pero este asunto del perro y yo orinándonos, ¿es verdad?
– ¡No era un perro! ¿Cuántas veces tengo que decírtelo? Esa es la única manera de entenderlo. ¡La única! Fue "él" quien jugó contigo.
– ¿Sabía usted que todo esto ocurrió antes de que yo se lo contara?
Vaciló un instante antes de responder.
– No; después de que lo contaste, recordé el aspecto raro que tenías. Nada más supuse que te estaba yendo muy bien porque no parecías asustado.
– ¿De veras jugó el perro conmigo como dicen?
– ¡Carajo! ¡No era un perro!
Jueves, 17 de agosto, 1961
Expuse a don Juan mi sentir con respecto a la experiencia. Desde el punto de vista de mi propuesto trabajo, había sido desastrosa. Dije que no me apetecía otro "encuentro" similar con Mescalito. Acepté que cuanto me ocurrió había sido más que interesante, pero añadí que nada de ello podía realmente impulsarme a buscarlo de nuevo. Creía seriamente no estar hecho para ese tipo de empresas. El peyote me había producido, como reacción posterior, una extraña clase de incomodidad física. Era un miedo o una desdicha indefinidos; una cierta melancolía, que yo no podía definir con exactitud. Y tal estado no me parecía noble en modo alguno.
Don Juan rió y dijo:
– Estás empezando a aprender.
– Este tipo de aprendizaje no es para mí. No estoy hecho para él, don Juan.
– Tú eres muy exagerado.
– Esta no es ninguna exageración.
– Lo es. El único problema es que solamente exageras los malos aspectos.
– En lo que a mí toca, no hay buenos aspectos. Todo lo que sé es que me da miedo.
– No hay nada malo en tener miedo. Cuando uno teme, ve las cosas en forma distinta.
– Pero a mi no me importa ver las cosas en forma distinta, don Juan. Creo que voy a dejar en paz el aprendizaje sobre Mescalito. No puedo con él, don Juan, Esta es en realidad una mala situación para mi.
– Claro que es mala… hasta para mi. Tú no eres el único sorprendido.
– ¿Por qué iba a estar sorprendido usted, don Juan?
– He estado pensando en lo que vi la otra noche. Mescalito de veras jugó contigo. Eso me extrañó, porque fue una señal,
– ¿Qué clase de señal, don Juan?
– Mescalito te señaló.
– ¿Para qué?
– No lo tenía yo claro entonces, pero ahora sí. Quería decirme que tú eras el escogido. Mescalito te señaló y con eso me dijo que tú eras el escogido.
– ¿Quiere usted decir que me escogió entre otros para alguna tarea, o algo así?
– No. Quiero decir que Mescalito me dijo que tú podías ser el hombre que busco.
– ¿Cuándo se lo dijo, don Juan?
– Al jugar contigo me lo dijo. Eso te hace mi escogido.
– ¿Qué significa ser el escogido?
– Tengo secretos. Tengo secretos que no podré revelar a nadie si no encuentro a mí escogido. La otra noche, cuando te vi jugar con Mescalito, se me aclaró que eras tú. Pero no eres indio. ¡Qué extraño!
– Pero ¿qué significa para mí, don Juan? ¿Qué tengo que hacer?
– Me he decidido y voy a enseñarte los secretos que corresponden a un hombre de conocimiento.
– ¿Quiere usted decir sus secretos sobre Mescalito?
– Sí, pero ésos no son los únicos secretos que tengo. Hay otros, de distinta clase, que me gustaría revelar a alguien. Yo mismo tuve un maestro, mi benefactor, y también me convertí en su escogido al realizar cierta hazaña. El me enseñó todo lo que sé.
Le pregunté de nuevo qué requeriría de mí este nuevo papel; dijo que sólo se trataba de aprender, en el sentido de lo que yo había experimentado en las sesiones con él.
La manera en que la situación había evolucionado era bastante extraña. Yo había decidido decirle que iba a abandonar la idea de aprender sobre el peyote, pero antes de que pudiera lograrlo realmente él me ofreció enseñarme sus "secretos". Ignoraba qué quería decir con eso, pero sentía que esta vuelta súbita era muy seria. Argumenté que no llenaba los requisitos para una tarea así, pues ésta requería una rara ciase de valor que yo no poseía. Le dije que la inclinación de mi carácter era hablar de actos que otros realizaban. Yo quería oír sus pareceres y opiniones acerca de todo. Le dije que sería feliz de poder estar allí sentado, escuchándolo durante días enteros. Para mí, eso seria aprender.
Escuchó sin interrumpirme. Hablé mucho tiempo. Luego dijo:
– Todo eso es muy fácil de entender. El miedo es el primer enemigo natural que un hombre debe derrotar en el camino del saber. Además, tú eres curioso. Eso compensa. Y aprenderás a pesar tuyo; ésa es la regla.
Protesté un rato más, tratando de disuadirlo. Pero él parecía convencido de que no me quedaba otra alternativa sino aprender.
– No estás pensando bien -dijo-. Mescalito de veras jugó contigo. Eso es lo único que hay que tener en cuenta. ¿Por qué no te ocupas de eso y no de tu miedo?
– ¿Fue tan poco común?
– Eres la primera persona que he visto jugar con él. No estás acostumbrado a esta clase de vida; por eso las señales se te escapan. Así y todo eres una persona seria, pero tu seriedad está ligada a lo que tú haces, no a lo que pasa fuera de ti. Te ocupas demasiado de ti mismo. Ese es el problema. Y eso produce una tremenda fatiga.
– ¿Pero qué otra cosa puede uno hacer, don Juan?
– Busca y ve las maravillas que te rodean. Te cansarás de mirarte a ti mismo, y el cansancio te hará sordo y ciego a todo lo demás.
– Dice usted bien, don Juan, pero ¿cómo puedo cambiar? -Piensa en la maravilla de que Mescalito jugara contigo. No pienses en otra cosa;,lo demás te llegará por su propia cuenta.
Domingo, 20 de agosto, 1961
La noche pasada, don Juan procedió a introducirme en el terreno de su saber. Estábamos sentados frente a su casa, en la oscuridad. De improviso, tras un largo silencio, empezó a hablar. Dijo que iba a aconsejarme con las mismas palabras usadas por su propio benefactor el día en que lo tomó como aprendiz. Al parecer, don Juan había memorizado las palabras, pues las repitió varias veces para asegurarse de que no se me fuera ninguna,
– Un hombre va al saber como a la guerra: bien despierto, con miedo, con respeto y con absoluta confianza. Ir en cualquier otra forma al saber o a la guerra es un error, y quien lo cometa vivirá para lamentar sus pasos.
Le pregunté por qué era así, y dijo que, cuando un hombre ha cumplido estos cuatro requisitos, no hay errores por los que deba rendir cuentas; en tales condiciones sus actos pierden la torpeza de las acciones de un tonto. Si tal hombre fracasa, o sufre una derrota, sólo habrá perdido una batalla, y eso no provocará deploraciones lastimosas.
Declaró luego su intención de enseñarme lo que es un "aliado" en la misma forma exacta como su benefactor se lo había enseñado a él. Recalcó con fuerza las palabras "misma forma exacta.", repitiendo la frase varias veces.
Un "aliado", dijo, es un poder que un hombre puede traer a su vida para que lo ayude, lo aconseje y le dé la fuerza necesaria para ejecutar acciones, grandes o pequeñas, justas o injustas. Este aliado es necesario para engrandecer la vida de un hombre, guiar sus actos y fomentar su conocimiento. De hecho, un aliado es la ayuda indispensable para saber. Don Juan decía esto con gran convicción y fuerza. Parecía elegir cuidadosamente sus palabras. Repitió cuatro veces la siguiente frase: