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– Rectificó su testamento a principios de año para excluir a sus dos hijos. -Sacudió la cabeza de un lado a otro-. De hecho, siempre he considerado esta circunstancia como una razón para que Leo no matara a su madre. Tanto él como su hermana fueron informados de los cambios, por lo que no tenían nada que ganar con la muerte de ella… O, al menos, no obtendrían el medio millón de libras que esperaban. Si la mantenían viva tenían más oportunidades de obtener mayores beneficios.

Nancy volvió su mirada hacia el mar, pensativa y con el entrecejo fruncido.

– ¿Y eso sería ese «corregir sus maneras» al que James se refirió en la fábula?

– Sí, efectivamente. -Sacó las manos de los bolsillos y les echó el aliento-. Como ya le dijo él, sus hijos le han decepcionado, por lo que no le revelo nada nuevo si subrayo que Ailsa intentaba modificar el comportamiento de ambos, y el cambio efectuado en su testamento era una manera de ejercer presión para que cambiaran.

– Y he ahí la razón de que estuviera tan interesado en encontrarme -dijo Nancy sin hostilidad-. Sería otra forma de ejercer presión.

– No se trata de nada de eso -dijo Mark, como pidiendo disculpas-. Más bien se pretendía encontrar la próxima generación. Ni Leo, ni tampoco Elizabeth, tienen hijos… y eso la convierte a usted en el único vínculo genético con el futuro.

Ella se volvió para mirarlo.

– Nunca pensé en mis genes hasta que usted apareció -dijo con una media sonrisa-. Ahora, eso me aterra. ¿Los Lockyer-Fox toman en consideración alguna vez a alguien que no sean ellos mismos? ¿Mi único legado son el egoísmo y la codicia?

Mark pensó en lo que había en las cintas de la biblioteca. ¿Hasta qué grado se sentiría ella peor si las escuchaba?

– Tiene que hablar con James -dijo-. No soy más que un puñetero abogado que recibe instrucciones, aunque por lo que sé no utilizaría la palabra egoísta para describir a ninguno de sus abuelos. Creo que James cometió un gran error al escribirle y así se lo hice saber, pero cuando lo hizo estaba deprimido. No es una excusa, pero puede explicar parte de su confusión.

Ella le sostuvo la mirada.

– La fábula también sugería que Leo sería capaz de matar si él entregaba parte del dinero a otros. ¿Es eso cierto?

– No lo sé -dijo con sinceridad-. Ayer leí por primera vez la maldita carta y no tengo la menor idea de qué se trata. En este momento es difícil hablar con James, como se dará cuenta dentro de poco, y por eso no estoy seguro de lo que ronda por su cabeza.

Nancy no respondió de inmediato. Tenía una idea, pero primero debía analizarla para comprobar si valía la pena compartirla.

– Sólo en aras del debate -murmuró a continuación-, digamos que James escribió exactamente lo que cree: que Leo mató a su madre rabioso porque no quería darle dinero y amenaza a su padre con correr la misma suerte si se atreve a ofrecer el dinero a otros. ¿Por qué, entre su primera y su segunda carta, cambió de opinión acerca de implicarme en el asunto? ¿Qué fue lo que ocurrió entre octubre y noviembre?

– Usted le escribió diciendo de modo muy convincente que no quería su dinero y que tampoco quería enfrentarse a Leo por esa causa. Puedo suponer que él se lo tomó a pecho.

– Pero ése no es el problema, ¿verdad?

Mark parecía perplejo.

– ¿Cuál es entonces?

Nancy se encogió de hombros.

– Si su hijo es tan peligroso como se desprende de la fábula, ¿por qué no le preocupó siempre implicarme en el asunto? Ailsa había muerto varios meses antes de que James lo enviara a usted a buscarme. Cuando escribió la primera carta él creía que Leo estaba implicado en su muerte, pero eso no le impidió escribirme.

Mark siguió su lógica paso a paso.

– Pero ¿eso no prueba acaso que usted está llegando a demasiadas conclusiones a partir de lo que él escribió? Si James pensaba que usted podía correr peligro no me habría pedido que la encontrara… y si yo hubiera tenido alguna duda, no lo habría hecho.

Otro encogimiento de hombros.

– Entonces, ¿por qué el giro tan abrupto de su segunda carta, llena de garantías de anonimato y en la que afirma que yo no me veré involucrada? Esperaba una respuesta airada diciendo que estaba equivocada de medio a medio; por el contrario, lo que recibí fue unas disculpas confusas por haberme escrito. -Por la expresión preocupada de Mark, ella infirió que no se explicaba con claridad-. Eso me hace pensar que, entre las dos cartas, alguien le metió el miedo en el cuerpo, y creo que debió de ser Leo, porque por lo que parece es a él a quien James teme.

Nancy escrutaba el rostro del abogado y vio la mirada cautelosa que apareció en sus ojos.

– Sentémonos en ese banco para intercambiar información -dijo ella bruscamente, y se dirigió hacia un asiento desde donde se divisaba todo el valle-. La descripción que hace James de Leo, ¿es exacta?

– Muy exacta -dijo Mark, siguiendo los razonamientos de ella-. Es un tipo encantador hasta que uno se cruza en su camino… y entonces se convierte en un hijo de puta.

– ¿Se ha cruzado en su camino alguna vez?

– James y Ailsa son clientes míos desde hace dos años.

– ¿Y cuál es el problema? -preguntó ella, rodeando el banco y mirando los listones de madera empapada.

– El mejor amigo de Leo se ocupaba de los asuntos de la familia hasta que yo aparecí en escena.

– Qué interesante. -Ella señaló el banco con la cabeza-. ¿Me presta un faldón de su chubasquero para mantener mi trasero seco?

– Por supuesto. -El abogado comenzó a desabrocharse los cierres metálicos-. A su disposición.

Los ojos de Nancy brillaron con una chispa de picardía.

– ¿Es siempre tan cortés, señor Ankerton, o se trata de que las nietas de los clientes reciben un tratamiento especial?

Con un movimiento de hombros se quitó el chubasquero y lo tiró sobre el asiento, como sir Walter Raleigh domeñando un charco ante la reina Isabel.

– Las nietas de los clientes reciben tratamiento especial, capitana Smith. Nunca sé cuándo… o si… voy a heredar de ellas.

– Entonces morirá congelado por una causa perdida -le previno ella-, porque, en este caso, esta nieta no dejará herencia a nadie. ¿Eso no hace que su gesto sea un poco exagerado? Lo único que necesito es un triángulo de tela… Si abre el faldón, puede seguir con el chubasquero puesto.

Mark se sentó en el centro del banco.

– Le tengo demasiado miedo -murmuró, extendiendo las piernas ante sí-. ¿Dónde pongo mi brazo?

– No pensaba que estaríamos tan pegados -dijo ella, posándose con incomodidad junto a él, en el estrecho espacio restante.

– Es inevitable cuando se sienta en el faldón del abrigo de un hombre… y él lo lleva puesto.

Mark tenía unos ojos pardos profundos, casi negros, y en ellos había demasiada aceptación.

– Debería hacer un curso de supervivencia -dijo ella con cinismo-. Así descubriría que mantenerse caliente es más importante que preocuparse por quién le toca.

– No estamos en un curso de supervivencia, capitana -respondió él sin muchas ganas-. Estamos sentados a la vista de mi cliente, a quien no le divertiría ver que su abogado rodea con el brazo a su nieta.

Nancy miró a sus espaldas.

– ¡Oh, Dios mío, tiene razón! -exclamó, levantándose de un salto-. Viene hacia nosotros.

Mark también se puso de pie y se volvió bruscamente.

– ¿Dónde? ¡Oh! Ja, ja, ja -dijo, sarcástico-. Me imagino que se cree muy graciosa.

– Tronchante -dijo ella, mientras se volvía a sentar-. Los asuntos de la familia, ¿estaban en orden?

Mark volvió a ocupar su asiento, poniendo distancia entre ambos.

– Sí, en la medida en que mi predecesor seguía las instrucciones de James -explicó-. Yo lo reemplacé cuando James quiso cambiar las instrucciones sin que Leo fuera informado de ello.

– ¿Y cómo reaccionó Leo?

El abogado miró pensativo al horizonte.