Выбрать главу

También Bella siguió con la mirada a la mujer que se alejaba. Estaba molesta consigo misma por repetir exactamente las palabras de Fox. Destrozar las vidas de otras personas no era asunto suyo. Tampoco era capaz de ver la utilidad de hacerlo.

– ¿Cómo nos va a ayudar esta actitud a llevarnos bien con los vecinos? -preguntó en voz alta.

– Si se pelean entre sí no lo harán con nosotros.

– Eres un hijoputa implacable, ¿verdad?

– Quizá… cuando quiero algo.

Bella lo miró atentamente.

– ¿Y qué es lo que quieres, Fox? Porque estoy segura de que no nos has traído aquí para que hiciéramos amigos. Soy consciente de que lo has intentado antes, pero no funcionó.

En los ojos del hombre apareció un destello de humor.

– ¿Qué se supone que significa eso?

– Que ya has estado aquí antes y te calaron bien, cariño. Deduzco que tu acento pijo no funcionó tan bien con esta gente -Bella señaló hacia el pueblo con el pulgar-, como lo hace con una panda de nómadas ignorantes… y tuviste que salir con el rabo entre las piernas. No es la cara lo que escondes, es tu puñetera voz… ¿vas a decirme por qué?

La mirada del hombre se endureció.

– Vigila la barrera -se limitó a decir.

Doce

Nancy retrocedió hacia el portón entrecerrando los ojos para mirar la fachada de la mansión mientras Mark arrastraba los pies un par de metros detrás de ella. Apercibido de que Eleanor Bartlett podía regresar en cualquier momento, quería mantener a Nancy apartada de la carretera, pero ella estaba más interesada en una frondosa glicina que había removido varias tejas de la azotea.

– ¿El edificio está catalogado? -preguntó a Mark.

– Grado dos -asintió el hombre-. Es del siglo dieciocho.

– ¿Qué tal funciona el concejo local? ¿Vigila los daños estructurales?

– No tengo ni idea. ¿Por qué lo pregunta?

Ella señaló los guardamalletas bajo los aleros, que mostraban signos de podredumbre en la madera despedazada. En la parte trasera de la casa había daños semejantes en el sitio donde las hermosas paredes de piedra mostraban manchas de líquenes a causa del agua que se filtraba de los canalones en ese lado.

– Hay que hacer muchas reparaciones -dijo-. Los canalones se están cayendo porque la madera que los soporta está podrida. Detrás es igual. Hay que sustituir todos los guardamalletas.

Él se detuvo a su lado y echó una mirada a la carretera.

– ¿Cómo sabe tanto de casas?

– Pertenezco a los Ingenieros Reales.

– Pensé que construía puentes y reparaba tanques.

Ella sonrió.

– Es obvio que nuestras relaciones públicas no son tan buenas como deberían. Somos unos manitas. ¿Quién cree usted que levanta alojamientos para personas desplazadas en zonas de guerra? Por supuesto, la caballería no.

– James es de la caballería.

– Lo sé. Lo busqué en la lista del ejército. Debe persuadirlo para que lleve a cabo las reparaciones -dijo ella con seriedad-. La madera húmeda es un caldo de cultivo para los hongos que causan la podredumbre seca cuando la temperatura sube… y acabar con ellos es una pesadilla. ¿Sabe si la madera ha sido tratada?

Mark negó con la cabeza, recurriendo a sus conocimientos sobre traspasos inmobiliarios.

– No lo creo. Es una exigencia en caso de hipotecas, por lo que suele hacerse cuando una casa cambia de propietario… pero ésta pertenece a la familia desde antes de que inventaran los protectores para la madera.

Nancy hizo visera poniendo ambas manos sobre la frente.

– Si se abandona, puede terminar pagando una factura enorme. La azotea parece haber cedido en algunos puntos… hay un buen hundimiento bajo la chimenea del centro.

– ¿Qué significa eso?

– No lo sé sin examinar antes las vigas. Depende del tiempo que lleve así. Primero tendría que ver algunas fotos viejas de la casa. Simplemente puede ser que utilizaran madera verde en esa parte de la construcción y se haya combado bajo el peso de las tejas. En caso contrario… -ella bajó las manos-, la madera del ático puede estar tan podrida como los guardamalletas. Habitualmente puede olerse. Es bastante desagradable.

Mark recordó el olor a podredumbre cuando llegó en Nochebuena.

– Eso es lo único que le faltaba -señaló con aire lúgubre-, que el puñetero techo también se hunda. ¿Ha leído alguna vez La caída de la Casa Usher, de Poe? ¿Sabe cuál es el simbolismo de la historia?

– No… y no.

– La corrupción. Una familia corrupta infecta la urdimbre de su casa y hace que la mampostería les caiga en la cabeza. ¿Le recuerda algo?

– Pintoresco, pero totalmente improbable -dijo ella sonriendo.

Se oyó una voz nerviosa a espaldas de ambos.

– ¿Es usted, señor Ankerton?

Mark soltó un taco en voz apenas audible mientras Nancy, sorprendida, dio un respingo y se volvió para ver a Eleanor Bartlett, mostrando su verdadera edad, al otro lado del portón. La reacción inmediata de Nancy fue de simpatía, pues la mujer parecía asustada, pero Mark se mostró tan gélido que su actitud rayaba la grosería.

– Esta conversación es privada, señora Bartlett.

Puso una mano sobre el brazo de Nancy para apartarla de allí.

– Pero es muy importante -dijo Eleanor con precipitación-. ¿Dick le ha hablado de la gente que está en el Soto?

– Le aconsejo que se lo pregunte a él -le dijo con brusquedad-. No tengo por costumbre comunicar lo que las personas pueden haberme dicho o no. -Pegó los labios al oído de Nancy-: Aléjese -le rogó-. ¡Ahora!

Ella asintió con un breve movimiento de cabeza y echó a andar por el camino de acceso y él dio gracias a Dios por conocer a una mujer que no hacía preguntas. Se volvió hacia Eleanor.

– No tengo nada que decirle, señora Bartlett. Buenos días.

Pero ella no iba a permitir que la rechazaran con tanta facilidad.

– Conocen su nombre -dijo, histérica-. Conocen los nombres de todo el mundo… qué tipo de coches tienen… todo. Creo que nos han estado espiando.

Mark frunció el ceño.

– ¿Quiénes son «ellos»?

– No lo sé. Sólo vi a dos de ellos. Se cubren la boca con bufandas. -Estiró una mano para agarrarlo de la manga, pero él retrocedió visiblemente como si se tratara de una leprosa-. Ellos saben que usted es el abogado de James.

– Presumiblemente por cortesía suya -dijo Mark con expresión de disgusto-. Usted ha alborotado a la mitad de la región para que crean que yo represento a un asesino. No hay ninguna ley que prohiba revelar mi nombre, señora Bartlett, pero hay leyes contra el libelo y la calumnia y con respecto a mi cliente usted las ha infringido todas. Espero que tenga medios para defenderse… y pagar los daños cuando el coronel Lockyer-Fox gane -señaló con la cabeza hacia la casa Shenstead- o, en caso contrario, su propiedad será confiscada.

La mente de Eleanor carecía de agilidad. Lo que le preocupaba en ese momento eran los nómadas en el Soto y ése era el tema del que quería hablar.

– No lo hice -protestó-. ¿Cómo hubiera podido hacerlo? No los había visto en mi vida. Dijeron que la tierra era terra nullius… creo que ésa fue la expresión… algo que tiene que ver con la teoría de Locke… y la van a reclamar mediante posesión hostil. ¿Es eso legal?

– ¿Me está pidiendo mi opinión profesional?

– ¡Oh, por Dios! -replicó ella con impaciencia; la ansiedad hacía que el color regresara intermitente a sus mejillas-. Claro que sí. A quien van a molestar es a James. Están hablando de edificar en el Soto. -Movió una mano hacia la carretera-. Vaya a verlo por sí mismo si no me cree.

– Mi tarifa es de trescientas libras la hora, señora Bartlett. Estoy dispuesto a negociar una tarifa plana por asesoramiento sobre la legislación relativa a la posesión hostil pero, en vista de la complejidad del asunto, con toda seguridad tendría que consultar a un asesor. Su tarifa se sumaría a la cantidad acordada y eso podría poner la cifra final por encima de cinco mil libras. ¿Todavía quiere contratarme?