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La irritación de Prue iba en aumento. Eleanor no había llamado, ella no sabía dónde estaba Dick y en un rincón de su mente crecían preocupaciones relativas a calumnias y llamadas ofensivas. Además, la relación de su hijo con sus suegros era mucho más fluida que la de ella con Belinda.

– Es frustrante -dijo, tensa-. Apenas os vemos… y cuando venís siempre estáis impacientes por iros.

Al otro extremo hubo un suspiro de exasperación.

– Oh, por favor, Prue, eso no es verdad. Vemos a Dick casi todos los días. Siempre aparece por aquí para controlar cómo van las cosas a este lado del negocio. Estoy segura de que te mantiene informada.

El suspiro alimentó la ira de Prue.

– Claro que no es lo mismo -espetó-. Jack no era así antes de casarse. Le encantaba venir a casa, sobre todo por Navidad. ¿Sería mucho pedir que le dieras permiso a mi hijo para pasar la noche en casa de su madre?

Hubo un breve silencio.

– ¿Es eso lo que crees que pasa? ¿Una pugna para ver quién tiene más control sobre Jack?

Prue no podía reconocer una trampa ni aunque saltara ante sus narices y la atrapara.

– Sí -dijo con sequedad-. Dile que se ponga, quiero hablar con él. Tengo la impresión de que has tomado la decisión por los dos.

Belinda soltó una leve carcajada.

– Jack no quiere ir, Prue, y si hablas con él eso es lo que te va a decir.

– No te creo.

– Entonces, pregúntale tú misma esta tarde -dijo su nuera con frialdad-, porque he tenido que convencerle de que debemos ir, al menos por Dick, asegurándole que no estaremos mucho rato y que no pasaremos la noche en vuestra casa.

Aquel «al menos por Dick» fue la gota que colmó el vaso.

– Has puesto a mi hijo en mi contra. Sé cuánto te molesta el tiempo que paso con Jenny. Estás celosa porque ella tiene hijos y tú no… pero ella es mi hija y los niños son mis únicos nietos.

– ¡Oh, por favor! -dijo Belinda con el mismo énfasis mordaz-, no todos compartimos tus míseros valores. Los niños de Jenny pasan más tiempo aquí que contigo… lo sabrías si te molestaras en venir a vernos de vez en cuando en lugar de deshacerte de nosotros porque prefieres estar en el club de golf.

– No tendría que ir al club de golf si hicieras que me sintiera cómoda -dijo Prue con rencor.

Escuchó la respiración nasal al otro lado del teléfono mientras la chica intentaba serenarse. Cuando Belinda volvió a hablar, el tono de su voz era de crispación.

– Ésa es la sartén diciéndole al cazo: «Apártate que me tiznas», ¿eso es lo que dirías, verdad? ¿Desde cuándo has hecho que nos sintamos bienvenidos en tu casa? Vamos a vuestra casa una vez al mes para celebrar el mismo ritual ridículo. Pollo guisado en aguachirle porque tu tiempo es demasiado valioso para cocinar como se debe… hablar horrores del padre de Jack… insultos contra el hombre que vive en la mansión Shenstead… -tomó aire de manera bronca-. Jack está más harto de todo eso que yo, sobre todo porque él adora a su padre y los dos tenemos que levantarnos a las seis de la mañana para mantener el negocio a flote. El pobre Dick está que se cae de cansancio a las nueve de la noche porque hace lo mismo… mientras tú estás ahí sentada, poniéndote cremas en la cara y difamando a la gente… y los demás estamos hechos polvo, ganando el dinero para pagar tu puñetero club de golf, y no tenemos tiempo para decirte la clase de zorra que eres.

El ataque fue tan inesperado que Prue guardó silencio. Sus ojos se movieron hacia el guiso de pollo sobre la mesa de la cocina mientras oía al fondo la voz de su hijo diciendo a Belinda que su padre acababa de entrar por la puerta de la cocina y que no parecía muy contento.

– Jack te llamará más tarde -dijo Belinda con brusquedad antes de colgar.

Trece

Antes de llamar a Prue, Eleanor reforzó su valor con un whisky sin agua porque sabía que su amiga no se iba a alegrar cuando supiera que no habría abogado, ni policía, y que los Bartlett no iban a involucrarse en el asunto. Eleanor no podía arriesgarse a alejar más a su marido haciéndolo responsable de los gastos legales, y no estaba preparada para explicar a Prue el porqué. Las preferencias de Julian por una treintañera ya eran lo suficientemente humillantes sin tener que llegar a ser de conocimiento público.

Su relación con Prue se sustentaba en la seguridad que ambas tenían en sus maridos, a quienes despedazaban para divertirse. Dick era lento, Julian era aburrido. Ambos dejaban que sus mujeres dirigieran el cotarro porque eran demasiado haraganes o ineptos para tomar decisiones por sí mismos, y tan indefensos que si sus mujeres decían en alguna ocasión que ya bastaba, estarían perdidos y sin rumbo como naves a la deriva. Esas declaraciones hacían gracia cuando se formulaban desde una posición de fuerza, pero eran profundamente tristes cuando una rubia amenazaba en segundo plano.

Prue respondió al primer timbrazo, como si hubiera estado esperando la llamada.

– ¿Jack? -su voz sonaba tensa.

– No, soy Ellie. Acabo de llegar. ¿Estás bien? Pareces preocupada.

– ¡Oh!, hola -Hizo un esfuerzo por inyectar algo de jovialidad en su voz-. Sí, estoy bien. ¿Qué tal fue todo?

– Temo que no muy bien. La situación es bien diferente de lo que me contaste -dijo Eleanor en un tono que contenía una leve acusación-. No se trata de nómadas que estén de paso, Prue; esa gente dice que va a quedarse ahí hasta que alguien muestre algún documento que indique quién es el dueño. Están reclamando el terreno mediante posesión hostil.

– ¿Qué quiere decir eso?

– Cercar la parcela y construir en ella… lo mismo que Dick y tú quisisteis hacer cuando llegasteis aquí. Por lo que sé, la única manera de librarse de ellos es que Dick o James presenten pruebas de que el Soto es parte de su propiedad.

– Pero nosotros no tenemos ningún documento que lo acredite. Ésa es la razón por la que Dick abandonó los intentos de cercarlo.

– Lo sé.

– ¿Qué dijo tu abogado?

– Nada. No he hablado con él. -Eleanor bebió lentamente un sorbo de whisky-. No tiene sentido, Prue. Nos dirá que eso nada tiene que ver con nosotros… lo que, sinceramente, es cierto, no hay forma de que podamos reclamar el Soto como parte de nuestras tierras, por lo que nuestro letrado no podrá tomar parte en ninguna negociación o asesorarnos al respecto. Sé que es una idiotez, pero creo que Dick actuó bien al llamar al abogado de James… Dick y James son los únicos que están interesados, por lo que deberán llegar a un acuerdo sobre quién de los dos va a luchar por el terreno.

Prue no respondió.

– ¿Estás ahí?

– ¿Llamaste a la policía?

– Al parecer Dick la llamó desde el Soto. Deberías haber hablado del asunto con él. Para mí, ir a ese sitio fue una absoluta pérdida de tiempo. -Puso el acento en sus molestias para poner a Prue a la defensiva-. Además, me dio mucho miedo. Llevan la cara tapada… y están tan bien informados sobre todos los que viven en el pueblo que da miedo. Los nombres… quién es dueño de qué… ese tipo de cosas.

– ¿Has hablado con Dick? -insistió Prue.

– No.

– Y entonces ¿cómo sabes que habló con la policía?

– Me lo dijo el hombre que estaba en el Soto.

La voz de Prue era reprobadora.

– ¡Oh, vaya, Ellie! ¿Cómo puedes ser tan crédula? Me prometiste que llamarías a la policía. ¿Por qué aceptaste hacerlo si no tenías la menor intención de llegar hasta el fondo? Yo misma hubiera podido llamar hace dos horas y nos hubiéramos ahorrado muchos problemas.

Eleanor se molestó.

– Entonces, ¿por qué no lo hiciste? Si hubieras escuchado a Dick en lugar de suponer que estaba huyendo del problema, tú y él habríais podido ocuparos de todo este lío en lugar de esperar que Julian y yo nos ocupáramos del asunto. Nadie puede echarnos la culpa de que haya gente que se mude a vuestras tierras… Y, con toda seguridad, no es responsabilidad nuestra pagar a un abogado para rescataros.