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Nancy asintió.

– Ellos niegan ser… dicen que responde como debe hacerlo un sargento. -Se encogió de hombros-. A juzgar por las sonrisas del sargento me imagino que se enteró enseguida de la conversación.

– ¿Cuánto tiempo hace que dura esta situación?

– Cinco meses. Fue asignado a la unidad en agosto, cuando yo estaba de permiso. Antes nunca había tenido ningún problema y de repente me vi enfrentada a Jack el Destripador. Por el momento estoy comisionada por un mes a Bovington pero temo lo que pueda encontrarme cuando regrese. Será un milagro si me queda una pizca de reputación. El problema es que el tío es bueno en su trabajo, saca lo mejor de los hombres.

Ambos levantaron la vista cuando la puerta se abrió y Mark entró con una bandeja.

– Quizá Mark tenga alguna idea -sugirió James-. El ejército siempre ha tenido matones pero le confieso que no sé cómo debe enfrentarse a una situación como ésta.

– ¿Qué? -preguntó Mark mientras tendía un vaso a Nancy.

Ella no estaba segura de querer que él se enterara.

– Problemas en el trabajo -dijo, sin darle importancia.

Pero James no tenía semejantes remilgos.

– Un nuevo sargento recientemente asignado a la unidad está socavando la autoridad de Nancy ante sus hombres -dijo mientras tomaba su vaso-. Se burla de las mujeres a sus espaldas, las llama solteronas o lesbianas, presumiblemente con la intención de hacerle la vida tan incómoda a Nancy que ella no tenga otra opción que marcharse. Es bueno en su trabajo, es popular con los hombres y Nancy teme que si redacta un informe sobre él tomen represalias a pesar de que ella nunca antes ha tenido problemas en el ejercicio de su autoridad. ¿Qué debería hacer?

– Un informe -dijo Mark sin dudarlo-. Exija que le digan cuál es el promedio de tiempo que ha servido en cada unidad. Si se traslada con regularidad, entonces puede estar segura de que en el pasado lo han acusado de comportamientos parecidos. Si lo han hecho, e incluso si no lo han hecho, insista en pedir correcciones disciplinarias en lugar de pasarle el muerto a otra persona. La gente como ésa se sale con la suya porque los oficiales al mando prefieren trasladarlos en silencio que llamar la atención hacia la escasa disciplina entre sus filas. En la policía, por ejemplo, es un problema grave. Pertenezco a un comité que está elaborando líneas de acción para tratar esos problemas. La primera regla es: no haga como si no pasara nada.

James asintió.

– Me parece un buen consejo -dijo con suavidad.

Nancy sonrió levemente.

– Me imagino que sabía que Mark estaba en ese comité. -El coronel asintió-. ¿Y qué puedo poner en el informe? -preguntó-. Un tío mayor que intercambia chistes con sus hombres. ¿Ha oído el de la solterona que se alistó en Ingenieros porque buscaba que le echaran un polvo? ¿O el de la tortillera que metió el dedo en el cárter para controlar los niveles de lubricación?

James miró a Mark con expresión indefensa.

– Parece una situación sin salida -dijo Mark comprensivo-. Si manifiesta interés por un hombre es una solterona, y si no lo hace es una lesbiana.

– Exactamente.

– Entonces, informe sobre él. No importa cómo lo mire, es acoso sexual. La ley está de su parte, pero mientras no ejerza sus derechos no puede hacer nada.

Nancy intercambió con James una mirada divertida.

– Lo próximo que hará es aconsejarme que presente una acusación -dijo a la ligera.

Catorce

– ¿Adónde rayos crees que vas? -masculló Fox mientras agarraba a Wolfie por el pelo y lo obligaba a darse la vuelta.

– A ninguna parte -respondió el niño.

Se había movido tan sigilosamente como una sombra, pero Fox lo había hecho aún con más sigilo. No había nada que pudiera haber alertado a Wolfie de la presencia de su padre detrás del árbol, pero Fox lo había oído. Del centro del macizo boscoso llegaba el zumbido alto y persistente de una sierra de cadena que ahogaba los demás sonidos, así que ¿cómo había oído Fox la llegada sigilosa de Wolfie? ¿Acaso era un mago?

Cubierto con la capucha y una bufanda, Fox miraba las ventanas abiertas de la terraza más allá del césped, donde el anciano y las dos personas que Wolfie había visto antes buscaban el origen del ruido. La mujer -porque no había manera de confundir su sexo sin gorro y sin el voluminoso jersey- salió por la puerta y se llevó un par de binoculares a los ojos.

– Por allí -pronunciaron claramente sus labios mientras bajaba los binoculares y señalaba entre los árboles desnudos hacia el sitio donde trabajaba el grupo con la sierra de cadena.

Ni siquiera la vista aguzada de Wolfie podía distinguir las figuras de chaquetas negras sobre el fondo oscuro de los troncos serrados, y se preguntó si la mujer sería también un mago. Abrió mucho los ojos cuando el anciano salió para unirse a ella y examinó lentamente la fila de árboles donde él y Fox se escondían. Percibió cómo Fox retrocedía al abrigo del tronco antes de que su mano lo hiciera volverse y le cubriera el rostro con la basta sarga de su abrigo.

– Silencio -susurró Fox.

De todas maneras, Wolfie se hubiera quedado en silencio.

No había modo alguno de confundir con otra cosa el bulto del martillo en el bolsillo de la chaqueta de Fox. Por mucho miedo que le tuviera a la navaja, aún temía más al martillo y no sabía por qué. Pensó que era algo que había soñado, pero no podía recordar cuándo ni de qué iba el sueño. Con cuidado para que Fox no se diera cuenta retuvo el aliento, ganando así un espacio entre su cuerpo y la chaqueta.

La sierra de cadena tosió de repente y quedó en silencio, y las voces que llegaban de la terraza de la mansión se oyeron con claridad al otro lado del césped.

– … parece haberle contado un montón de idioteces a Eleanor Bartlett. Estuvo repitiendo las palabras «terra nullius» y «teoría de Locke» como si fuera un mantra. Posiblemente se lo oyó a los nómadas, porque es poco probable que ella conozca esos términos. De hecho, son bastante arcaicos.

– ¿Tierra de nadie? -preguntó ella-. ¿Puede aplicarse?

– No lo creo. Es una cuestión de posesión. En términos más sencillos, los primeros que llegan a una tierra deshabitada pueden reclamarla a nombre de su garante, habitualmente un rey. Me cuesta imaginar que pueda aplicarse a una tierra en disputa en la Inglaterra del siglo veintiuno. Los solicitantes obvios son James o Dick Weldon… o el pueblo, sobre la base del uso comunitario.

– ¿Qué es la teoría de Locke?

– Un concepto similar de propiedad privada. John Locke era un filósofo del siglo diecisiete que sistematizó las ideas de propiedad. El primer individuo que llegaba a un sitio adquiría unos derechos sobre el lugar que podían ser vendidos después a otros. Los primeros colonos en América utilizaron ese principio para cercar terrenos que nunca antes habían conocido límites, y el hecho de que pertenecieran a los pueblos indígenas que no aplicaban el concepto de lindes nunca se tuvo en cuenta.

Otro hombre habló, era una voz más suave, más vieja.

– Algo parecido a lo que están intentando esas personas. Toma lo que puedas sin tener en cuenta las prácticas establecidas de la comunidad que existe en el lugar. ¿No es interesante? Sobre todo porque es probable que se consideren a sí mismos indios nómadas en sintonía con la tierra y no vaqueros violentos que intentan explotarla.

– ¿Podrán salirse con la suya? -preguntó la mujer.

– No veo cómo -dijo el anciano-. Ailsa registró el Soto como lugar de interés científico cuando Dick Weldon trató de anexionarlo a sus propiedades, por lo que cualquier intento de talar los árboles hará que la policía acuda con mayor diligencia que si hubieran acampado en mi césped. Ella temía que Dick hiciera lo mismo que sus predecesores y destruyera un antiguo habitat natural a fin de adquirir media hectárea más de tierra de labranza. Cuando yo era pequeño, ese bosque se extendía casi un kilómetro hacia el oeste. Ahora eso parece increíble.