Fox ordenó a Wolfie que regresara al autocar, pero Bella intervino.
– Déjalo que se quede -dijo, apretando al niño contra su costado-. El chico está preocupado por su madre y su hermano. Quiere saber dónde están y le dije que te lo preguntaría.
La alarma de Wolfie era palpable. Bella podía sentir sus temblores a través de la chaqueta. El niño sacudió la cabeza con ansiedad.
– Es-t-t-tá bien -tartamudeó-. F-f-fox me lo puede decir más tarde.
Los ojos pálidos de Fox se clavaron en su hijo.
– Haz lo que te digo -ordenó con frialdad, señalando el autocar con la cabeza-. Espérame allí.
Ivo alargó un brazo para impedir que el niño se marchara.
– No. Todos estamos implicados en esto. Tú querías familias para este proyecto, Fox… dijiste que íbamos a formar una comunidad… entonces, ¿dónde está tu familia? Tenías una mujer y otro hijo en Barton Edge. ¿Qué les ha ocurrido?
La mirada de Fox recorrió el grupo. Debió de ver algo en la expresión colectiva que le hizo responder, porque, cambiando de actitud, se encogió de hombros.
– Se largó hace cinco semanas. Desde entonces no la he vuelto a ver. ¿Satisfecho?
Nadie dijo nada.
Bella notó cómo la mano de Wolfie buscaba refugio en la suya. Se pasó la lengua por la boca para estimular la secreción de saliva.
– ¿Con quién? -preguntó-. ¿Por qué no se llevó a Wolfie?
– Dímelo tú -dijo Fox, quitándole importancia-. Tuve que ir a solucionar unos asuntos y cuando regresé ella y el chiquillo se habían marchado. No fui yo quien decidió que dejara a Wolfie. Cuando lo encontré estaba ausente pero no puede recordar por qué. Todas sus cosas habían desaparecido y había indicios de que alguien había estado en el autocar con ella, así que creo que acostó al niño para hacerle un trabajo a alguien. Probablemente a cambio de heroína. No podía pasar mucho tiempo sin droga.
Los dedos de Wolfie se retorcieron en la mano de Bella y ella deseó saber qué intentaba decirle.
– ¿Dónde ocurrió eso? ¿Estabas en un aparcamiento?
– En Devon. En el área de Torquay. Estábamos trabajando en el parque de atracciones. Se desesperó cuando terminó la temporada y los clientes desaparecieron. -Bajó la mirada hacia Wolfie-. Era más fácil llevarse al Cachorro que a éste, por lo que espero que tenga la conciencia tranquila por haberse llevado al más pequeño. -Contempló cómo las lágrimas recorrían el contorno de los ojos del niño y sus labios se afinaron en una sonrisa cínica-. Deberías intentar vivir con una zombi, Bella. Cuando lo único que se anhela es satisfacer un vicio, eso jode el cerebro. Todo lo demás puede irse al diablo: los niños, la comida, las responsabilidades, la vida. Lo único que importa es la droga. O quizá nunca habías pensado en eso desde ese ángulo… quizá tus propias adicciones te hacen sentir lástima.
Bella apretó la mano de Wolfie.
– Mi marido también tenía un vicio -dijo-, así que no me des charlas sobre zombis. Ya he pasado por eso, he hecho eso, me he puesto la puñetera camiseta de la campaña. Sí, tenía el cerebro jodido, pero cada vez que desaparecía yo iba a buscarlo. ¿Lo hiciste, Fox? ¿Fuiste a buscarla? -Lo miró de arriba abajo-. Da lo mismo cómo conseguía su chute… medio segundo después estaría de nuevo en la calle. Así que no me lo cuentes. ¿Una mujer con un niño en los brazos? Los maderos y los agentes sociales la tendrían encerrada antes de que despertara. ¿Fuiste a verlos? ¿Preguntaste?
Fox se encogió de hombros.
– Lo hubiera hecho si hubiera creído que estaba allí, pero es una puta. Está metida en algún agujero con un chulo que seguirá con ella mientras pueda conseguirle clientes y ella pueda seguir en el negocio. Ya ocurrió antes. Le quitaron su primer hijo por eso… le cogió tanto miedo a los policías y a los agentes sociales que no se acercaría a ellos por nada del mundo.
– No puedes abandonarla así como así -protestó Bella-. ¿Y qué hay del Cachorro?
– ¿Qué pasa con él?
– Es hijo tuyo, ¿no?
Fox la miró con expresión burlona.
– Me temo que no -dijo-, ese pequeño hijo de puta es responsabilidad de otro cabrón.
James quería tratar el tema de los nómadas y Nancy se lo agradeció. No tenía ganas de hablar de sí misma ni sobre la impresión que le habían causado las fotografías. Las miradas que ella y Mark intercambiaron en la mesa le dieron a entender que el abogado estaba intrigado por la súbita curiosidad de James con respecto a los okupas del Soto y se preguntó cuál había sido el tema de su conversación mientras ella estaba en el comedor. El tópico de los zorros mutilados fue dado por concluido enseguida.
– No quiero hablar de eso -había dicho James.
– Cerciórate de que la mesa esté limpia, Mark. Es obvio que se trata de una joven muy bien educada. No quiero que le cuente a su madre que vivo en un chiquero.
– Está limpia.
– No me he afeitado esta mañana. ¿Se nota?
– Tiene muy buen aspecto.
– Debí ponerme un traje.
– Tiene muy buen aspecto.
– Creo que la he decepcionado. Creo que ella esperaba a alguien más impresionante.
– Nada de eso.
– Soy un anciano muy cargante. ¿Cree que a ella le interesarán los diarios de la familia?
– No; de momento, no.
– ¿Quizá debería preguntarle por los Smith? No estoy seguro de qué dicen las normas de etiqueta en circunstancias como ésta.
– No creo que digan nada. Compórtese con naturalidad.
– Es muy difícil. Sigo pensando en esas horribles llamadas telefónicas.
– Está quedando muy bien. Le gusta mucho, James.
– ¿Está seguro? ¿No estará siendo sólo cortés?
James interrogó a Mark sobre la ley de posesión hostil, el registro de terrenos y en qué consistía la residencia y el uso. Finalmente apartó su plato y pidió al abogado que repitiera lo que tanto Dick Weldon como Eleanor Bartlett habían dicho sobre los nómadas.
– Qué raro -musitó cuando Mark mencionó las bufandas que les cubrían el rostro-. ¿Por qué harán eso?
Mark se encogió de hombros.
– ¿Será por si aparece la policía? -sugirió-. Sus fotografías deben de estar en las listas de prófugos de toda Inglaterra.
– Creo que Dick dijo que la policía no quería involucrarse.
– Sí, lo dijo… -Hizo una pausa-. ¿Por qué tanto interés?
James inclinó la cabeza.
– A fin de cuentas acabaremos por saber quiénes son; por lo tanto, ¿por qué se esconden?
– El grupo que vi con los binoculares llevaba bufanda y pasamontañas -dijo Nancy-. Demasiada ropa tapándoles la cara. Mark, ¿no significa eso que les preocupa ser reconocidos?
James asintió.
– Sí, pero ¿por quién?
– Seguro que no por Eleanor Bartlett -dijo Mark-. Repitió que no los había visto en su vida.
– Umm -calló un momento antes de sonreír mirando por turno a sus interlocutores-. Quizá tienen miedo de mí. Como mis vecinos se complacen en señalar, se han instalado a la entrada de mi casa. ¿Debemos ir a hablar con ellos? Si atravesamos el seto y nos acercamos a través del bosque los sorprenderemos por la retaguardia. ¿No creen que nos vendría bien la caminata?
Ése era el hombre que Mark conocía: un hombre de acción. Sonrió antes de lanzarle a Nancy una mirada de interrogación.
– Estoy lista -dijo ella-. Como alguien dijo una vez: «Conoce a tu enemigo». No queremos dispararle por error a la gente equivocada, ¿no es cierto?
– Quizá no sean el enemigo -protestó Mark.
Los ojos de ella lo azuzaban.
– Mejor. Quizá sean los enemigos de nuestro enemigo.
Julian estaba quitando con un cepillo el lodo seco de las patas de Bouncer cuando oyó el sonido de unos pasos que se aproximaban. Suspicaz, se volvió en el momento en que Eleanor aparecía ante la puerta del establo. Era tan impropio de ella que pensó que había ido a arrancarle la piel a tiras.