– No estoy de humor -le dijo, cortante-. Hablaremos de ello en cuanto me tome una copa.
«¿Hablar de qué?», se preguntó Eleanor con impaciencia. Se sentía como si patinara sobre una fina capa de hielo con una venda en los ojos. Para Julian no había nada de que hablar. ¿O sí?
– Si te refieres a esos infelices del Soto, ya me he ocupado de ellos -dijo con animación-. Prue pretendía que fueras tú quien solucionara el problema, pero le dije que no era razonable. ¿Quieres una copa, cariño? Si quieres, te preparo una.
Tiró el cepillo en un cubo y alargó la mano en busca de la manta de Bouncer. «¿Cariño…?»
– ¿Qué quieres decir con eso de que Prue pretendía que yo solucionara el problema? -preguntó mientras tendía la manta sobre el lomo de Bouncer y se agachaba para atarla por debajo de su vientre.
Eleanor se relajó.
– Dick no podía ponerse en contacto con su abogado, por lo que me pidió que Gareth se ocupara del asunto. Le dije que no lo consideraba justo, teniendo en cuenta que carecemos de autoridad respecto a esa parcela y que tú serías quien pagara los honorarios de Gareth. -Ella era incapaz de tener controlada por mucho tiempo su personalidad autoritaria-. En realidad pensé que era demasiado cara dura. Dick y el abogado de James tuvieron una disputa respecto al tema en cuestión… después Prue riñó con Dick… así que se suponía que tú y yo debíamos limpiar los escombros. Le dije a Prue que no veía por qué tú tenías que cubrir los gastos. No parece que vayamos a ganar algo con todo esto.
Julian lo entendió a medias.
– ¿Alguien ha llamado a la policía?
– Dick.
– ¿Y?
– Sólo sé lo que dijo Prue -mintió Eleanor-. Tiene que ver con la propiedad de la tierra, así que sólo un abogado puede encargarse de ello.
Julian la miró con el ceño fruncido.
– ¿Y qué va a hacer Dick al respecto?
– No lo sé. Se marchó enfurruñado y Prue no sabe dónde está.
– Dijiste algo sobre el abogado de James.
Ella hizo una mueca.
– Dick habló con él y sus preocupaciones fueron acalladas con una regañina, y probablemente eso fue lo que le echó a perder el humor, pero no sé si ha hecho algo al respecto.
Julian acalló sus pensamientos mientras llenaba el balde y ponía más heno en el comedero de Bouncer. Dio una palmada final en el cuello del viejo cazador, después cogió el cubo de fregar y esperó de pie junto a la puerta a que Eleanor se apartara.
– ¿Por qué Dick telefoneó al abogado de James? ¿En qué hubiera sido de ayuda? Creí que estaba en Londres.
– Está de visita en casa de James. Llegó la víspera del día de Navidad.
Julian pasó el cerrojo a la puerta del establo.
– Pensé que el viejo estaba solo.
– Pero no se trata únicamente del señor Ankerton. También hay otra persona.
Julian le lanzó una mirada interrogativa.
– ¿Quién?
– No lo sé. No parece ser uno de los nómadas.
El ceño de Eleanor se frunció todavía más.
– ¿Por qué los nómadas visitarían a James?
Eleanor sonrió débilmente.
– Eso no es asunto nuestro.
– ¡Claro que sí! -le espetó Julian-. Han estacionado en el puñetero Soto. ¿Qué dijo el abogado de James para que Dick se largara?
– Se negó a discutir el tema con él.
– ¿Por qué?
Ella vaciló.
– Supongo que está molesto por lo que Prue dijo acerca de la riña entre Ailsa y James.
– ¡Oh, vamos! -exclamó Julian con impaciencia-. Quizás ella no le guste por esa razón o tampoco le gusta Dick, pero no va a negarse a tratar de un tema que afecta a su cliente. Me has dicho que habían discutido. ¿Sobre qué?
– No lo sé.
El hombre echó a andar por el sendero que llevaba a la casa y ella lo siguió a la carrera.
– Será mejor que lo llame -dijo, molesto-. Todo esto me parece ridículo. Los abogados no discuten con la gente.
Abrió la puerta trasera de un tirón. Ella lo agarró por el brazo para retenerlo.
– ¿A quién vas a llamar?
– A Dick -dijo él, quitándosela de encima con la misma brusquedad con que Mark lo había hecho antes-. Quiero saber qué demonios sucede. De todos modos le dije que lo llamaría en cuanto regresara.
– No está en la granja.
– ¿Y qué? -Metió el tacón derecho en el descalzador para quitarse la bota de montar-. Lo llamaré a su móvil.
Ella lo rodeó para ir a la cocina.
– No es asunto nuestro, cariño -dijo por encima del hombro, animada, tomando un vaso de whisky de un aparador y quitando el tapón de la botella para servirse un poco más y servirle a él un trago generoso-. Te dije que Dick y Prue habían discutido por ese asunto. ¿Qué sentido tiene que nos pille en medio?
Aquellos «cariño» le crispaban los nervios y pensó que ésa era la respuesta a lo de Gemma. ¿Pensaría ella que esas palabras tiernas podían recuperarlo? ¿O quizá pensara que «cariño» era una palabra que utilizaba habitualmente con sus amantes? ¿La había utilizado alguna vez con ella cuando estaba traicionando a su primera esposa…? Dios lo sabría. Había transcurrido tanto tiempo que no lograba acordarse.
– Bien -dijo, entrando en la cocina, sin zapatos, sólo con los calcetines puestos-. Llamaré a James.
Eleanor le tendió el vaso de whisky.
– Oh, tampoco creo que eso sea una buena idea -dijo, quizá con demasiada insistencia-. Sobre todo si tiene visitas. ¿Por qué no aguardas hasta mañana? Probablemente se resuelva por sí solo. ¿Has comido? Puedo prepararte un risotto de pavo o algo así. Eso estaría bien, ¿no crees?
Julian tomó nota de su rostro congestionado, de la botella de whisky medio vacía y de las señales de maquillaje vuelto a aplicar en torno a los ojos y se preguntó por qué estaba tan decidida a impedirle utilizar el teléfono. Inclinó el vaso hacia su mujer.
– Eso suena bien, Ellie -dijo, con una sonrisa sin malicia-. Avísame cuando esté listo. Voy a darme una ducha.
Arriba, en su vestidor, abrió la puerta del guardarropa y contempló los trajes y chaquetas que él había echado a un lado para coger su chaqueta de caza y ahora colgaban a intervalos regulares, y se preguntó por qué su esposa había decidido de repente registrar sus pertenencias. Siempre se había comportado como si cuidar a su marido fuera una forma de esclavitud y desde hacía mucho tiempo él había aprendido a poner de su parte, sobre todo en las habitaciones que consideraba suyas. Incluso lo prefería. El desorden cómodo se avenía mejor con su carácter que la pulcritud imperante en el resto de la casa.
Abrió la ducha, sacó su móvil y revisó el menú en busca del número de Dick. Cuando respondieron al teléfono, cerró tranquilamente la puerta del vestidor.
James y sus dos compañeros no intentaron mantener en secreto su llegada, aunque por consenso mutuo decidieron permanecer callados después de abandonar la terraza y cruzar el césped hasta el seto. No había rastro alguno del grupo de la sierra de cadena, pero Nancy señaló la herramienta que había sido abandonada sobre un pequeño montón de troncos. Giraron a su derecha bordeando los tupidos brotes de fresnos y los avellanos que habían sido talados una vez y que ahora creaban una pantalla natural que se interponía entre la mansión y el campamento.
A la luz de las preguntas de James sobre el reconocimiento, Nancy se preguntó cuan deliberada había sido la colocación de los vehículos. Si se hubieran adentrado más en el bosquecillo habrían sido visibles a través de los árboles sin hojas de la parte del Soto que descendía hacia el valle. Y, sin la menor duda, James los hubiera podido vigilar con facilidad desde las ventanas del salón con la ayuda de unos binoculares. Ella volvió la cabeza para captar sonidos pero no había nada que oír. Los nómadas, no importaba dónde estuvieran, se mantenían tan silenciosos como sus visitantes.