Oyó a Bella decir que si Fox había dicho la verdad sobre la estancia en la feria, eso podía explicar por qué ninguno de ellos lo había visto en el circuito, y sintió deseos de intervenir: Fox no decía la verdad. No había un solo momento en la memoria de Wolfie en que el autocar hubiera estado aparcado cerca de otras personas, excepto en verano, durante el festival musical. La mayor parte del tiempo Fox los dejaba en medio de ninguna parte y después desaparecía durante varios días. A veces, Wolfie lo seguía para ver adónde iba pero siempre lo recogía un coche negro y se lo llevaba.
Cuando su madre hacía acopio de valor, se los llevaba caminando a él y al Cachorro por las carreteras hasta llegar a algún pueblo, pero la mayor parte del tiempo permanecía hecha un ovillo en la cama. Él creía que lo hacía porque temía a los metomentodo, pero ahora se preguntaba si tenía alguna relación con cuánto dormía. Quizá no había sido valor sino sólo la necesidad de encontrar lo que la hacía sentirse mejor.
Wolfie intentó recordar la época anterior a la presencia de Fox. A veces, en sus sueños, veía recuerdos de una casa y un dormitorio con todas las de la ley. Estaba seguro de que se trataba de algo real y no de una fantasía engendrada por las películas… pero no sabía cuándo había ocurrido todo eso.
¿Por qué Fox era su padre, pero no el del Cachorro?
Deseaba conocer más cosas sobre los padres. Todo lo que sabía se basaba en las películas americanas que había visto, en las que las mamas decían «te amo», a los niños los llamaban «calabazas», los códigos telefónicos eran 555 y todo aquello era tan falso como la manera de caminar «a lo John Wayne» de Wolfie.
Miró con atención el autocar de Fox pero, por el ángulo de inclinación del picaporte, podía asegurar que lo habían cerrado por fuera. Wolfie se preguntó adónde habría ido Fox y dobló el borde del cartón de la ventana lateral para examinar el bosque, en dirección a la casa del asesino. Vio a Nancy mucho antes de que ella lo viera a él, observó cómo se apartaba del bosque, deslizándose, para agacharse junto al neumático debajo de donde él estaba sentado y vio cómo la barrera de cuerda caía al suelo. Pensó en avisar a Bella, pero Nancy levantó la cara y se llevó un dedo a los labios. Decidió que los ojos de la mujer traslucían buenos sentimientos, así que volvió a poner el cartón en su lugar y se escondió una vez más entre el asiento y el salpicadero. Hubiera querido prevenirla de que era probable que Fox la estuviera observando, pero sus hábitos de autoprotección estaban tan arraigados que le impedían llamar la atención del modo que fuera.
Se dedicó a chuparse el dedo y cerró los ojos, fingiendo no haberla visto. Había hecho eso antes, cerrar los ojos y fingir que no podía ver, pero no recordaba por qué… y tampoco quería hacerlo…
El timbre del teléfono sobresaltó a Vera. Era un acontecimiento extraordinario en la casa del guarda. Echó una mirada furtiva hacia la cocina donde Bob escuchaba la radio y, a continuación, levantó el auricular. Sus ojos apagados se iluminaron con una sonrisa al oír la voz al otro extremo.
– Claro que entiendo -dijo, acariciando la cola de zorro que tenía en el bolsillo-. El que es un idiota es Bob, no Vera…
Mientras colgaba, algo se agitó en su mente. Un recuerdo efímero de que alguien quería hablar con su marido. Su boca succionó y se tensó mientras intentaba recordar de quién se trataba, pero el esfuerzo era demasiado grande. Sólo parecía poder poner en funcionamiento la memoria lejana, y hasta ésta estaba llena de lagunas…
Dieciséis
Esta vez no necesitó llave. Fox conocía los hábitos del coronel desde mucho tiempo atrás. Tenía la obsesión de cerrar las puertas principal y trasera, pero casi nunca se acordaba de pasar el cerrojo a las puertas de la terraza cuando salía por allí. Después de que James y sus visitantes desaparecieron en el macizo boscoso, tardó unos pocos segundos en atravesar el césped corriendo y entrar en el salón. Se detuvo un instante, acaso prestando atención al pesado silencio de la casa, pero el calor del fuego de leños era demasiado intenso en contraste con el frío exterior; el hombre se echó atrás la capucha y se aflojó la bufanda que le cubría la boca. Poco le faltaba para empezar a arder.
En su sien repicaba un martillo y extendió una mano para apoyarse en la silla del anciano mientras el sudor le brotaba copiosamente por los poros. Una enfermedad del cerebro, había dicho la perra, pero quizás el chico tenía razón. Quizá la alopecia y los temblores se debían a una causa física. Fuera lo que fuese, estaba empeorando. Se agarró a la silla de cuero esperando a que se le pasara el mareo. No temía a nadie, pero el miedo al cáncer se retorcía entre sus tripas como una serpiente.
Dick Weldon no tenía el menor deseo de proteger a su esposa. Su hijo le había ofrecido vino -que rara vez bebía-, y eso había hecho que su beligerancia llegara a lo más alto, sobre todo después de que Belinda le contara los momentos más duros de su conversación telefónica con Prue, mientras Jack preparaba la comida.
– Lo siento, Dick -le dijo ella, pidiendo excusas con sinceridad-. Sé que no debí haber perdido los estribos, pero me enfurece que me acuse de mantener a Jack alejado de ella. Él es quien no quiere verla. Lo único que hago es intentar que haya paz… pero con poco éxito. -Suspiró-. Mira, sé que es algo que no quieres oír, pero la verdad es que Prue y yo nos odiamos mutuamente. Es un choque de personalidades. No puedo soportar su rutina de señora pija, y ella no soporta que yo crea que todo el mundo es igual. Ella quería una nuera de la que pudiera sentirse orgullosa… y no una campesina paleta que ni siquiera puede tener hijos.
Dick vio el brillo de las lágrimas en sus ojos y la rabia que sentía hacia su esposa se incrementó.
– Es cuestión de tiempo -dijo con brusquedad, tomando la mano de Belinda entre las suyas y dándole unas torpes palmadas-. Una vez, cuando todavía me ocupaba del negocio de la leche, tenía un par de vacas. Les costó mucho quedarse preñadas, pero al final lo lograron. Le dije al veterinario que no les introducía el aparato con la suficiente profundidad… fue un placer verlo cuando metió el brazo hasta el codo.
Belinda emitió un sonido mitad risa, mitad sollozo.
– Quizás ése sea el error. Quizá Jack ha estado usando el aparato equivocado.
Dick soltó un gruñido divertido.
– Siempre dije que el toro lo hubiera hecho mejor. La naturaleza tiene sus maneras de arreglar las cosas… los atajos son los que causan los problemas. -Tiró de ella y la abrazó-. Si te sirve de algo, chiquilla, nadie está más orgulloso de ti que yo. Has logrado más de nuestro hijo que nosotros en toda la vida. Ahora le confiaría mi vida… y eso es algo que no pensé nunca que haría. ¿Te dije que una vez quemó el establo porque se metió allí con sus amigos para fumarse un cigarrillo? Lo llevé caminando a la comisaría e hice que le entregaran una notificación. -Rió entre dientes, divertido-. No sirvió de mucho, pero hizo que me sintiera mejor. Créeme, Lindy, ha cambiado muchísimo desde que se casó contigo, y yo no te cambiaría por nada en el mundo.
Belinda estuvo llorando media hora hasta que se calmó y, varios vasos de vino después, cuando Julian llamó, Dick no estaba de humor para ocultar los trapos sucios.
– No creas nada de lo que te diga Ellie -dijo, borracho-. Es aún más imbécil que Prue. Las dos son obtusas y, además, malvadas. No sé por qué me casé con la mía… un bicho flaco sin tetas, hace treinta años… y ahora gorda como una diligencia. Nunca me gustó. Fastidiar, eso es lo único que sabe hacer. Te daré un consejo gratis… Si ella cree que voy a pagar los puñeteros gastos legales cuando la juzguen por calumnias e injurias, se va a encontrar con otro lío entre manos. Podrá pagarlo ella misma con lo que saque del divorcio. -Hubo una pequeña pausa en la que derribó su vaso-. Si eres listo, dile lo mismo al espinazo con el que te casaste. Según Prue, se ha dedicado a espantar a James para hacerlo salir de la guarida.