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Bella se estremeció en un gesto de compasión.

– Eso es algo muy triste. Tuvimos un perro llamado Frisbee y un hijo de puta en un Porsche lo atropello… tardamos varios meses en sobreponernos. El muy imbécil se creía Michael Schumacher.

Un murmullo de simpatía recorrió la mesa. Todos conocían el dolor de perder a una mascota.

– Debe conseguirse otro -dijo Zadie, que era la dueña de los alsacianos-. Es la única manera de que el corazón deje de doler.

Hubo gestos de aprobación.

– Entonces, ¿quién es Fox? -preguntó Nancy.

Los rostros se demudaron de inmediato y la simpatía desapareció.

Ella miró a Wolfie, reconociendo los ojos y la nariz.

– ¿Qué tal tú, amigo? ¿Vas a decirme quién es Fox?

El chico sacudió los hombros varias veces. Le gustaba que lo llamaran «amigo», pero podía percibir las corrientes ocultas que se movían en torno al autocar. No sabía a qué se debían, pero había comprendido que todo sería muchísimo mejor si aquellas personas no estaban allí cuando Fox regresara.

– Es mi padre y se va a cabrear muchísimo porque ustedes han estado aquí. Me parece que deben irse antes de que regrese. Él no…, a él no le gustan los extraños.

James inclinó la cabeza, buscando los ojos de Wolfie.

– ¿Tendrás problemas si nos quedamos?

Wolfie se echó hacia delante, en una imitación inconsciente.

– Seguro que sí. Mire, él tiene una navaja y no es con usted con quien se va a cabrear… puede que la tome con Bella… y eso no es justo, porque ella es una buena señora.

– Umm… -James se irguió-. En ese caso creo que debemos marcharnos. -Le hizo una leve reverencia a Bella-. Gracias por permitirnos hablar con usted, señora. Ha sido una experiencia muy instructiva. ¿Puedo darle un consejo?

Bella lo miró durante unos segundos y después asintió con brusquedad.

– Sí.

– Pregúntese por qué están aquí. Temo que les hayan contado sólo la mitad de la verdad.

– ¿Y cuál es toda la verdad?

– No estoy seguro del todo -dijo James lentamente-, pero sospecho que la raíz de todo esto se encierra en la aseveración de Clausewitz de que la guerra es una prolongación de la política por otros medios. -Contempló su gesto de perplejidad-. Si me equivoco, entonces no tiene importancia. Si no, mi puerta siempre está abierta.

Hizo un gesto a Mark y Nancy para que lo siguieran.

Bella agarró a Nancy por la manga.

– ¿A qué se refiere? -preguntó.

Nancy la miró.

– Clausewitz justificaba la guerra con el argumento de que era un hecho político… en otras palabras, no se trata sólo de brutalidad o sed de sangre. Hoy en día, es el argumento favorito de los terroristas para justificar sus actos… política por otros medios, o sea el terror, cuando falla la política legítima.

– Y eso, ¿qué tiene que ver con nosotros?

Nancy se encogió de hombros.

– Su mujer ha muerto y alguien mató a sus zorros y su perro -dijo-, así que tengo la impresión de que ustedes no están aquí por casualidad.

Se liberó de la mano de Bella y siguió a los dos hombres. Mientras se reunía con ellos al final de los escalones, un coche se acercó a la barrera, lo que hizo que los alsacianos comenzaran a ladrar. Los tres miraron un instante en aquella dirección pero, como nadie reconoció al ocupante y los guardianes se movieron con los perros para impedir la visión, se dirigieron hacia el camino que atravesaba el Soto y echaron a andar hacia la mansión.

Mientras buscaba su cámara, Debbie Fowler se maldijo por haber llegado demasiado tarde. Había cubierto la investigación sobre la muerte de Ailsa y por esa razón reconoció a James de inmediato. Eso, junto con la foto de Julian Bartlett, hubiera sido algo valiosísimo, pensó. Discordia en el corazón de la vida del poblado: el coronel Lockyer-Fox, implicado en una reciente investigación policial, visita a sus nuevos vecinos para mantener una charla cordial mientras el señor Julian Bartlett, enemigo de las plagas y cazador, amenaza con soltarles los perros.

Abrió la puerta del coche y salió arrastrando la cámara.

– Prensa local -dijo a los dos enmascarados-. ¿Quieren decirme qué pasa aquí?

– Si se acerca más, los perros la atacarán -avisó una voz de chico.

Ella se echó a reír mientras apretaba el disparador.

– Buena frase -dijo-. Si fuera malpensada diría que todo esto no es más que la representación de un guión.

Copia del Wessex Times, 27 de diciembre de 2001

PELEA DE PERROS EN DORSET

La reunión de caza del Boxing Day, en el oeste de Dorset, terminó en un caos después de que saboteadores organizados engañaran a los sabuesos para que siguieran rastros falsos. «Hemos tenido diez meses de veda y los perros han perdido práctica», dijo el cazador Geoff Pemberton mientras intentaba controlar su jauría. El zorro, la razón que se alega para este enfrentamiento de ideologías, siguió manteniéndose esquivo.

Otros participantes en la cacería acusaron a los saboteadores de intentar desmontarlos de forma deliberada. «Tenía el derecho de protegerme, a mí y a mi cabalgadura», di-jo Julian Bart-lett (en la foto) tras golpear a Jason Porritt, un «saboteador», de quin-ce años, con su fusta. Porritt, acariciándose el brazo lesio-nado, negó ha-ber obrado mal a pesar de su intento por agarrar las riendas del señor Bartlett. «Yo no estaba cerca de él. Vino hacia mí galopando porque estaba enojado.»

A medida que aumentaba la frustración lo hacía también el nivel de ruido, con referencias obscenas incluso. El comportamiento caballeroso de los jinetes y la elevada moralidad en la lucha por el bienestar de los animales fueron dejados de lado. Era un combate sobre el césped durante un deslucido derby local entre el Arsenal y los Spurs, cuando el deporte no es más que una excusa para que se produzca el altercado.

No se trata de que alguno de los cazadores o de quienes los apoyan definieran lo que hacían como un deporte. Muchos sugirieron que se trataba de un ejercicio de salud y seguridad, un método rápido y humano para exterminar plagas. «Una plaga es una plaga -se expresó en ese sentido la señora Granger, esposa de un granjero-; hay que controlarla. Los perros matan limpiamente.»

La saboteadora Jane Filey no estuvo de acuerdo. «En el diccionario se define como un deporte -dijo-. Si fuera cuestión de exterminar a un animal dañino, ¿por qué se molestan tanto cuando se sabotea el evento? Se trata de cacería y matanza. Es una versión cruel y desigual de una pelea de perros, en la que los cazadores ocupan un lugar privilegiado.»

Pero ésa no era la única pelea de perros que tuvo lugar ayer en Dorset. Un grupo de nómadas ha ocupado una franja de bosque en el poblado de Shenstead y han cercado el lugar con cuerdas que custodian con pastores alemanes. Los visitantes deben estar prevenidos. Letreros de «No pasar» y avisos de que «Si se acerca más, los perros atacarán» son una clara declaración de intenciones. «Estamos reclamando esta tierra mediante posesión hostil -dijo un portavoz enmascarado-, y como todos los ciudadanos tenemos el derecho a proteger nuestros límites.»

Julian Bartlett, de la casa Shenstead, disintió. «Son ladrones y vándalos -dijo-. Deberíamos echarles los perros.»

Parece que las peleas de perros están vivitas y coleando en nuestro maravilloso condado.

Debbie Fowler

Diecisiete

A Nancy se le acababa el tiempo. Tenía una hora para presentarse en el Campamento Bovington pero cuando dio unos golpecitos en su reloj y se lo recordó a Mark, éste se mostró consternado.

– No puede irse ahora -protestó-. James se comporta como si le hubieran hecho una transfusión de sangre. Lo matará.

Estaban en la cocina preparando el té mientras James alimentaba el fuego en el salón. El coronel se había mostrado muy parlanchín desde que abandonaran el campamento, pero su conversación no versó sobre los nómadas o lo que le había ocurrido a Henry, sino sobre la vida salvaje que habitaba en el Soto. Era tan reticente con respecto a los últimos acontecimientos como lo había sido antes de la comida con respecto a los zorros de Ailsa, aduciendo que no era un tema adecuado para Navidad.