Mark le quitó el trapo de las manos y lo colgó en la barra del Aga para que se secara.
– La suya también.
Ella sonrió.
– Quizás eso lo lleva el trabajo. -Él abrió la boca para decir algo y ella levantó un dedo para hacerlo callar-. No vuelva a hablarme de mis genes -le dijo con firmeza-. Mi individualidad corre peligro de ser tragada por su obsesiva necesidad de explicarme. Soy el complicado producto de mis circunstancias… no el resultado predecible y lineal de una cópula accidental ocurrida hace veintiocho años.
Los dos sabían que estaban demasiado próximos. Ella lo advirtió en el destello de alerta que brilló en los ojos de Mark. Él lo vio en la forma en que el dedo de ella se deslizó a pocos centímetros de su boca. Nancy dejó caer su mano.
– Ni se le ocurra -dijo, mostrando los dientes en una sonrisa semejante a la de un zorro-. Ya tengo suficientes problemas con el cabrón de mi sargento como para añadir el abogado de mi familia a mi lista de problemas. Usted no debería estar aquí, señor Ankerton. Yo vine a hablar con James.
Mark levantó las palmas de ambas manos en gesto de rendición.
– Es culpa suya, Smith. No debería llevar una ropa tan provocativa.
Nancy soltó una carcajada.
– Me vestí intencionadamente como un macho.
– Lo sé -murmuró él, poniendo las tazas en una bandeja-, y mi imaginación echa humo. No he dejado de preguntarme cuánta suavidad se esconde bajo el blindaje.
Wolfie se preguntaba por qué los adultos eran tan estúpidos. Intentó prevenir a Bella de que Fox sabría que habían tenido visita -Fox lo sabía todo-, pero ella lo hizo callar como a los demás.
– No contemos nada de esto -dijo ella-. No tiene sentido que se moleste por nada. Le hablaremos de la reportera… con eso basta… todos sabíamos que la prensa iba a meter la nariz tarde o temprano.
Wolfie negó con la cabeza ante aquella ingenuidad, pero no discutió.
– No se trata de que quiera que mientas a tu padre -le dijo, agachándose y dándole un abrazo-, pero no se lo digas, ¿eh? Se pondrá como una moto si se entera de que hemos dejado entrar a extraños en el campamento. Es mejor que no lo haga, si queremos construir casas aquí.
El niño le acarició la mejilla con la mano.
– Está bien. -Ella era como su madre, siempre esperando lo mejor aunque eso nunca ocurría. Debía saber que nunca tendría una casa allí, pero necesitaba soñar, pensó. De la misma manera que él necesitaba soñar que algún día se escaparía-. No olvides volver a atar la cuerda -le recordó.
¡Cristo! Se le había olvidado. ¿Qué vida había vivido aquel niño para que estuviera al tanto de todos los detalles? Le escrutó el rostro y encontró una sabiduría y una inteligencia muy superiores a su inmadurez física; se preguntaba por qué no lo había detectado antes.
– ¿Hay algo más de lo que deba acordarme?
– La puerta -dijo, en tono solemne.
– ¿Qué puerta?
– La puerta de Lucky Fox. Dijo que habitualmente estaba abierta. -Wolfie sacudió la cabeza ante la expresión intrigada de ella y añadió-: Eso quiere decir que tienes un lugar donde esconderte.
Los temblores regresaron a la mano de James cuando Nancy le dijo que tenía que irse, pero no intentó disuadirla. El ejército era un patrón duro, fue todo lo que dijo ella mientras se volvía para mirar por la ventana. El anciano no la acompañó hasta la puerta, así que Mark y ella se despidieron en el umbral.
– ¿Cuánto tiempo planea quedarse? -le preguntó ella, mientras se ponía el gorro y se subía la cremallera de la chaqueta de vellón.
– Hasta mañana por la tarde. -Le dio una tarjeta-. Si le interesa, ahí tiene mi correo electrónico, el teléfono fijo y el móvil. Si no, espero verla la próxima vez.
Nancy sonrió.
– Usted es uno de los buenos, Mark. No son muchos los abogados que pasarían la Navidad con sus clientes. -Sacó un trozo de papel del bolsillo-. Ese es el número de mi móvil… pero no tiene por qué interesarle… piense más bien en algo así como «por si acaso».
Él le sonrió, burlón.
– ¿Por si acaso qué?
– Alguna urgencia -replicó ella con sobriedad-. Estoy segura de que él no se sienta todas las noches en la terraza por diversión… y también que esos nómadas no se encuentran aquí por casualidad. Cuando estaba fuera del autocar los oí hablar sobre un maníaco, y por la manera en que se comportaba el niño se referían a su padre… ese tal Fox. No puede ser una coincidencia, Mark. Con ese nombre debe de tener algún vínculo. Eso explicaría lo de las bufandas.
– Sí -dijo él lentamente, pensando en el cabello rubio y los ojos azules de Wolfie. Dobló el trozo de papel y se lo guardó en el bolsillo-. Por mucho que valore su oferta -dijo-, ¿no tendría más sentido llamar a la policía en caso de urgencia?
Nancy abrió la puerta de su Discovery.
– De todos modos… la oferta sigue en pie si quiere aprovecharla. -Se sentó tras el volante-. Regresaré mañana por la tarde -dijo con timidez, inclinándose hacia delante para meter la llave de contacto y que él no pudiera verle la cara-. ¿Podría preguntar a James si está de acuerdo y mandarme un mensaje con la respuesta?
A Mark le sorprendió tanto la pregunta como la indecisión con que ella la formuló.
– No hace falta. Está perdidamente enamorado de usted.
– Pero no dijo nada sobre mi posible regreso.
– Usted tampoco -señaló el abogado.
– No -admitió ella, enderezándose-. Creo que conocer a un abuelo no es tan sencillo como pensé.
Encendió el motor y metió la primera marcha.
– ¿Qué fue lo que lo hizo difícil? -preguntó Mark, poniéndole una mano en el brazo para impedirle cerrar la puerta.
Ella le ofreció una sonrisa sardónica.
– Los genes -dijo-. Pensé que sería un extraño y no me importaría mucho… pero descubrí que no lo era y me importa. Demasiado ingenua, ¿eh?
Nancy no esperó a que él respondiera, soltó el embrague y aceleró lentamente, obligando a Mark a retirar la mano antes de cerrar la puerta, y se encaminó hacia el portón por el camino de acceso.
James estaba encorvado en su sillón cuando Mark regresó al salón. Volvía a parecer una figura triste y empequeñecida, como si la energía que lo había poseído durante la tarde hubiera sido el resultado de una momentánea transfusión sanguínea. Sin lugar a dudas, no había en él ni rastro del oficial superior que había preferido el confinamiento solitario antes de vender su religión al ateísmo comunista.
Creyendo que la causa de su depresión era la partida de Nancy, Mark se acomodó delante de la chimenea y anunció con alegría:
– Es una estrella, ¿verdad? Quiere volver mañana por la tarde si usted está de acuerdo.
James no respondió.
– Dije que le respondería.
El anciano negó con la cabeza.
– Dígale que prefiero que no lo haga. Sea tan gentil como pueda pero déjele claro que no quiero volver a verla.
Mark sintió como si le hubieran rebanado ambas piernas.
– ¿Y por qué no?
– Porque su consejo fue certero. Buscarla fue un error. Ella es una Smith, no una Lockyer-Fox.
La ira de Mark estalló de repente.
– Hace media hora la trataba como si perteneciera a la realeza y ahora quiere deshacerse de ella como de una fulana barata -le espetó-. ¿Por qué no se lo dijo a la cara en lugar de esperar a que lo hiciera yo?