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James lo miró fijamente por un momento antes de dejar la carta sobre el escritorio.

– Leo siempre acusó a Ailsa de pensar lo peor -dijo, pensativo, como si lo hubiera asaltado un recuerdo-. Ella decía que no tendría que hacerlo si al menos en un par de ocasiones no hubiera ocurrido lo peor. Al final aborrecía tanto las profecías que se cumplían que se negaba a comentar nada… y ésa es la razón por la que esto -hizo un gesto abarcador hacia la terraza y el montón de cintas- ha sido un golpe tan tremendo. Era obvio que ella me ocultaba algo, pero ignoro de qué se trataba… posiblemente esos terribles alegatos. Lo único que me consuela en las frías horas de la noche es que ella nunca los hubiera creído.

– Desde luego que no -asintió Mark-, ella lo conocía a usted demasiado bien.

El anciano apenas esbozó una sonrisa.

– Supongo que Leo está detrás de todo… y supongo que se trata de dinero. Pero en ese caso ¿por qué no dice lo que quiere? Me he torturado pensando en eso, Mark, y no puedo entender cuál es el objetivo final de esta interminable sarta de mentiras. ¿Acaso cree lo que dice?

El abogado se encogió de hombros, dudando.

– Si lo cree, entonces ha sido Elizabeth quien lo ha persuadido. -Reflexionó durante un instante-. ¿No cree que lo más factible es que Leo le haya metido esa idea en la cabeza y ella la esté repitiendo sin cesar? Es muy impresionable, sobre todo cuando se trata de culpar de sus problemas a otras personas. Un falso recuerdo de un maltrato sería muy propio de ella.

– Sí -dijo James con un leve suspiro, quizá de alivio-, y ésa es la razón por la que la señora Bartlett está tan convencida. Ha mencionado varias veces que se ha reunido con Elizabeth.

Mark asintió.

– Pero si Leo sabe que no es verdad, entonces también sabe que lo único que tengo que hacer es presentar a Nancy para negar todo lo que él y Elizabeth afirman. Entonces, ¿por qué intentan arruinar mi reputación de esa manera?

Mark apoyó el mentón en las manos. No sabía más que James, pero al menos había comenzado a pensar lateralmente.

– ¿Y el epicentro de todo esto no es precisamente el hecho de que para Leo o Elizabeth Nancy no existe? Ni siquiera sabe qué nombre le dieron. Es un signo de interrogación en un formulario de adopción de hace más de veinte años, y mientras siga siendo eso ellos pueden acusarlo de todo lo que quieran. Si sirve de algo, he pasado las últimas horas recorriendo el camino a la inversa, del efecto a la causa. Quizás usted deba hacer lo mismo. Pregúntese cuál ha sido el resultado de esas llamadas telefónicas y decida entonces si ése era el resultado que buscaban. Eso podría darle una idea de lo que persigue.

James reflexionó sobre aquello.

– Me han obligado a ponerme a la defensiva -admitió lentamente, explicándolo en términos militares-, a sostener un combate de retaguardia y esperar a que alguien se muestre.

– A mí me parece que se trata de una cuestión de aislamiento -dijo Mark de forma brutalmente directa-. Lo ha convertido a usted en un recluso, lo ha apartado de cualquier persona que pudiera apoyarlo… vecinos… la policía… -respiró profundamente por la nariz-, su abogado… hasta su nieta. ¿De veras piensa que no sabe que usted preferiría que ella siguiera siendo un signo de interrogación antes de hacerla pasar por la pesadilla de una prueba de ADN?

– No puede estar seguro de eso.

Mark sacudió la cabeza con una sonrisa.

– Claro que sí. Usted es un caballero, James, y sus respuestas son predecibles. Al menos reconozca que su hijo es mejor psicólogo que usted. Sabe muy bien que usted sufriría en silencio antes que dejar que una chica inocente piense que es el producto de un incesto.

James aceptó el razonamiento con un suspiro.

– Entonces, ¿qué quiere? ¿Que esas mentiras se difundan? Ya ha dejado claro que si intento desheredarlos él y Elizabeth impugnarán el testamento de acuerdo con la legislación sobre derechos familiares, pero lo único que hace al acusarme de incesto es dar a esta supuesta hija mía una razón para poner otra demanda. -Movió la cabeza de un lado a otro, desconcertado-. ¿Acaso un tercer reclamante no reduciría su parte? No puedo creer que sea eso lo que quiere.

– No -dijo Mark, pensativo-, pero Nancy tampoco podría pretender nada. Nunca ha dependido financieramente de usted en la medida en que lo han hecho Leo y Elizabeth. Es la trampa 22 [14] que le conté la primera vez que me visitó… si usted se hubiera negado a ayudar a sus hijos en momentos de dificultad ellos tampoco podrían pretender nada. Pero como los ha ayudado, tienen derecho a esperar una provisión razonable de fondos para su futuro… sobre todo Elizabeth, que quedaría totalmente en la ruina si usted la abandonara.

– Ella es la única culpable. Ha dilapidado todo lo que le hemos dado. Lo único que conseguiría un legado sería mantener sus adicciones hasta que le causen la muerte.

El mismo razonamiento de Ailsa, observó Mark. Lo habían discutido en numerosas ocasiones y él había persuadido a James de que lo mejor era legar a Elizabeth una pensión razonable para su manutención que dejara abierta la puerta para un legado mayor tras la muerte del coronel. Según las leyes de protección familiar, la responsabilidad moral del testador de mantener a sus descendientes se convirtió en una obligación legal en 1938. Quedaron atrás los días Victorianos en los que el derecho a disponer libremente de la propiedad era inviolable, y viudas e hijos podían quedarse sin un penique si disgustaban a maridos o padres. La justicia social impulsada por los parlamentos del siglo XX, tanto en divorcios como en legados de propiedades, había impuesto un deber de justicia, aunque los hijos no tenían derecho a heredar automáticamente a no ser que pudieran probar su dependencia.

El caso de Leo estaba menos claro pues no tenía una historia de dependencia, y el punto de vista de Mark era que le sería muy difícil probar que tenía derecho a una parte de los activos después de que James trazara una línea definitiva tras el desfalco cometido por Leo en el banco. De todos modos, Mark le había aconsejado incluir la misma provisión de manutención para Leo que para Elizabeth, sobre todo si Ailsa había reducido el monto de lo que legaba a sus hijos, desde la mitad prometida de todas sus propiedades hasta una cantidad fijada en cincuenta mil libras, mientras el resto pasaba a su marido. No beneficiaba mucho a la hora de pagar impuestos, aunque permitía la segunda oportunidad que Ailsa quería.

La dificultad era -y siempre había sido- cómo disponer de las propiedades más voluminosas, específicamente la casa, su contenido y la tierra, todo lo cual tenía un prolongado vínculo con la familia Lockyer-Fox. Al final, como ocurría a menudo en estos casos, ni James ni Ailsa querían verlo todo dividido y vendido después por partes, con los papeles y las fotografías familiares destruidos por extraños que no estaban interesados ni sabían nada de las generaciones anteriores. De ahí la búsqueda de Nancy.

La ironía fue que había dado un resultado perfecto. Ella satisfacía todas las expectativas, pero como Mark le había sugerido a James después de su primer encuentro con ella, su atractivo como heredera y nieta perdida hacía mucho tiempo se incrementaba en gran medida por su indiferencia. Como una femme fatale, seducía con su frialdad.

El abogado cruzó las manos detrás de la cabeza y miró al cielo raso. Nunca había hablado de sus clientes con Becky, pero comenzaba a preguntarse si ella no le habría registrado la cartera.

– ¿Sabía Leo que estaba buscando a su nieta? -preguntó.

– No, a no ser que usted se lo dijera. Ailsa y yo éramos los únicos que lo sabíamos.

– ¿Le habría mencionado Ailsa ese hecho?

– No.

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[14] Trampa 22 es el titulo de una famosa novela del escritor norteamericano Joseph Heller que fue llevada al cine en 1970 por Mike Nichols. Ha llegado a convertirse en una expresión coloquial en ingles, que significa «circulo vicioso» o «callejón sin salida» (N. de los T.)