– ¿Y?
– Comprensivos pero impotentes en lo relativo a plagas. Piensan que lo hizo algún furtivo que se desquitó con rabia por haber cazado un zorro en lugar de un venado.
– ¿Y por eso se sienta todas las noches en la terraza? ¿Espera poder atraparlo? -El anciano volvió a sonreír débilmente como si la pregunta le pareciera divertida-. Debe tener cuidado, James. En la protección de su propiedad sólo tiene derecho a usar la fuerza razonablemente. Si hace algo que parezca que está vigilando, irá a prisión. Los tribunales son muy duros con las personas que se toman la justicia por su mano. -Obtuvo la misma reacción que si no hubiera dicho nada-. No le culpo. En su posición me sentiría de la misma manera -prosiguió-. Sólo le pido que considere las consecuencias antes de hacer algo que pueda lamentar.
– Es lo único que considero -dijo James con brusquedad-. Quizás haya llegado el momento de que preste atención a sus propios consejos… ¿o no es verdad que el hombre que se defiende a sí mismo tiene a un tonto por cliente?
Mark lo miró con expresión sardónica.
– Seguramente me lo merezco, pero no lo entiendo.
James rompió la carta en pedacitos y los tiró al cesto que había junto a su escritorio.
– Piénselo dos veces antes de convencer a Nancy de que revele sus vínculos conmigo -dijo fríamente-. Ya he perdido a mi mujer por culpa de un loco… no tengo la intención de perder también a mi nieta.
Wolfie se deslizó entre los árboles siguiendo el rastro de su padre, llevado por el horror y la curiosidad de descubrir qué ocurría. No conocía la frase «conocimiento es poder», pero entendía el imperativo. ¿De qué otra manera podría hallar a su madre? No se había sentido tan valiente en muchas semanas y sabía que eso tenía algo que ver con la bondad de Bella y el dedo conspirativo que Nancy se había llevado a los labios. Eso le hablaba de un futuro. Solo junto a Fox, lo único que podía pensar era en la muerte.
La noche era tan negra que era incapaz de ver nada pero pisaba con mucho cuidado y se mordía la lengua al tropezar con ramas y tocones. A medida que pasaban los minutos, sus ojos se habituaban a la escasa luz lunar y siempre podía oír el ruido de la chamiza al partirse mientras los pesados pasos de Fox avanzaban por el suelo del macizo boscoso. Se detenía a cada pocos pasos, pues de su anterior captura había aprendido que no debía meterse a ciegas en una trampa, pero Fox seguía acercándose a la mansión. Con la astucia de su homónimo, Wolfie [15] se dio cuenta de que el hombre regresaba a su territorio, al árbol de siempre, a su puesto de observación preferido, y con los ojos y los oídos alerta para detectar obstáculos, el niño se apartó tangencialmente para definir un territorio propio.
Durante varios minutos no ocurrió nada, pero después, para alarma de Wolfie, Fox comenzó a hablar. El niño se pegó al suelo, suponiendo que había alguien con él, pero cuando no hubo respuesta adivinó que Fox hablaba por el teléfono móvil. Podía distinguir muy pocas palabras, pero las inflexiones en la voz de Fox le recordaban la de Lucky Fox… y eso le resultaba extraño, porque veía al anciano en una de las ventanas de la planta baja de la casa.
«… Tengo las cartas y tengo su nombre… Nancy Smith… capitana, Ingenieros Reales. Debe de estar orgulloso de contar con otro soldado en la familia. Hasta se parece a usted cuando era joven. Alta y morena… el clon perfecto… Es una lástima que no haga lo que le dicen. “No es posible ganar nada involucrándola”, dijo usted… pero ella está aquí. ¿Qué valor tiene ahora el ADN? ¿Sabe ella quién es su padre…? ¿Va a decírselo antes de que lo haga otra persona…?»
Mark volvió a escuchar la cinta varias veces.
– Si se trata de Leo, él cree realmente que usted es el padre de Nancy.
– Él sabe que no lo soy -replicó James, tirando los archivos al suelo mientras buscaba el que había marcado como «Miscelánea».
– Entonces no es Leo -dijo Mark, sombrío-. Hemos estado mirando en la dirección equivocada.
James abandonó su búsqueda con resignación y cruzó las manos delante de la cara.
– Claro que es Leo -dijo con sorprendente firmeza-. Compréndalo, Mark. Para él, usted es un regalo de Dios, porque sus reacciones son muy predecibles. Usted siente pánico cada vez que él cambia su posición, en lugar de conservar la serenidad y obligarlo a que se descubra.
Mark miró por la ventana hacia la oscuridad del exterior y en el reflejo su rostro tenía la misma expresión de acoso que James había mostrado durante dos días. Quienquiera que fuera aquel hombre, había estado en la casa y sabía cuál era el aspecto de Nancy, y probablemente los estuviera vigilando ahora.
– Quizás usted sea el regalo de Dios, James -murmuró-. Al menos, considere que su reacción con respecto a su hijo es totalmente predecible.
– ¿Qué significa eso?
– Pase lo que pase, siempre acusa a Leo.
Diecinueve
El rostro de Prue también mostraba señales de acoso cuando se encaminó a la puerta principal para ver quién llamaba. Echó un vistazo a través de las cortinas y descubrió el brillo de un coche de color claro en el camino de acceso y creyó de inmediato que la policía había ido por ella. Hubiera fingido no estar en casa, pero una voz le gritó:
– Vamos, señora Weldon. Sabemos que está ahí.
Puso la cadena y abrió la puerta unos cinco centímetros. Vio dos figuras oscuras de pie ante el umbral.
– ¿Quiénes son ustedes? ¿Qué quieren? -preguntó con voz aterrorizada.
– Somos James Lockyer-Fox y Mark Ankerton -dijo este último, metiendo el pie en el espacio que acababa de abrirse-. Encienda la luz del portal y podrá vernos.
Prue apretó el interruptor y recuperó algo de coraje al reconocerlos.
– Si se trata de una citación, no pienso cogerla. No voy a aceptar nada de ustedes -dijo con furia.
Mark, molesto, resopló.
– Claro que lo va a hacer. Aceptará la verdad. Ahora déjenos pasar. Queremos hablar con usted.
– No.
Ella apoyó el hombro en la puerta e intentó cerrarla.
– No voy a quitar el pie hasta que usted diga que sí, señora Weldon. ¿Dónde está su marido? Tardaremos menos si también podemos hablar con él. -Levantó la voz-. ¡Señor Weldon! ¿Podría venir a la puerta, por favor? ¡James Lockyer-Fox quisiera hablar con usted!
– No está aquí -siseó Prue, dejando caer su enorme peso sobre la fina piel de los mocasines de Mark-. Estoy en mi casa y ustedes me están intimidando. Le voy a dar una oportunidad para que retire el pie, si no lo hace cerraré la puerta con tanta fuerza que le haré daño.
Dejó de ejercer presión por un instante y vio cómo desaparecía el zapato.
– ¡Ahora largúense! -gritó, lanzándose contra la puerta y pasando el cerrojo-. Si no se marchan, llamaré a la policía.
– Buena idea -dijo la voz de Mark al otro lado-. Nosotros mismos la telefonearemos si se niega a hablar con James y conmigo. ¿Cómo cree que se va a sentir su marido cuando lo sepa? Estaba muy disgustado cuando hablé con él esta mañana. Por lo que pude entender, no sabía nada de sus llamadas amenazantes… cuando se enteró se quedó horrorizado.
El miedo y el agotamiento hacían que la mujer respirara con dificultad.
– La policía estará de mi parte -jadeó, inclinándose hacia delante para controlar su pecho que subía y bajaba-. ¡No tienen derecho a aterrorizar así a la gente!
– Sí, bien, es una lástima que no se acordara de eso cuando comenzó su campaña contra James. ¿O quizá se cree por encima de la ley? -Su voz adquirió un tono de conversación-. Dígame… ¿habría sido tan vengativa si Ailsa no hubiera salido huyendo cada vez que la veía? ¿Ésa es la cuestión? Quería alardear de sus relaciones en la mansión… y Ailsa dejó bien claro que no podía soportar su lengua viperina. -Soltó una carcajada-. No, estoy empezando la casa por el tejado. Usted siempre ha sido viperina… no puede evitarlo… habría hecho esas llamadas de todos modos, con Ailsa viva o muerta, aunque sea para cobrarse que a sus espaldas la llamara Belladona…