Se interrumpió al oír el chillido de horror de Prue, seguido de inmediato por el tintineo de la cadena y el chasquido del cerrojo.
– Creo que le he provocado un ataque al corazón -dijo James mientras abría la puerta-. Mire a esa infeliz criatura. Si no tiene cuidado va a romper la silla.
Mark entró y miró con dureza a Prue, que jadeaba en busca de aire sentada sobre una delicada silla de mimbre.
– ¿Qué ha hecho? -preguntó mientras cerraba la puerta con el tacón y le tendía el portafolios a James.
– Le toqué el hombro. Nunca he visto a nadie saltar tan alto.
Mark se encorvó para poner una mano bajo el codo de la mujer.
– Vamos, señora Weldon -dijo, conminándola a ponerse de pie y pasándole el otro brazo en torno a su espalda-. Es mejor que se siente en algo más sólido. ¿Dónde está el salón?
– Creo que es éste -dijo James, entrando en una habitación a la izquierda-. ¿Quiere sentarla en el sofá mientras veo si puedo encontrar el brandy?
– Mejor un poco de agua. -La ayudó a sentarse en el asiento acolchado mientras James iba a la cocina en busca de un vaso-. No debería dejar abierta la puerta trasera -le dijo, sin la menor simpatía, ocultando su alivio al ver que el color retornaba al rostro de la mujer-. En esta región se considera una invitación a entrar.
Ella intentó decir algo pero tenía la boca demasiado seca. En lugar de eso, intentó dar un manotazo al abogado. «Está muy lejos de la muerte», pensó él mientras daba un paso hacia atrás para ponerse fuera de su alcance.
– Sólo tiene derecho a emplear la fuerza razonable, señora Weldon. Ya me ha roto el pie porque está demasiado gorda. Si me lastima en alguna otra parte podría decidirme a presentar una acusación.
Ella lo miró con rabia antes de tomar el vaso que James le tendía y beber el agua con ansiedad.
– Dick se enojará mucho por esto -protestó tan pronto se le desató la lengua-. Él… él…
Se le habían perdido todas las palabras.
– Él ¿qué?
– ¡Lo va a demandar!
– ¿Será verdad eso? Vamos a averiguarlo -dijo Mark-. ¿Tiene móvil? ¿Podemos llamarlo?
– No se lo voy a dar.
– El número de su hijo debe de estar en la guía -dijo James, dejándose caer en un butacón-. Creo que se llama Jack. Y si mal no recuerdo, la otra parte del negocio está en Compton Newton y la casa está allí mismo. Él sabrá cuál es el número del móvil de Dick.
Prue agarró el teléfono junto al sofá y lo escondió entre sus brazos.
– No va a llamar desde aquí.
– Bueno… sí lo haré… pero pagaré la llamada -dijo Mark, sacando el móvil del bolsillo y marcando el número de información-. Sí, por favor. Compton Newton. El apellido es Weldon… la inicial es J… gracias.
Puso fin a la llamada y volvió a marcar.
Prue le lanzó otro manotazo con la intención de quitarle el móvil de la mano.
Mark se alejó aún más con una mueca de burla en el rostro.
– Sí… hola. ¿Es la señora Weldon? Lo siento… Belinda. La entiendo perfectamente. La señora Weldon es su suegra -enarcó una ceja y miró a Prue-, y usted no desea que la confundan con ella. Yo tampoco lo desearía. Sí, mi nombre es Mark Ankerton. Soy abogado, represento al coronel Lockyer-Fox. Necesito ponerme en contacto con su suegro por un asunto urgente. ¿Sabe dónde está… o si tiene móvil? -Miró a Prue con expresión divertida-. Está con ustedes. Excelente. ¿Puedo hablar con él? Sí, dígale que guarda relación con el tema que tratamos esta mañana. El coronel y yo estamos en su casa… hemos venido a hablar con la señora Weldon… pero ella nos asegura que su esposo nos demandará si no nos vamos. Quisiera confirmar ese particular, ya que podría afectar a nuestra decisión de avisar o no a la policía.
Golpeó la alfombra con la punta del pie mientras esperaba. Unos segundos más tarde apartó el oído del teléfono mientras la voz de Dick rugía por la línea. Hizo uno o dos intentos de cortar aquel discurso airado, pero sólo pudo intervenir cuando a Dick se le agotó el vapor.
– Gracias, señor Weldon. Creo que he entendido correctamente lo esencial… no, preferiría que eso se lo dijera personalmente a su esposa. ¿Quiere hablar con ella ahora? Está bien… adiós. -Pulsó la tecla de fin de llamada y dejó caer el móvil en el bolsillo-. ¡Oh, querida, querida! Al parecer ha logrado cabrear a todo el mundo, señora Weldon. Me temo que no tiene a nadie que la apoye.
– Eso no es asunto suyo.
– Al parecer, el marido de la señora Bartlett también está enojado… ninguno de ellos sabía lo que ustedes dos estaban haciendo. Si lo hubieran sabido le habrían puesto fin.
Prue no respondió.
– James pensaba lo mismo, y ésa es la razón por la que hasta hoy no había emprendido acción alguna… no quería avergonzar a Dick o a Julian. Esperaba que si no reaccionaba ustedes perderían el interés o sus maridos comenzarían a preguntarse qué estaban haciendo. Pero creo que esto ha llegado demasiado lejos. Las amenazas contenidas en esas llamadas son demasiado peligrosas para seguir soslayándolas.
– Nunca he hecho ninguna amenaza -protestó ella-. Nunca he dicho nada. Con quien deben hablar es con Eleanor. Ella fue la que comenzó todo.
– ¿Así que fue idea de la señora Bartlett?
Prue se miró las manos. A fin de cuentas, ¿por qué debía seguir siendo leal con su amiga? Había telefoneado a la casa Shenstead dos veces durante la última hora y en ambas ocasiones Julian le había dicho que Eleanor «no podía ponerse». Esa frase por sí sola significaba que estaba allí y se negaba a hablar con ella; el tono divertido de la voz de Julian así lo confirmaba. Prue la había disculpado diciéndose que Eleanor no querría hablar delante de Julian, pero ahora sospechaba que su amiga estaba muy ocupada echándole a ella la culpa para seguir siendo santo de la devoción de su marido.
El resentimiento de Prue contra el resto del mundo crecía. Ella era la menos culpable, pero era a la que más acusaban.
– Lo que puedo asegurar es que no fue idea mía -musitó-. No soy de las que hacen llamadas amenazantes… y por eso nunca dije nada.
– Entonces, ¿por qué las hacía?
– Eleanor lo llamaba justicia natural -dijo, evitando mirar a los hombres-. Al parecer a nadie le interesaba cómo había muerto Ailsa, salvo a nosotras.
– Ya lo veo -dijo Mark con sarcasmo-. A pesar de la investigación policial, del estudio post mórtem y de la resolución del juez de instrucción, ustedes decidieron que no interesaba a nadie. Es una conclusión un poco extraña, señora Weldon. ¿Puede decirnos exactamente cómo llegaron a ella?
– Oí discutir a James y Ailsa. ¡No es posible borrar una cosa así de la mente!
Mark la contempló un instante.
– ¿Es eso? -preguntó con incredulidad-. ¿Ustedes se nombraron a sí mismas jueces, jurados y verdugos sobre la base de una única discusión entre dos personas que usted no pudo ver y ni siquiera oír correctamente? ¿No contaban con ninguna otra prueba?
Ella movió los hombros con incomodidad. ¿Acaso podía repetir delante de James lo que Eleanor sabía?
– Sé lo que oí -dijo, regresando al único argumento con el que realmente contaba. Una terca certeza.
– Lo dudo muchísimo. -Mark puso el portafolios sobre sus rodillas y sacó una grabadora-. Quiero que oiga estos mensajes, señora Weldon. -Encontró un enchufe junto al butacón donde se sentaba James, conectó el equipo y se lo dio a James para que lo manejara-. Al final, me gustaría que me dijera qué es lo que cree haber oído.
No había nada en las acusaciones de maltrato sexual infantil que asustara a Prue -ella las conocía ya-, pero la incansable repetición sí la había horrorizado. Se sentía sucia escuchando constantemente los detalles de la violación infantil, como si ella formara parte del relato. Se decía a sí misma que las llamadas no habían llegado en bloque como las escuchaba pero sabía cuál sería la reacción. A James no le habían dado ninguna oportunidad.