– ¿Y si no se aviene?
– Se avendrá -dijo Mark con brusquedad-. De todas maneras… como mi plan consiste en mostrarse agradable con ella, o sale ahora mismo del coche, o me jura por su honor que mantendrá la boca cerrada.
James bajó la ventanilla y sintió la mordida del frío nocturno en las mejillas.
– Mantendré la boca cerrada.
No hubo respuesta. Como había predicho James, la llamada fue directamente al contestador. Mark estuvo hablando hasta que se le terminó el tiempo, mencionó el dinero y su pesar por el hecho de que al no haber podido hablar con Elizabeth en persona el pago tendría que retrasarse. Volvió a llamar en un par de ocasiones, subrayó la urgencia del asunto y le pidió que atendiera el teléfono si estaba escuchando; pero si ése era el caso ella no picó. El abogado dejó el número de su móvil y le pidió que lo llamara esa misma tarde en caso de que estuviera interesada.
– ¿Cuándo fue la última vez que habló con ella? -preguntó.
– No lo recuerdo. La última vez que la vi fue en el funeral, pero llegó y se marchó sin decir una sola palabra.
– Lo recuerdo -dijo Mark y siguió revisando la pantalla del ordenador-. Su banco acusa recibo de los cheques. ¿Nos informarían si no ha variado el monto de la cuenta?
– ¿Qué sugiere?
El abogado se encogió de hombros.
– En realidad, nada… Me pregunto por qué un silencio tan largo. -Señaló una entrada, fechada a finales de noviembre-. De acuerdo con esto, le escribí hace un mes con el recordatorio anual para revisar el seguro de la casa y su contenido, y no me ha contestado.
– ¿Habitualmente lo hace?
Mark asintió.
– Sí, lo hace, sobre todo cuando se trata de un gasto que usted ha aceptado asumir. La cuota no se paga hasta finales del mes próximo, pero a estas alturas yo esperaba tener noticias de ella. Siempre la amenazo con visitarla si no me proporciona una evaluación actualizada. La casa y su contenido siguen siendo nominalmente de su propiedad, James, y por ese método evito que ella lo venda. -Buscó su diario en el disco duro-. Tengo un recordatorio para ponerme en contacto con ella a finales de la semana próxima.
James meditó un momento.
– ¿Acaso no dijo la señora Weldon que la señora Bartlett la había visto?
– Umm…, y me pregunto cómo se puso en contacto con ella. No puedo imaginar a Elizabeth devolviendo una llamada de Fitolaca.
Mark buscaba su libreta de direcciones en el correo electrónico.
– Entonces, ¿no sería mejor que habláramos con la señora Bartlett?
Mark revisó los números de contacto de Becky en la pantalla y se preguntó si los había dejado allí a propósito. Había eliminado cualquier tipo de contacto con ella, había borrado deliberadamente el número del móvil que en una época le resultaba tan familiar como el suyo propio, pero quizás una parte de él se resistía a borrarla de su vida por completo.
– Déjeme intentarlo primero con otra persona -dijo, recuperando el móvil-. Es un palo de ciego, probablemente tampoco me responda, pero vale la pena intentarlo.
– ¿De quién se trata?
– Es una antigua amiguita de Leo -dijo-. Creo que hablará conmigo. En una época estuvimos muy unidos.
– ¿Cómo la conoció?
Mark marcó el número de Becky.
– Deberíamos habernos casado en junio -dijo con voz inexpresiva-. El siete de marzo le proporcionó a Leo una coartada para la noche de la muerte de Ailsa, y cuando llegué a casa ella se había marchado. Tenían un romance desde hacía tres meses. -Le ofreció a James una sonrisa de disculpa mientras se llevaba el teléfono al oído-. Ésa es la razón por la que siempre he aceptado que Leo no estuvo aquella noche en Shenstead. Debí habérselo contado… siento no haberlo hecho. El orgullo es algo terrible. Si pudiera hacer retroceder el tiempo y actuar de manera diferente, lo haría.
El anciano suspiró.
– Todos nosotros lo haríamos, hijo… todos nosotros.
Becky no podía dejar de hablar. Cada frase terminaba con la palabra «cariño». ¿Era él de verdad? ¿Cómo estaba? ¿Había pensado en ella? Sabía que al final llamaría. ¿Dónde estaba? ¿Podía regresar a casa? Lo amaba tanto. Todo había sido un horrible error. Cariño… cariño… cariño…
«Es una forma cariñosa de hablar que tiene muy poco significado… Si alguien me dijera eso, me metería los dedos en la garganta…»
Mark vio el sombrío reflejo de su rostro en el parabrisas y apagó bruscamente la luz de la cabina para hacerlo desaparecer. Se preguntó por qué había dejado que la marcha de Becky lo perturbara. A juzgar por la escasa emoción que logró despertar en él, Mark hubiera podido estar hablando con un extraño.
– Estoy sentado en un coche en medio de Dorset con el coronel Lockyer-Fox -la interrumpió, tras elegir responder a la pregunta de dónde estaba-. Te llamo desde mi móvil y la batería puede agotarse en cualquier momento. Tenemos que ponernos urgentemente en contacto con Elizabeth pero ella no responde a mis llamadas. Quería preguntarte si tú sabes dónde está.
Hubo un breve silencio.
– ¿El coronel está escuchando?
– Sí.
– ¿Sabe él lo…?
– Acabo de contárselo.
– ¡Oh, Dios! Lo siento, cariño. Nunca tuve intención de avergonzarte. Créeme, si yo pudiera…
Mark la interrumpió una vez más.
– Hablamos de Elizabeth, Rebecca. ¿La has visto recientemente?
Él nunca la llamaba Rebecca y eso dio lugar a otro silencio.
– Estás enojado.
Si James no hubiera estado escuchando, habría respondido que estaba aburrido. Pensó que ojalá se tratara de una mujer inteligente que sabía cuándo marcharse sin hacer preguntas.
– Podremos hablar cuando regrese a casa -dijo, a modo de aliciente-. Ahora háblame de Elizabeth. ¿Cuándo la viste por última vez?
La voz de ella volvió a adquirir cierta calidez.
– En julio. Fue al chalé de Leo una semana antes de que yo me marchara. Ambos salieron… y desde entonces no he vuelto a verla.
– ¿Qué quería?
– No lo sé. Repetía que necesitaba ver a Leo en privado. Estaba como una cuba, así que no me molesté en preguntarle por qué. Ya sabes cómo es ella.
– ¿Leo te contó algo después de aquello?
– No. Sólo me dijo que a ella se le fue la cabeza y que él la había acompañado a su casa. -Hizo una pausa-. No era la primera vez. La policía telefoneó para decir que tenían una mujer en la sala de espera… que parecía algo ida… decían que no podía recordar dónde vivía y sólo pudo darles el número de Leo. -Otra pausa-. Me imagino que lo ocurrido en julio fue algo parecido. Ella solía frecuentar el chalé.
Había demasiadas vacilaciones, y él se preguntó cuánta verdad habría en las palabras de Becky.
– ¿Cuál era el problema?
El tono de voz de la chica parecía albergar cierto rencor.
– La bebida. Dudo que le quede una sola neurona sana. Le dije a Leo que necesitaba tratamiento, pero a él eso no le importaba. Su patético y mísero ego se sentía halagado cuando tenía su juguete por los alrededores.
– ¿Qué quieres decir con eso?
– ¿Tú qué crees? No tenían el tipo de relación que tú tienes con tus hermanas, ¿sabes? ¿Nunca te has preguntado por qué Elizabeth está descerebrada y Leo nunca se ha casado?
Ahora le llegó el turno a Mark de guardar silencio.
– ¿Todavía estás ahí?
– Sí.
– Bueno, por Dios, vigila lo que dices en presencia del coronel. Nadie va a conseguir dinero si su padre… -Becky se interrumpió abruptamente-. Mira, olvida lo que acabo de decir. Es un hijo de puta morboso, Mark. Tiene no sé qué sobre su padre… algo relacionado con que el coronel fue torturado durante la guerra. No me preguntes qué es, porque no lo entiendo… pero Leo lo odia por ello. Sé que parece cosa de locos. ¡Oh, Dios mío!, está claro que Leo está loco, y en lo único que piensa es en cómo hacer arrodillarse al anciano. Para él es como una cruzada.